Por: Julián Casanova | 01 de abril de
2014

Atrás había quedado una guerra de casi mil días, que dejó cicatrices
duraderas en la sociedad española. El total de víctimas mortales,
según los historiadores, se aproximó a las 600.000, de las cuales 100.000
corresponden a la represión desencadenada por los militares sublevados y 55.000 a la
violencia en la zona republicana. El desmoronamiento del ejército
republicano en la primavera de 1939 llevó a varios centenares de miles de
soldados vencidos a cárceles e improvisados
campos de concentración. A finales de 1939 y durante 1940 las
fuentes oficiales daban más de 270.000 reclusos, una cifra que descendió de
forma continua en los dos años siguientes debido a las numerosas ejecuciones y
a los miles de muertos por enfermedad y desnutrición. Al menos 50.000 personas
fueron ejecutadas entre 1939 y 1946.
Los hechos más significativos de la Guerra Civil han sido ya investigados y
las preguntas más relevantes están resueltas, pero esa historia no es un
territorio exclusivo de los historiadores y, en cualquier caso, lo que
enseñamos los historiadores en las universidades y en nuestros libros no es lo
mismo que lo que la mayoría de los ciudadanos que nacieron durante la dictadura
o en los primeros años de la actual democracia pudieron leer en los libros de
texto del Bachillerato. Además, millones de personas nunca estudiaron la Guerra
Civil porque no hicieron Bachillerato o porque nadie les contó la guerra en las
asignaturas de Historia.
Setenta y cinco años después de su final, puede ser el momento de recordar
cinco cosas básicas que todo ciudadano informado debería saber sobre la Guerra
Civil, pero nunca le enseñaron.
1. ¿Por qué hubo una Guerra Civil en España?
En 1936 había en España una República, cuyas leyes y actuaciones habían
abierto la posibilidad histórica de solucionar problemas irresueltos, pero
habían encontrado también, y provocado, importantes factores de inestabilidad,
frente a los que sus gobiernos no supieron, o no pudieron, poner en marcha los
recursos apropiados para contrarrestarlos.
La amenaza al orden social y la subversión de las relaciones de clase se
percibían con mayor intensidad en 1936 que en los primeros años de la
República. La estabilidad política del régimen también corría mayor peligro. El
lenguaje de clase, con su retórica sobre las divisiones sociales y sus
incitaciones a atacar al contrario, había impregnado gradualmente la atmósfera
española. La República intentó transformar demasiadas cosas a la vez: la
tierra, la Iglesia, el Ejército, la educación, las relaciones laborales.
Suscitó grandes expectativas, que no pudo satisfacer, y se creó pronto muchos y
poderosos enemigos.
La sociedad española se fragmentó, con la convivencia bastante deteriorada,
y como pasaba en todos los países europeos, posiblemente con la excepción de
Gran Bretaña, el rechazo de la democracia liberal a favor del autoritarismo
avanzaba a pasos agigantados. Nada de eso conducía necesariamente a una guerra
civil. Ésta empezó porque un golpe de Estado militar no consiguió de entrada su
objetivo fundamental, apoderarse del poder y derribar al régimen republicano, y
porque, al contrario de lo que ocurrió con otras repúblicas del período, hubo
una resistencia importante y amplia, militar y civil, frente al intento de
imponer un sistema autoritario. Sin esa combinación de golpe de Estado,
división de las fuerzas armadas y resistencia, nunca se habría producido una
guerra civil.
Vista la historia de Europa de esos años, y la de las otras República que
no pudieron mantenerse como regímenes democráticos, lo normal es que la
República española tampoco hubiera podido sobrevivir. Pero eso no lo sabremos
nunca porque la sublevación militar tuvo la peculiaridad de provocar una
fractura dentro del Ejército y de las fuerzas de seguridad. Y al hacerlo, abrió
la posibilidad de que diferentes grupos armados compitieran por mantener el
poder o por conquistarlo. El Estado republicano se tambaleó, el orden quebró y
una revolución radical y destructora se extendió como la lava de un volcán por
las ciudades donde la sublevación había fracasado. Allí donde triunfó, los
militares pusieron en marcha un sistema de terror que aniquiló físicamente a
sus enemigos políticos e ideológicos. Era julio de 1936 y así comenzó la Guerra
Civil española.
2. ¿Por qué la propaganda domina a la historia cuando se
trata de la violencia?
Para los españoles, la guerra civil ha pasado a la historia, y al recuerdo
que de ella queda, por la deshumanización del contrario y por la espantosa
violencia que generó.
Los bandos que se enfrentaron en ella eran tan diferentes desde el punto de
vista de las ideas, de cómo querían organizar el Estado y la sociedad, y
estaban tan comprometidos con los objetivos por los que tomaron las armas, que
era difícil alcanzar un acuerdo. Y el panorama internacional tampoco dejó
espacio para las negociaciones. De esa forma, la guerra acabó con la aplastante
victoria de un bando sobre otro, una victoria asociada desde ese momento a los
asesinatos y atrocidades que se extendían entonces por casi todos los países de
Europa.
La apelación a la violencia y al exterminio del contrario fueron además
valores duraderos en la dictadura que se levantó sobre la Guerra Civil y que
iba a prolongarse durante casi cuatro décadas. Por eso, la sociedad que salió
del franquismo y la que creció con la democracia mostró índices tan elevados de
indiferencia hacia la causa de las víctimas de la Guerra Civil y de la
dictadura. Y sigue sin haber acuerdo fácil en esa cuestión, porque todas las
complejas y bien trabadas explicaciones de los historiadores quedan reducidas a
quién mató más y con mayor alevosía. En ese tema, todavía hoy, la propaganda,
con sus habituales tópicos y mitos, suele sustituir al análisis histórico.
3. ¿Cómo se vio y se ve la Guerra Civil española en el
exterior?
Pese a lo sangrienta y destructiva que pudo ser, la Guerra Civil española
debe medirse también por su impacto internacional, por el interés y la
movilización que provocó en otros países. En el escenario internacional
desequilibrado por la crisis de las democracias y la irrupción del comunismo y
de fascismo, España era, hasta julio de 1936, una país marginal, secundario.
Todo cambió, sin embargo, a partir de la sublevación militar de ese mes. En
unas pocas semanas, el conflicto español recién iniciado se situó en el centro
de las preocupaciones de las principales potencias, dividió profundamente a la
opinión pública, generó pasiones y España pasó a ser el símbolo de los combates
entre fascismo, democracia y comunismo.
Lo que era en su origen un conflicto entre ciudadanos de un mismo país
derivó muy pronto en una guerra con actores internacionales. La situación
internacional era en ese momento my poco propicia para la República, y para una
paz negociada, y eso marcó de forma decisiva la duración, curso y desenlace de
la guerra civil española. La Depresión había alimentado el extremismo y minado
la fe en el liberalismo y la democracia. Además, la subida al poder de Hitler y
los nazis en Alemania y la política de rearme emprendida por los principales
países europeos desde comienzos de esa década crearon un clima de incertidumbre
y crisis que redujo la seguridad internacional.
Los mejores expertos sobre la financiación
de la guerra y su dimensión internacional han destacado el
desequilibrio a favor de la causa franquista de suministros de material bélico,
pero también de asistencia logística, diplomática y financiera. Al margen de
las interpretaciones canónicas de un lado o de otro, esos historiadores
subrayan la trascendencia de la intervención extranjera en el curso y desenlace
de la guerra. La intervención de la Alemania nazi y de la Italia fascista y la
retracción, en el mejor de los casos, de las democracias occidentales
condicionaron de forma muy importante, si no decisiva, la evolución y duración
del conflicto y su resultado final.
Pero a España no sólo llegaron armas y material de guerra. Llegaron también
muchos voluntarios extranjeros, reclutados y organizados en las Brigadas Internacionales por la
Internacional Comunista, que percibió muy claramente el impacto de
la Guerra Civil española en el mundo y el deseo de muchos antifascistas de
participar en esa lucha. Frente a la intervención soviética y a las Brigadas
Internacionales, los nazis y fascistas [en la foto, una compañía del ejército
fascista de marcha por España en 1937, retratados por el teniente italiano
Guglielmo Sandri] incrementaron el apoyo material al ejército de Franco y enviaron
asimismo miles de militares profesionales y combatientes voluntarios.
La guerra no era sólo un asunto interno español. Se internacionalizó y con ello
ganó en brutalidad y destrucción. Porque el territorio español se convirtió en
campo de pruebas del nuevo armamento que estaba desarrollándose en esos años de
rearme, previos a una gran guerra que se anunciaba.
4. ¿Por qué se movilizaron tantos extranjeros en la
guerra española?
Dentro de esa guerra internacional en suelo español hubo varias y
diferentes contiendas. En primer lugar, un conflicto militar, iniciado cuando
el golpe de Estado enterró las soluciones políticas y puso en su lugar las
armas. Fue también una guerra de clases, entre diferentes concepciones del
orden social, una guerra de religión, entre el catolicismo y el
anticlericalismo, una guerra en torno a la idea de la patria y de la nación, y
una guerra de ideas que estaban entonces en pugna en el escenario
internacional. En la guerra civil española cristalizaron, en suma, batallas
universales entre propietarios y trabajadores, Iglesia y Estado, entre
oscurantismo y modernización, dirimidas en un marco internacional
desequilibrado por la crisis de las democracias y la irrupción del comunismo y
del fascismo. Por eso tanta gente de diferentes países, obreros, intelectuales
y escritores, se sintió emocionalmente comprometida con el conflicto.
5. ¿Por qué ganó Franco la guerra?
Los militares sublevados en julio de 1936 ganaron la guerra porque tenían
las tropas mejor entrenadas del ejército español, al poder económico, estaban
más unidos que el bando republicano y los vientos internacionales soplaban a su
favor. Después de la Primera Guerra Mundial y del triunfo de la revolución en
Rusia, ninguna guerra civil podía ser ya sólo “interna”. Cuando empezó la
Guerra Civil española, los poderes democráticos estaban intentando a toda costa
“apaciguar” a los fascismos, sobre todo a la Alemania nazi, en vez de oponerse
a quien realmente amenazaba el equilibrio de poder. La República se encontró,
por lo tanto, con la tremenda adversidad de tener que hacer la guerra a unos
militares sublevados que se beneficiaron desde el principio de esa situación
internacional tan favorable a sus intereses.
La victoria incondicional de las tropas del general Francisco Franco, el 1
de abril de 1939, inauguró la última de las dictaduras que se establecieron en
Europa antes de la Segunda Guerra Mundial. La dictadura de Franco, como la de
Hitler, Mussolini u otros dictadores derechistas de esos años, se apoyó en el
rechazo de amplios sectores de la sociedad a la democracia liberal y a la
revolución, quienes pedían a cambio una solución autoritaria que mantuviera el
orden y fortaleciera al Estado.
Setenta y cinco años después, pocos creen ya que el objetivo del
historiador es presentar a sus lectores “la verdad sin mancha ni pintura”, o
que el pasado existe independiente de la mente de los individuos y lo que tiene
que hacer el historiador, en consecuencia, es representarlo de forma objetiva.
Que los hechos de la historia nunca nos llegan a nosotros en estado “puro” es
algo que popularizó Edward H. Carr hace ya muchos años y había sido ya dicho
por los historiadores norteamericanos de la “New History” a comienzos del siglo
XX. Pero asumiendo que la verdad absoluta es inalcanzable, la función del
historiador debería ser todavía, en palabras de François Bedarida, “la de
descubrir modestamente las verdades, aunque sean parciales y precarias,
descifrando parcialmente en toda su riqueza los mitos y las memorias”. Y
algunas verdades relativas y bastantes certezas tenemos ya sobre la Guerra Civil,
después de tantos intentos por reconstruir aquellos hechos y las vidas de los
que los presenciaron, y por ampliar el foco, las fuentes y las técnicas de
interpretación.
Además de difundir el horror que la guerra y la dictadura generaron y de
reparar a las víctimas durante tanto tiempo olvidadas, hay que convertir a los
archivos, museos y a la educación en las escuelas y universidades en los tres
ejes básicos de la política
pública de la memoria. Más allá del recuerdo testimonial y del drama
de los que sufrieron la violencia, las generaciones futuras conocerán la
historia por los libros, documentos y el material fotográfico y audiovisual que
seamos capaces de preservar y legarles. Archivos, erudición, análisis, debates
y buenas divulgaciones de los conocimientos. Eso es lo que necesitamos para
seguir construyendo las partes del pasado que todavía quedan por rescatar. La
propaganda y la opinión son otra cosa.
Julián Casanova es autor
de España partida en dos. Breve historia de la guerra civil española (Crítica).
Ningún comentario:
Publicar un comentario