venres, 4 de xaneiro de 2013

El reloj de Nagasaki


Ánxel Grove 27 diciembre 2012. 20minutos.es
“Hecho de polvo y tiempo, el hombre dura menos que la liviana melodía que sólo es tiempo“, escribió el infinito Borges, quizá en la no menos perdurable extensión de una noche de pérdida en las dunas del insomnio.
Shōmei Tōmatsu, nacido en 1930 en Nagoya, una ciudad cuya etimología japonesa conduce a la palabra pacífico, amplió la sentencia del escritor en la foto que encabeza esta entrada: un reloj de pulsera detenido a las 11:02 horas del 9 de agosto de 1945, momento exacto en que una bomba atómica de los EE UU explotó sobre Nagasaki, una ciudad pesquera colonizada por portugueses y españoles cuya etimología no conduce a ningún significado preciso. Tras los 3.900 grados centígrados a los que la fisión nuclear elevó la temperatura ambiente, toda ley etimológica dejó de ser necesaria.
Como Borges, Tōmatsu es un poeta, acaso el más poético de los fotógrafos contemporáneos. Cuando en 1961 una revista le encargó retratar el corolario del asesinato masivo (150.000 cadáveres a las 11:02) un cuarto de siglo después, el fotógrafo se detuvo en una botella derretida hasta el punto de parecer el Cristo de una capilla rural española o portuguesa, las tumbas de un cementerio todavía volteado, un reloj recuperado del brazo de un anónimo habitante de Nagasaki que estaba a 700 metros del epicentro de la explosión…
Hace dos semanas, en este blog y también en la sección de cada jueves, Xpo, dedicada a la fotografía, quienes las hacen y quienes se dejan hacer, hablé de otra foto de Nagasaki: la de un niño sosteniendo el cadáver de su hermano chico en espera de cremación. La imagen contenía, intentaba abreviar, la hiel, el absurdo, la desdicha, infinita como el tiempo, que se concentró en el segundo en que el tiempo dejó de existir, también carbonizado.
Vista desde la amnesia la foto de Tōmatsu puede ser una metáfora de un sol derrotado. También, claro, el bosquejo de una bandera opcional de Japón: un mecanismo que mide el tiempo en torno a un trapo blanco que configura una levísima orografía bajo el peso del reloj calcinado.
Imagino al fotógrafo preparando el bodegón en un estado de trance en el que tal vez pidió la ayuda de los dioses de la amnesia.
Admiro a Tōmatsu. Creo que es uno de los, digamos, tres grandes fotógrafos vivos —los otros dos también son japoneses—. Si tuviese dinero, ese arcano, compraría copias de muchas de sus fotos, todas las que inserto tras este post, para colocarlas en una pared virgen y componer una cartografía ante la cual perderme.
Siempre imagino a Tōmatsu, sin embargo, en el momento previo a la foto del reloj de Nagasaki, sosteniendo con dedos de cristal la esfera liviana y muerta para tejer la bandera que todos deberíamos alzar con cada amanecer.

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