El catedrático Ángel Bahamonde publica Madrid, 1939. La conjura del coronel
Casado, una obra que analiza la sublevación militar contra el gobierno que
presidía Negrín y las últimas semanas de la Guerra Civil a través del análisis
del abundante material presente en las causas abiertas a los militares de las
filas republicanas
ALEJANDRO TORRÚS Madrid 23/03/2014 publico.es
El 23 de
marzo de 1939, hace hoy 75 años, representantes del Consejo de Defensa enviados
por el coronel Casado, que acababa de perpetrar con éxito un golpe de Estado en
la España republicana, y del general Francisco Franco se reunieron en el
aeródromo burgalés de Gamonal. El objeto de tal encuentro era pactar las
condiciones de rendición de la República. El coronel franquista Luis Gonzalo
dejó claro, sin embargo, que allí no se iba a negociar o debatir nada, sino a
obedecer las órdenes procedentes del Cuartel General del Generalísimo, y estas
tenían un único objetivo: la rendición incondicional del "ejército
rojo". El coronel Casado había caído en la trampa de Franco. No habría paz
para los republicanos. Tampoco una vez terminada la Guerra Civil.
"El
coronel Casado pecó no de ingenuidad por aferrarse a las migajas de piedad que
parecía regalar Franco en sus concesiones, sino de soberbia y deslealtad, por
su deseo de imponer la razón militar sobre la civil, y de otorgar superioridad
a lo que no era estrictamente su deber. Ni el deber de Franco era destruir un
poder legítimamente constituido, ni lo era el de Casado", escribe Ángel
Bahamonde, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Carlos III
de Madrid, en la obra Madrid 1939, la conjura del coronel Casado (Ed.
Cátedra), que verá la luz en el mes de abril.
El principio
del fin de la República había comenzado apenas tres semanas antes, la noche del
5 de marzo de 1939. El coronel Segismundo Casado, jefe del Ejército del Centro,
perpetró esa noche un golpe de Estado en la zona republicana sublevándose
contra el Gobierno presidido por el doctor Juan Negrín. El anuncio había sido
realizado ante los micrófonos de Unión Radio junto a Julián Besteiro (PSOE). El
golpe era el resultado de una estrategia conspirativa que se venía elaborando
desde febrero de 1938, tras las derrota en Teruel, y que tenía por objetivo terminar
con la Guerra Civil con una paz honrosa para los vencidos.
Franco, sus
servicios secretos y la llamada quinta columna de Madrid habían ido alimentando
esta ilusión entre los militares de carrera que habían sido fieles a la
República. De hecho, en el mes de febrero de 1939 la quinta columna madrileña
había transmitido a Casado y a Besteiro una especie de declaración de clemencia
que se conoció con la denominación de Concesiones del Generalísimo. Casado y un
nutrido grupo de militares profesionales creyeron en la benevolencia de Franco
y soñaron con un abrazo entre militares de uno y otro bando que pusiera fin a
la Guerra Civil.
El coronel,
dice Bahamonde, entendía que tras la sublevación contra el gobierno de Negrín y
la expulsión y persecución de los comunistas de cualquier puesto de
responsabilidad política y militar había cumplido la parte del programa
convenido con Franco para llegar a una paz sin vencedores ni vencidos,
"salvo para los comunistas, verdaderos chivos expiatorios". Era el
momento, pues, de la segunda fase: "Las negociaciones entre los
compañeros de armas, el nuevo abrazo de Vergara", escribe Bahamonde.
Las
esperanzas de Casado, sin embargo, no tenían un fundamento real. Después de
treinta y tres meses de guerra virulenta, acompañada de duros castigos a la
retaguardia republicana, ningún indicio "hacía razonable la sola idea de
que Franco deseara la paz, y menos una paz honrosa que dejara un aliento de
dignidad a su enemigo". Así, en la reunión mantenida en aeródromo de
Gamonal, Franco, a través de sus emisarios, dejó claro que no admitiría
"cualquier tipo de limitación del triunfo final".
"El
lenguaje ambiguo de las concesiones se transformó en letra muerta. No existiría
ninguna clase de garantías verbales, ni por escrito. Tampoco se facilitaría el
éxodo masivo de responsables, salvo para Casado y los miembros del Consejo",
señala el historiador.
La ofensiva
final
A primeras
horas de la madrugada del 26 de marzo, tal y como estaba previsto desde el día
21, es decir, desde dos días antes de la primera reunión de Gamonal, Franco
ordenó la puesta en marcha de la última ofensiva de la guerra. El radiograma
enviado a Casado fue el siguiente: "Ante la inminencia del movimiento de
avance en varios puntos del frente, en algunos de ellos imposible de aplazar
ya, compete a fuerzas en línea enemiga ante preparación artillería o aviación,
saquen bandera blanca, aprovechando la breve pausa que se hará para enviar
rehenes con igual bandera, objeto: entregarse utilizando instrucciones dadas
para la entrega espontánea".
A las cinco
de la madrugada comenzó la ofensiva por la zona de Pozoblanco, sin encontrar
resistencia republicana. A las 9:15 horas Casado envió un comunicado a Franco
con el intento de frenar la ofensiva. Franco no contestó y continuó con la
ofensiva bautizada como "de la Victoria".
El
30 de marzo Segismundo Casado abandonaba España por el puerto de Gandía en una
salida "excepcional y privilegiada". "Fueron sus valedores el
propio ejército franquista y la marina británica", escribe Bahamonde. No
sucedió lo mismo con la multitud de población civil que se agolpaba en los puertos,
que una vez más fue abandonada a su suerte por la comunidad internacional y
sufrió la represión del régimen franquista. Había terminado la guerra pero
no había llegado la paz.
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