xoves, 7 de marzo de 2013

Jake McNiece, inspirador de ‘Doce del patíbulo’


Su unidad de paracaidistas, los Trece Asquerosos, adquirió fama legendaria
 “Dios no sabía si enviarme al cielo o al infierno, temía que en los dos sitios pudiera montar una buena”. Esa es la explicación que Jake McNiece daba tanto a su longevidad como al hecho de haber sobrevivido a la II Guerra Mundial pese a participar en las acciones y combates más peligrosos. Al final, Dios se decidió el pasado 21 de enero y McNiece murió en la casa de su hijo en Illinois, a los 93 años. No ha trascendido si el viejo salvaje, humorista y condecorado paracaidista de las Águilas Chillonas se marchó gritando el lema de su regimiento: “¡Currahee!” (en cherokee, "nos bastamos solos").
McNiece era el último de un legendario grupo de soldados que formaba parte del 506º regimiento paracaidista de infantería de los EE UU (parte de la división 101º Aerotransportada), los Trece Asquerosos (o muy sucios, en inglés Filthy Thirteen), a los que se tiene por la inspiración de los novelescos y cinematográficos Doce del patíbulo (Dirty Dozen, “doce sucios”, en inglés). Los Trece Asquerosos eran en puridad la sección de demolición y sabotaje de la compañía de Plana Mayor del regimiento. Estaban encargados de misiones casi suicidas detrás de las líneas alemanas como punta de lanza de las operaciones. McNiece, con grado de sargento, fue el líder y el alma de la unidad que inicialmente era de 13 hombres y conservó el nombre aunque sus efectivos se fueron incrementando durante la guerra.
En cuanto a lo de asquerosos, el propio McNiece explicaba que se pusieron el mote porque iban siempre muy sucios a causa del continuo entrenamiento y decidieron no asearse ni afeitarse más que ocasionalmente, una vez a la semana y gracias. Tenían asimismo a gala no lavar nunca sus uniformes. Camorristas, borrachines, rudos e indisciplinados, los Trece Asquerosos se jactaban de no saludar jamás a los mandos y de no respetar ninguna de las convenciones militares que no atañeran directamente al combate. Todo lo que no tuviera que ver con matar alemanes les parecía irrelevante. Eran el terror de la policía militar, se les degradaba constantemente (McNiece bromeaba que no estaba seguro de qué rango había alcanzado) y pasaban en el calabozo buena parte del tiempo que no estaban luchando.
Puede sonar simpático, pero con los alemanes, y esto los relaciona no solo con los Doce del patíbulo sino con los tarantinianos malditos bastardos de Aldo el Apache, eran tremendos: no tomaban prisioneros —“¿Qué íbamos a hacer con ellos detrás de sus líneas?”— y hasta liquidaban a los heridos. “La guerra es la guerra, un infierno, estás allí para matar enemigos”, justificaba el anciano McNiece.
Con los Trece Asquerosos, McNiece —al que se puede reconocer en esas famosas fotos de paracaidistas antes del Día-D con el pelo cortado a lo mohawk y poniéndose unos a otros pinturas de guerra (idea suya: él tenía sangre choctaw por parte de madre)—, participó en la acción aerotransportada previa al Desembarco de Normandía con el objeto de volar puentes para impedir la concentración de tropas enemigas y luego en la Operación Market Garden. Posteriormente (parece que por huir de una sanción), se unió como voluntario a los Pathfinders del regimiento, otro grupo de extremo riesgo dedicado a señalar, lanzándose ellos previamente, las zonas de salto de las tropas paracaidistas. Con los Pathfinders participó en la batalla de las Ardenas en la operación clave para llevar suministros a la asediada Bastogne. En total, realizó cuatro saltos de combate (también se lanzó tras la Línea Sigfrido para ayudar a un grupo de tanques de Patton aislados), algo extraordinario. “La supervivencia media de un paracaidista era de un salto y medio”, subrayaba McNiece.
Había nacido en 1919 en Maysville, Oklahoma, el noveno de diez hermanos. Bajo y delgado pero muy duro, su habilidad en el fútbol americano le sirvió para poder estudiar aunque la familia se hundió en la pobreza con la Depresión. Trabajó como bombero, y ahí aprendió el uso de explosivos para derruir edificios quemados. En sus leidísimas memorias —The Filthy Thirteen: From the Dustbowl to Hitler's Eagle's Nest (Casemate, 2003) explica que era bueno cazando y gozaba de una sensacional visión periférica. En 1942 se enroló en los paracaidistas para escapar a la justicia, tras una pelea de borrachos en la que casi mata a un hombre. Dada su familiaridad con los explosivos, lo apuntaron a demoliciones.
Aunque en realidad nunca existió en el ejército de los EE UU una unidad de convictos y ellos no eran criminales, McNiece aceptaba que había conexiones entre los Trece y los Doce. Decía que el personaje que más se le parecía era el de Lee Marvin (a ver, no iba a identificarse con Telly Savallas). Tras licenciarse, trabajó durante 28 años en el Servicio Postal en Ponca City, aunque nunca dejó de relacionarse con círculos de veteranos y dar testimonio de aquella guerra “que había que librar”.
El viejo paracaidista estaba en posesión de numerosas condecoraciones, entre ellas cuatro Estrellas de Bronce, dos Corazones Púrpura y la Legión de Honor francesa. Más difícil de explicar es que tuviera también la Medalla de... Buena Conducta.

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