El Gobierno reconoce 100 años de persecución y robos de
niños
ANA CARBAJOSA
/ MIGUEL MORA
Madrid / Paris 28 MAR 2014
A lo largo del último siglo, Suecia esterilizó,
persiguió, arrebató niños y prohibió la entrada en el país a los gitanos; y las personas de
esa minoría étnica fueron tratadas durante décadas por el Estado como
“incapacitados sociales”. Estos anuncios no los ha hecho una ONG militante. Es
el relato del Gobierno conservador sueco, que en un gesto inédito en Europa,
tanto por su honestidad intelectual como por la amplitud del respeto a la
verdad, se ha decidido a mirar atrás y a rebuscar en sus archivos más oscuros.
La idea es saldar cuentas con el pasado para tratar de mejorar el presente:
“La situación que viven los gitanos hoy tiene que ver con la discriminación
histórica a la que han estado sometidos”, afirma el llamado Libro Blanco, que
ha sido presentado esta semana en Estocolmo, y en el que se detallan los abusos
cometidos con los gitanos a partir de 1900.
El ministro de Integración, Erik Ullenhag,
ha definido esas décadas de impunidad y racismo de Estado como “un periodo
oscuro y vergonzoso de la historia sueca”. Sus palabras han coincidido con un
episodio que ilustra la situación actual: el miércoles, una de las mujeres
gitanas invitadas a dar su testimonio vio cómo el personal del hotel Sheraton
le prohibía la entrada al desayuno.
Los abusos históricos, señala el Libro Blanco, siguieron un patrón
inventado hace siglos por las monarquías
europeas: comenzaron con los censos que elaboraron organismos oficiales como el
Instituto para Biología Racial o la Comisión para la Salud y el Bienestar, que
identificaron a los gitanos que habitaban en el país. Los primeros documentos
oficiales describían a los gitanos como “grupos indeseables para la sociedad” y
como “una carga”. Entre 1934 y 1974, el Estado prescribió a las mujeres gitanas
la esterilización apelando al “interés de las políticas de población”, como
hizo Australia
con los aborígenes. No hay cifras de víctimas, pero en el Ministerio de
Integración explican que una de cada cuatro familias consultadas conoce algún
caso de abortos forzosos y esterilización. Los organismos oficiales se hicieron
con la custodia de niños gitanos que arrancaban a sus familias. El estudio tampoco
ofrece datos sobre esta costumbre, pero Sophia Metelius, asesora política del
ministerio, explica que se trataba de “una práctica sistemática”, sobre todo en
invierno.
Estocolmo admite que prohibió entrar a los gitanos en Suecia hasta 1964,
pese a que se conocía la suerte que había corrido la minoría bajo la expansión nazi: los expertos
calculan que al menos 600.000 romaníes y sintis fueron exterminados en el Porrajmos,
La Devoración en calé, a manos del régimen hitleriano
y otros afines.
El Libro Blanco detalla los ayuntamientos suecos que prohibieron asentarse
de forma permanente a los gitanos, y recuerda que los niños eran segregados en
aulas especiales y que se les impedía acceder a los servicios sociales. “La
idea era hacerles la vida imposible para que se fueran del país”, resume
Metelius.
Algunas de estas prácticas suceden todavía en diversos países europeos, y
la gitanofobia cabalga con fuerza en Francia, Gran Bretaña
y Alemania.
París desalojó en 2013 a más de 20.000 gitanos de sus chabolas. Berlín planea
una ley para evitar que los migrantes rumanos y búlgaros —la
mayoría, romaníes— sin trabajo se queden más de seis meses en el país.
La próxima semana, la Unión Europea
celebrará una cumbre especial para evaluar la marcha de las políticas de
integración de la minoría romaní. El panorama general es desolador, con picos
de odio racial en Hungría,
Eslovaquia
y la República Checa.
En Suecia, un país de unos nueve millones y medio de habitantes, viven hoy
más de 50.000 gitanos. De momento, las autoridades no contemplan la
compensación a los familiares de las víctimas de abusos, aunque el Libro Blanco
abre la puerta a las demandas. El Gobierno ha establecido la verdad histórica
cruzando entrevistas personales con docenas de gitanos y los archivos oficiales.
“No son revelaciones nuevas. Los gitanos llevan años contándonos estas
historias, pero no se les hacía caso. Ahora, simplemente, hemos recopilado los
documentos oficiales y los hemos cruzado con testimonios”, dice Sophia
Metelius.
La coalición de centro-derecha vigila el fuerte ascenso en los sondeos de
la extrema derecha (un 10% de intención de voto), y se ha propuesto combatir
los mensajes xenófobos con una firme defensa de la tradición progresista sueca.
La aceptación masiva de refugiados
sirios es una de las políticas con las que liberales y conservadores quieren
demostrar que el catastrofismo populista no debe irremediablemente convertirse
en profecía autocumplida. El reconocimiento de las salvajadas cometidas con los
gitanos camina en esa misma dirección. La ironía es que el civilizado y
tolerante norte no lo era tanto. La esperanza, que cunda ese infrecuente
ejercicio de memoria y respeto.
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