venres, 29 de xuño de 2012

Medio siglo amando a la Chica de Ipanema


Por: Diego A. Manrique | 18 de junio de 2012
Ya deben estar preparados. Me refiero a los programas, los reportajes, los especiales dedicados a los 50 años del nacimiento de Garota de Ipanema. Y volverán a contarse las anécdotas. Que la canción realmente no se compuso en el bar Veloso, donde los lobos de la bossa nova veían cimbrearse a la futura Heloísa Pinheiro, rumbo a la playa de Ipanema. Ella pudo ser la inspiración pero, en el verano de 1962, Antonio Carlos Jobim componía en su apartamento y Vinicius de Morâes escribía las letras en su casa de Petrópolis. Dos profesionales, no simples bohemios de farra.La letra incluía, más que un engaño, un despiste: generalmente, ella no iba al mar, sino a hacer recados-para-mamá. En realidad, se trataba de un espejismo. Heloisa, Helô para sus amigas, NO ejercía de chica de Ipanema, en el sentido habitual: ni sexualmente liberada ni dedicada a un oficio bonito
Helô era maestra de primaria, producto de una familia conservadora (su padre, general de Caballeria, sería censor de prensa en los años duros del gobierno militar), aunque marcada por el divorcio de sus mayores. Su madre vigilaba para que llegara virgen al matrimonio: le esperaba un buen partido, un rico heredero. Dado que los autores de Garota de Ipanema eran hombres maduros (y casados), inicialmente no identificaron al objeto de sus deseos y hubo bastantes candidatas el título de Chica de Ipanema. Hasta que Vinicius lo largó en una entrevista. Jobim fue más discreto: todavía intentaría seducir a Helô antes de que se pasara por el altar.
¿Una canción engendrada en estado de gracia? Hasta cierto punto: hubo una primera encarnación, Menina que passa, donde el texto acentuaba el cansancio existencial del narrador, enfrentado con la natural sensualidad de aquella bella de larga melena. En el segundo intento, brotó Garota de Ipanema. Se estrenó en agosto, en un espectáculo musical del club Bon Gourmet, en la cercana Copacabana, que protagonizaban Jobim, Vinicius, Joâo Gilberto y Os Cariocas. Debutó en microsurco allá por enero de 1963, en la voz de Pery Ribeiro.

La Garota  llegó con una flor en el culo, si se me disculpa la expresión. Podía haberse quedado en el limbo de la bossa nova, caviar para cariocas exquisitos de clase media y alta, pero tres meses después se grababa en Nueva York, traducida al inglés,  ya pensada para el mercado internacional: The girl from Ipanema. Desde 1961, algunos jazzmen estadounidenses investigaban en aquel filón tropical. Y los chicos de la bossa amaban con pasión el jazz fino. Al productor Creed Taylor se le ocurrió juntar el saxo sedoso de Stan Getz con aquellos simpáticos brasileños: Tom Jobim, Joâo Gilberto y su entonces esposa, Astrud; Milton Banana y Tiâo Neto en la sección de ritmo. Para la versión en single, Taylor dió tijeretazo a la voz de Joâo y privilegió la de Astrud, con lo que el retrato quedó feminizado, sexualmente ambiguo, aún más susurrante de lo habitual.
Si no fuera una música tan lánguida, diríamos que aquel disco –hoy diríamos, de crossover- electrizó al planeta. Universalizó la bossa y puso en órbita la carrera de todos los implicados. Hasta cambio la vida de la destinataria, convertida en encarnación del mujerío brasileño.
Inevitablemente, cuando se evaporó la fortuna de su marido, Helô salió a buscarse la vida. Actriz de culebrones, presentadora de TV, lo normal. Incluso fue portada de Playboy, primero como fruta madura (1987) y, al borde de los sesenta años, en compañía de su hija (2003). ¿Qué hubiera pensado su padre general?
Heloisa también montó unas boutiques de ropa playera, bajo la marca de….¡adivinen!…Garota de Ipanema. En 2001, los herederos de los (fallecidos) autores quisieron obligarla a prescindir de unas camisetas que reproducían la partitura original. La indignación fue general: ¿no podía la musa beneficiarse de la creación que inspiró? El juez se sumó al sentimiento de todo Brasil y desechó la demanda. Aparte, ella no fue ni la única ni la primera. Desde 1967, el citado bar Veloso, refugio de Jobim y Vinicius, se rebautizó como Garota de Ipanema. Ese año, también se rodó una película serie B con el mismo nombre. Hasta Carlos Vergara pintó uno de sus dinámicos cuadros pop con ese título, el encuentro de dos amantes que corren hasta fundirse en un abrazo.

Todavía hoy, la Garota de Ipanema musical irradia gracia, elegancia, seducción. Nos retrotrae, como ocurre con algunos capítulos de Mad men, a un mundo tan cool como aberrante. Me explico: existe un magnífico libro de Ruy Castro, Ela é carioca, un diccionario de 231 entradas –personas, lugares, establecimientos- que cubre la era dorada de Ipanema, entre 1910 y 1970.

El tomo provoca nostalgia por aquel barrio hedonista y luminoso, donde vivir era barato y los emigrantes europeos se integraban rápido. Hasta que adviertes una anomalía: realmente ¿estamos en Rio de Janeiro? Ocurre que, en sus abundantes fotos, no aparecen negros, excepto los pocos que están trabajando: músicos, vendedores callejeros. Ruy de Castro no deja de destacarlo, al señalar los apuros de uno de los pocos vecinos de color, el guapo actor Zózimo Bulbul: cada poco tiempo, era detenido por policías que no podían creer que un negâo viviera allí. Incluso en los primeros años setenta, Ipanema era un paraíso reservado para artistas y profesionales liberales…siempre que fueran blancos. No lo llamen apartheid; llámenlo viejo Brasil, indiferente a su propio racismo.

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