venres, 29 de marzo de 2013

El juicio a Ríos Montt enfrenta a Guatemala con el horror de los ochenta


ASÍ LO CONTÓ EL PAÍS EN 1982
El anciano general tendrá que responder por 15 matanzas de indígenas cometidas en 1982
Los familiares han luchado durante años para logar sentarlo este martes en el banquillo

Después de una lucha de años, contra viento y marea, los familiares de las víctimas de las brutalidades del exgeneral Efraín Ríos Montt podrán ver este martes en el banquillo, juzgado por crímenes contra la humanidad, al hombre que marcó la segunda mitad del siglo XX en Guatemala. Tiene 86 años. Sin descartar aún que los abogados logren un nuevo aplazamiento con alguna treta legal, el juicio enfrentará a Guatemala con el espanto de la guerra contra los movimientos izquierdistas en los años 80. Lo que comienza este martes, 19 de marzo, es un relato, por fin en sede judicial, de los traumas que aún sangran en el país centroamericano.
El 23 de marzo de 1982, un grupo de oficiales jóvenes del Ejército de Guatemala, cansados de la corrupción imperante en la cúpula militar que detentaba el poder y cuya brutalidad había dejado al país aislado del contexto internacional, depuso al sanguinario general Romeo Lucas García y elevó al poder a un general retirado de 55 años llamado Efraín Ríos Montt.
Sin que los “jóvenes oficiales”, en su mayoría tenientes y capitanes, lo sospecharan, su decisión de aupar a Ríos Montt abría un capítulo de la historia de Guatemala que estaría marcado por la errática personalidad del viejo general. Fue jefe del Estado durante 16 meses. Pero su protagonismo político en el pequeño país centroamericano ha durado tres décadas, hasta que el 14 de enero de 2012, entregó su acta de diputado y se retiró de la vida política.
El breve mandato de Ríos pasará a la historia como un periodo de represión indiscriminada contra la población civil que “servía de sustento” a la subversión izquierdista. La doctrina de la tierra arrasada, versión del “quitarle el agua al pez” que los franceses aplicaron en Argelia y los norteamericanos perfeccionaron en Vietnam, se convirtió en el primer mandamiento de los Ejércitos latinoamericanos de los años setenta y ochenta. En Guatemala, oficiales argentinos formados en las academias francesas llegaron a ser asesores muy valorados.
Los informes citados por organizaciones humanitarias estiman que durante el mandato de Ríos Montt, unos 10.000 guatemaltecos, en su mayoría indígenas, fueron víctimas de ejecuciones extrajudiciales y sus cuerpos sepultados en fosas comunes o dejados a merced de las aves de rapiña. La represión feroz obligó al campesinado a buscar refugio en campamentos mexicanos. Hubo más de 100.000 desplazados. El informe de la CEH documenta 448 aldeas literalmente borradas del mapa.
No obstante, en el juicio señalado para hoy, Ríos Montt y el que fuera su jefe del temido servicio de inteligencia (la G-2), José Mauricio Rodríguez Sánchez, solo deberán responder por 15 masacres ocurridas en el área conocida como Triangulo Ixil (Quiché, norte). Los hechos costaron la vida a 1.771 personas. De acuerdo con el informe de los forenses, “un 43% de los esqueletos exhumados corresponden a niños de entre cero y 12 años y más del 50%, a mayores de 50 años”.
Antes de entregar el poder a los civiles en 1985, el Ejército destruyó todos los documentos “comprometedores”, lo que impide determinar con exactitud el alcance de la represión y la responsabilidad de los mandos. Pero los informes sobre la Recuperación de la Memoria Histórica (Remhi), del malogrado obispo Juan Gerardi, y el de la Comisión de Esclarecimiento Histórico (CEH), patrocinada por la ONU, permiten una aproximación a lo ocurrido.
Al respecto, los defensores de Ríos Montt, que no niegan la “existencia de las víctimas”, insisten en que no hay manera de probar que la orden de exterminio emanara del entonces jefe de Estado. La Fiscalía, por su parte, argumenta que los sindicados no pueden eludir su responsabilidad, “porque como máximas autoridades de las fuerzas castrenses eran informados de los operativos desarrollados por el Ejército”.
La cadena de mando estaba encabezada por Ríos Montt, en su calidad de jefe del Estado y Comandante General del Ejército; Óscar Humberto Mejía Víctores, ministro de Defensa; y Héctor Mario López Fuentes, jefe del Estado Mayor Presidencial. Estos dos últimos se han librado de ser enjuiciados por razones de salud.
El auge de Ríos Montt, el hombre que, guste o no, marca la historia de la Guatemala de la segunda mitad del Siglo XX, hay que buscarlo en la ausencia de líderes, exterminados por los militares, y en la corrupción con que estos manejaron el país desde las más altas instancias de poder.
A principios de los 80, Guatemala atravesaba una situación de guerra interna. En Nicaragua, los sandinistas habían derrocado al dictador Anastasio Somoza. Las guerrillas salvadoreñas demostraban una fortaleza que hacía viable su ascenso al poder. En Guatemala, los rebeldes ejercían dominio sobre amplios territorios, particularmente en el altiplano de población mayoritariamente indígena.
Como contrapartida, las sucesivas dictaduras militares, disfrazadas de democracia por medio de elecciones amañadas, estaban totalmente agotadas. La corrupción y la brutalidad de la represión, que alcanzó una de sus cotas más altas con el salvaje asalto a la Embajada de España el 31 de enero de 1980, hacía que el régimen, totalmente aislado del mundo, se tambaleara. La operación para salvar a Guatemala precisaba de un líder carismático, capaz de dar un golpe de timón a la nave del Estado, totalmente a la deriva.
Para el analista Gustavo Berganza, el contexto histórico es determinante en la deriva político-represiva de Efraín Ríos, quien sufrió la presión de la administración de Ronald Reagan para salvar a Centroamérica del comunismo internacional. Y lo hizo con medios limitados. Estados Unidos le había quitado toda la ayuda militar, por la apuesta del anterior mandatario, Jimmy Carter, en favor de los derechos humanos. Esto permitió a los militares tener una gran autonomía a la hora de enfrentar a la guerrilla. “El hecho de no depender de los militares estadounidenses, como sucedió en El Salvador, hizo que la guerra en Guatemala tomara derroteros diferentes, con asesores israelíes y argentinos. Estos últimos, auténticos maestros de la represión en el continente”, enfatiza.
Para el historiador José Cal, “fue durante los Gobiernos de Romeo Lucas García (1978-1982) y de Efraín Ríos Montt (marzo de 1982 a agosto de 1983) cuando la represión alcanzó su clímax, con ataques directos a las poblaciones civiles. El avance de la guerrilla era evidente. Había creado una base social en estas comunidades, mientras que otras poblaciones se oponían a los controles que el Ejército ejercía sobre ellas. Esto permitió el exterminio masivo de poblaciones y la represión generalizada a cualquier manifestación de oposición política”.
Con respecto al resultado del juicio, el historiador cree que “fruto de la presión internacional”, lo más probable es una condena, aunque recuerda que, por el otro lado, hay poderes fácticos, como la Asociación de Veteranos Militares de Guatemala (Avemilgua) que anuncian, recurriendo incluso a la amenaza abierta, que no permitirán la prisión de oficiales “que salvaron a Guatemala de la amenaza del marxismo”.
Gustavo Berganza señala que, de alguna manera, es un despropósito el que solo se procese a Ríos Montt, a quien se le carga toda la responsabilidad de 36 años de guerra. “Él no es el único causante de las 50.000 muertes por las que se le sienta en el banquillo”.

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