xoves, 13 de setembro de 2012

Camposancos pierde su memoria


El antiguo colegio de los Jesuitas de A Guarda, campo de concentración en la Guerra Civil, languidece entre maleza
“Los pueblos no se toman por teléfono”. A Brasilino Álvarez, miembro del Partido Galeguista y alcalde de A Guarda por el Frente Popular, no le tembló la voz tras las amenazas golpistas que, desde el Gobierno Civil de Pontevedra, le exigían la renuncia a su cargo. Pero los enormes pinos que el Comité en Defensa de la República atravesó en las carreteras del Baixo Miño aquel julio de 1936 no fueron suficiente freno para el avance de la Escuadra del Amanecer. Contra las tapias del cementerio de Sestás, la milicia falangista fusiló repetidamente la libertad sin compasión ni remordimiento. Al grito de “España sí, Rusia no”, primero mataron a los cuadros políticos y sindicales de la localidad. Después, a decenas de jóvenes asturianos y leoneses capturados en alta mar tras el derrumbe del Frente Norte.
El antiguo Colegio Apóstol Santiago de los Padres Jesuitas de Camposancos, germen de las universidades de Deusto y Comillas a finales del siglo anterior, se había convertido en la prisión central de la provincia. Tras los primeros meses del golpe, camionetas procedentes del puerto de Baiona abarrotaron con presos las mismas aulas en las que se habían formado desde presidentes del Gobierno, como Portela Valladares, hasta filósofos como Antón Losada Diéguez, En 1938, el traslado a sus dependencias del Tribunal Militar número 1 de Asturias lo convirtió en uno de los principales campos de concentración de Galicia. Casi 3.000 presos convivieron con el hambre, la tuberculosis y un frenético ritmo de cuatro consejos de guerra al día hasta su clausura tres años después.
Aunque el paso del tiempo y la oscuridad de las noches envalentonaron furtivas flores en la fosa común del camposanto guardés, la memoria de los represaliados se conservó en el dolor privado de sus familias durante casi cincuenta años. En el colegio, la posguerra devolvió sus llaves a la Compañía de Jesús y nuevos alumnos, ajenos por imposición a lo allí sucedido, sufrieron los rigores del invierno en las mortecinas salas del edificio. Fue el fin de la dictadura y el empeño de supervivientes del genocidio los que socializaron el relato íntimo del sufrimiento acumulado. En 1986, la bandera tricolor volvía a ondear junto al humilde monumento de mármol que parientes y vecinos irguieron en recuerdo de los 174 asesinados en el cementerio de A Guarda.
Pero ahora, la maleza vuelve a enzarzar el olvido sobre su dignidad. Fallecidas ya prácticamente todas las voces protagonistas y testimoniales de aquellas penurias, el decrépito colegio es la última herida palpable de la opresión franquista. Aunque allí ya nada lo sugiera. Sobre la corroída estructura del edificio de tres torreones, plantado al borde de la hoz del Miño, la desidia carcome fachadas, suelos y una señorial galería de 82 metros de longitud. Mientras el viento siembra salitre por las enormes hendiduras de paredes y ventanas, la humedad se vuelve charco en aquellas estancias en las que los tejados dejaron de ejercer como tales hace ya tiempo. Desde los noventa, cuando las últimas reformas se llevaron a cabo, la finca permanece condenada al más cruel ostracismo. En los despachos del Ayuntamiento guardés incluso aseguran desconocer a quién pertenece la propiedad.
Pero lo cierto es que en 2006 existían grandes planes para ella. La mercantil Valery Karpin, SL había llamado a la puerta del consistorio con una propuesta de convenio urbanístico para actuar sobre los terrenos de los religiosos. La corporación municipal, gobernada en minoría por el PP, encargó entonces el estudio de la oferta a la consultora Mur&Clusa Associats. El informe sobre la viabilidad económica del proyecto, centrado en la construcción de una lujosa urbanización de viviendas unifamiliares, destacaba su “singularidad como producto inmobiliario” por tratarse de una actuación sita “en la mejor ubicación” del municipio y, por tanto, “con las mejores expectativas de precios futuros”. A cambio, la empresa se comprometía a asumir la conservación de “las ruinas existentes y el muro perimetral de fábrica” así como “las especies arbóreas de gran porte existentes” al ser integrantes del patrimonio cultural del municipio.
Con aquel suculento horizonte, a cinco días de las elecciones municipales de 2007, PP y PSOE sacaron adelante el convenio urbanístico con el que se modificaba la categoría de la parcela del antiguo colegio, de 71.000 metros cuadrados de suelo calificado como rústico, en dos zonas de suelo urbano consolidado, de 14.000, y no consolidado, de 57.000. La recalificación suponía un gran incremento de la edificabilidad en los terrenos, de entre el 65% y el 100%, justificada por populares y socialistas como compensación por los gastos de rehabilitación y ejecución de dotaciones públicas a cargo de la promotora, y tachada de ilegal por el BNG “por incumplir la Lei do Solo”.
Más allá de la polémica, la materialización del proyecto requería la incorporación posterior del convenio al nuevo Plan Xeral de Ordenación Urbanística. Pero cinco años y varias modificaciones después, este sigue sin aprobarse. Según José Manuel Domínguez Freitas, regidor socialista de A Guarda desde 2007, el proyecto se presentará en pleno para su aprobación inicial “en los próximos meses”, incluyendo el convenio vigente con la promotora dado que “sigue existiendo interés en el Ayuntamiento por el desarrollo urbanístico”. Mientras, desde las oficinas de Valery Karpin, SL la única respuesta es la de su contestador automático.
El jesuita Benito Santos, cura en la parroquia viguesa de San Francisco Javier, aclara, sin embargo, que nada prevé cambios en la calamitosa situación actual. “Existió una negociación entre la Compañía de Jesús y la inmobiliaria del exfutbolista en la que se apalabraron 1.200 millones de las antiguas pesetas, pero las cosas se complicaron. Al final, la venta no se realizó ni tiene visos de producirse”. Sin nadie preocupado por su mantenimiento ni conservación, la identidad de una época se derrumba en silencio: “Es un verdadero milagro que aún no haya ardido todo”.

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