venres, 6 de setembro de 2013

Haifaa Al Mansour, rompedora cineasta saudí


Su película ‘La bicicleta verde’ fue el primer filme rodado en Arabia Saudí, donde las salas de cine están prohibidas

Haifaa Al Mansour se considera tímida y, pese a ello, se ha convertido una rompedora: es directora y guionista de La bicicleta verde,el primer filme rodado en su totalidad en Arabia Saudí. La película, con la que se abrió el pasado viernes la 28ª edición del Festival Internacional de Valencia, Cinema Jove, nació de la necesidad de encontrar su voz.
Poca timidez se aprecia al conversar con ella. Al Mansour, 37 años, es de las que no callan. Mentir no miente y la mejor muestra es su película, una historia honesta, personal y optimista centrada en una niña de 11 años, Wadjda (título original de la cinta), que vive en una barriada del Riad actual y lucha por conseguir una bicicleta para echar carreras con su amigo Abdullah en una sociedad donde este medio está prohibido a las mujeres. “Es un fragmento de vida, de mi vida, intimista y dulce que celebra mi cultura a la vez que muestra con honestidad y sin ofender lo difícil que es el día a día de ser mujer en Arabia Saudí”, resume la realizadora de su ópera prima.
Lo de “sin ofender” lo repite innumerables veces. Quizá porque Haifaa Al Mansour quiere atraer a los suyos a un diálogo sobre la situación de la mujer en su país de origen. Es un diálogo difícil para una mujer y para una cineasta. Para empezar, los cines están prohibidos en Arabia Saudí y la industria del cine no existe. La televisión es un buen campo de cultivo, donde abundan las telenovelas y los musicales. Pero nada más. El cine no existe más allá de las producciones de aficionados. “Por eso quise escribir una historia donde se escuchase mi voz, las voces de todas las mujeres que como yo quieren hacerse oír, pero sin necesidad de confrontación. Estoy cansada de oír discusiones que no llevan a nada”.
Ella describe a la heroína de su película como la niña que le habría gustado ser, inspirada en una de sus sobrinas. Todos los personajes forman o han formado parte de un modo u otro de su vida. Pero también es fácil ver en Wadjda, y sobre todo en sus intentos de conseguir su bicicleta jugando dentro del sistema, a esta cineasta que incluso dentro de una sociedad segregada y sexista como en la que nació logra conseguir lo que quiere: hacer la película.
Porque Al Mansour, la octava de 12 hermanos (todos ellos de los mismos padres), se crió en un hogar “tradicional”, donde su madre hubiera preferido que fuera médica a cineasta pero donde siempre quisieron que fuera feliz. “Claro que hubo presión, sobre todo de esa otra familia que le decía a mi padre eso de: ‘usted es un hombre de honor ¿cómo consiente que su hija salga en la televisión?’, recuerda. En aquellos años su familia le pedía que no diera su apellido en público para evitar la vergüenza.
El cine no fue un acto de rebeldía. Con tanto hijo, su padre les organizaba maratones de vídeos en casa para entretenerlos con películas populares de Bruce Lee, Jackie Chan o Disney. Como tantos otros niños recuerda esas proyecciones como algunos de los momentos más felices de su vida. Apoyada por una familia que quería que Haifaa abriera sus horizontes en el extranjero, se fue a estudiar Literatura comparada a El Cairo. Lo malo fue la vuelta, cuando se vio arrinconada en un trabajo de oficina y se convirtió en una presencia invisible, sin voz propia y constreñida en una sociedad que no permite a los hombres y a las mujeres convivir en público.
De ahí nació la necesidad de encontrar un hobby y lo que comenzó como un juego de niña, rodando cortos con la ayuda de sus hermanos, se convirtió en un largometraje coproducido entre un príncipe saudí y una productora alemana e inspirado en otro tipo de cine, como el neorrealista italiano (El ladrón de bicicletas), el del director iraní Jafar Panahi o del afgano Atiq Rahimi. Pero con más optimismo. “Porque siempre ocurren cosas terribles en todo lo que vemos en el cine de Oriente Próximo. Y no digo que no sea cierto pero no es lo normal. No todos los días una mujer es apedreada. Incluso en Arabia Saudí es noticia cuando algo así ocurre. Pero todos los días una mujer no puede ir al trabajo porque no la dejan conducir. Y es el día a día lo que hay que empezar a cambiar”.
El cambio es lento pero Al Mansour cree que existe. Ella tuvo que rodar desde una camioneta oscura, sin poder ser vista en la calle detrás de la cámara por ser mujer y hablando con walkie-talkies con sus operadores y sus actores para conseguir lo que quería. Un rodaje de siete semanas y un presupuesto que rondó los dos millones de euros, que se complicó al filmar en un barrio conservador de Riad donde le resultó imposible trabajar en la calle pese a tener los permisos necesarios.
Se parecía a esos años de su infancia cuando tuvo una bicicleta (por cierto, verde) pero solo podía montar en el patio de su casa, nunca en la calle. Esta vez no se detuvo y, “sin ofender”, los inconvenientes con los que se topó durante la producción la hicieron trabajar más duro.
Encontrar a su protagonista tampoco fue fácil, porque no es posible convocar un casting, pero en la joven Waad Mohammed encontró a su Wadjda, una niña que no habla una palabra de inglés pero que llegó al rodaje escuchando a Justin Bieber. “Esos son los contrastes de Arabia Saudí, un país rico y conservador, donde debajo de todas las tradiciones la gente lleva gafas de sol, iPad, vaqueros”, subraya divertida con esos elementos que ha incluido en la cinta y con un aspecto mucho más cercano a una punk que a la imagen de una mujer árabe tradicional.
Sus hijos vienen a su rescate. Casada con un diplomático estadounidense y madre de dos renacuajos, Al Mansour vive en la actualidad en el emirato de Bahrein porque le gusta estar cerca de su familia y de su cultura. Ahora sus padres están orgullosos de que sea la primera mujer árabe cineasta y su optimismo con su país es grande. “Arabia Saudí está cambiando. No es un cambio radical como en otros países pero se abre camino. No es una sociedad tan monolítica como lo ha sido. Va evolucionando, lento pero evoluciona”, dice.
Quiere que sus hijos aprendan árabe de la misma forma que quiere acercar el día a día de su país al resto del mundo. Por eso la andadura de La bicicleta verde comenzó en la última edición del Festival de Venecia y luego pasó por el Festival de Toronto hasta estrenarla con éxito en Francia y ahora en España de camino, espera, a los Oscar. ¿Por qué no? Pero su verdadero deseo es mostrarla en su país. Quizá no en cines, que siguen sin ser legales, pero al menos por televisión o en DVD. “¿Mi sueño? Que un hombre alquile La bicicleta verde en un videoclub”, sonríe.

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