luns, 6 de maio de 2013

De militares en la Guerra Civil a maestros del 'espíritu nacional'


La represión franquista depuró a cerca de 60.000 maestros republicanos. Para ocupar sus vacantes el régimen convocó las llamadas "oposiciones patrióticas", a las que sólo podían presentarse excombatientes, excautivos y mutilados de guerra.
ALEJANDRO TORRÚS Madrid 28/04/2013 publico.es
Depuración de Pilar Ponzán, mestra de Huesca
El 18 de julio de 1936 la enseñanza española estaba de vacaciones. Juan Larreta, director de 'Las escuelas graduadas de Treviana' (La Rioja) se encontraba un día después del levantamiento militar en la escuela junto a su hijo mayor. Pocos maestros podrían imaginar que nunca más regresarían a sus puestos de trabajo y que se convertirían en uno de los gremios más perseguidos por la represión franquista. Juan sí que se lo imaginó. Por eso, cuando recibió el bando de Mola de la mano de unos requetés le dio un beso a su hijo, le dijo que cuidara de sus hermanos y emprendió su breve y fatídica huida. Apenas unos días después, el 26 de julio de 1936, Juan Larreta fue fusilado tras ser 'paseado' por varias localidades donde era conocido.
Los maestros que no fueron fusilados como Larreta tras el 18 de julio sufrieron las llamadas depuraciones. Hasta 60.000 maestros fueron examinados ideológicamente durante la Guerra Civil y los primeros años de dictadura franquista. Otros tantos, como el propio Larreta sufrieron las dos suertes. Este maestro fue asesinado en 1936 y apartado de la profesión tras un expediente depurador en 1939.
 “Mi abuelo no tuvo ni la oportunidad de despedirse de sus hijos pequeños. Decidió salir huyendo pero lo cogieron. Una vez asesinado le retiraron la licencia para ejercer el magisterio. A sus hijos los echaron de la casa familiar y los internaron en la beneficencia. En el documento de ingreso indica que ingresaban por “pobres” y no porque su padre había sido asesinado durante la guerra”, explica a Público Asun Larreta, nieta de Juan.
Los maestros de escuela fueron uno de los cuerpos profesionales más perseguidos durante la represión franquista. Un decreto de 8 de noviembre de 1936, firmado por Franco, apunta que es “necesario” una “revisión total y profunda en el personal de Instrucción Pública (…) extirpando así de raíz esas falsas doctrinas que con sus apóstoles han sido los principales factores de la trágica situación a la que fue llevada nuestra patria”.
El profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona Francisco Morente Valero y autor de la obra La Depuración del Magisterio Nacional explica a Público cómo se hizo esa “revisión total y profunda” de los profesores: “En primer lugar, matando a muchos de ellos. No hay datos exactos del número de maestros y profesores asesinados durante la guerra, pero fueron sin duda algunos centenares de maestros y varias docenas de profesores de enseñanza media y universidad”.
“Además, se organizó una depuración político-profesional de todos los cuerpos docentes. Todos los profesores y maestros fueron sometidos a un expediente de depuración como paso previo para confirmar o no sus derechos profesionales. Quienes no superaron el expediente con total limpieza fueron sancionados de formas diversas y en los casos más extremos fueron separados definitivamente de la enseñanza”, explica Morente Valero.
Este es el caso de Pilar Ponzán Vidal, maestra de una escuela de Jaca (Huesca) cuyo expediente de depuración sentenció la “separación definitiva e inhabilitación para cargos dirigentes y de confianza”. “Los expedientes estaban integrados por los cuestionarios rellenos por el alcalde de la localidad, el cura párroco, el jefe de puesto de la Guardia Civil y un ciudadano de 'entidad relevante'. Con todo este material, la Comisión emitía su dictamen”, explica a Público el historiador Herminio Lafoz. En el caso de Pilar fue separada definitivamente. No obstante, no fue lo más trágico. Pilar también fue sometida a un Consejo de guerra en el que se pidió la pena de muerte por “votar izquierdas”, “leer prensa de izquierdas” e ir “poco a la Iglesia”, entre otros cargos.
El motivo de esta persecución, explica Morente Valero era garantizar que en las escuelas de la nueva España no hubiera maestros que enseñasen nada contrario a los fundamentos del nuevo régimen. “Pero la depuración garantizaba además otras cosas: creó vacantes para poder colocar a personal adicto y tenía una función intimidatoria; incluso aquellos que habían pasado por la depuración sin problemas sabían a lo que se exponían si se alejaban de lo que el régimen esperaba de ellos”, analiza Morente.
Colocar a personal adicto al régimen
La colocación de personal en las escuelas, institutos y universidades se hizo de diversa manera. Mediante un decreto de 6 de julio de 1940 Franco nombró a cerca de 2.000 oficiales del ejército franquista, la mayoría alféreces provisionales, “maestros propietarios” de escuela. “El objetivo era doble: dar trabajo a gente que había que desmovilizar una vez acabada la guerra, y garantizar que esos maestros iban a ser franquistas de una pieza”, explica Morente.
El número de oficiales reciclados, sin embargo, no fue suficiente para llenar las vacantes de los profesores expulsados por lo que al año siguiente, en 1941, hubo una nueva convocatoria. A esta fórmula de 'conversión' hay que añadir otra: las llamadas “oposiciones patrióticas” a las que sólo podían presentarse excombatientes, excautivos, mutilados de guerra -y sus respectivos familiares-.
A las características personales de los nuevos se añade el curso obligatorio de “orientación y perfeccionamiento” para los maestros en ejercicio con la finalidad de inculcar los “nuevos valores” de la España franquista con lecciones como "Falsedad de los principios básicos de la "Nueva Educación"; "Cómo despertar el Catolicismo en la Escuela"; "Héroes y figuras de nuestra Cruzada", "Jesucristo, ejemplar perfecto del maestro cristiano".
El cambio del paradigma educativo con la llegada de la dictadura franquista fue radical. De las teorías de la Institución Libre de Enseñanza fundada por Francisco Giner de los Ríos, de las que había bebido la educación republicana, se pasó a la escuela nacional-católica caracterizada por el integrismo desde el punto de vista religioso, la autoridad, la jerarquía y el patriotismo.
"La Dolores"
Antonio Gil, miembro de la Memoria Histórica de San Fernando (Cádiz), recuerda para Público sus años de colegio en la educación franquista. “Todos los 'maestros' que padecí hasta el 68 o el 69 no lo eran. Eran falangistas o personal civil del antiguo cuerpo de “Maestranza” de la Armada nombrados a dedo por los señores de la guerra, por los alcaldes-militares o los mandos falangistas”, explica Gil, que asegura que recuerda, muy especialmente, a uno de ellos. A Don Carmelo Maura Gutiérrez. “El más vil, el más cobarde y el que más secuelas nos dejó”, apunta.
Antonio acudió a la escuela fundada por Maura Gutiérrez en el mismo domicilio del profesor. Sus dos primeras horas de clase estaban basada en la lectura de “rosarios” y “catecismo”, tiempo en el que compartían aula con las chicas. A las 11 horas las niñas se iban a otra habitación donde recibían clase de la hija de Gutiérrez.   
El resto de la mañana, hasta las 14.00 h, los niños estudiaban 'Formación para el espíritu del Movimiento Nacional'. Había que esperar hasta la tarde para que recibieran alguna lección de aritmética y gramática que se intercalaba con “la lectura de los escritos de José María Peman” o “las hazañas del heroico caudillo o la vida de José Antonio”. “Las dos horas para ir a casa a comer, los castigados nos teníamos que quedar, de rodillas, esperar a que un hermano o tu madre te trajese la comida en una fiambrera y comer arrodillado con la comida apoyada en el asiento del pupitre”, relata Antonio, que señala que lo que más recuerda es “La Dolores”, una vara de acebuche de metro y medio de larga que Don Carmelo llevaba siempre entre las manos.
“Otra cualidad del 'maestrito' era su odio enconado hacia los que el llamaba 'los tullíos', niños que padecían algún tipo de deficiencia física, bizcos, cojos. Teníamos un compañero del que recuerdo su apellido, Carbonell, que tenía en una pierna las secuelas de la poliomielitis, andaba con muletas y le costaba media vida mantenerse de pie mientras se cantaba el Cara al sol. Un día, como castigo, lo colgó del perchero que había junto a la puerta y allí le mantuvo durante media hora. Este incidente corrió como la pólvora en los cuchicheos de la gente, pero nunca tuvo consecuencias ni hubo denuncia alguna contra el maestro”, concluye Antonio Gil.

Ningún comentario:

Publicar un comentario