JUAN JESÚS AZNÁREZ
BABELIA - 26-06-2010
Los Cuadernos de Kabul, de Ramón Lobo, nos acercan a una capital habitada por pobres y supervivientes, y al perfil de un periodista que viaja para aprender, contar historias y conmover conciencias. Los cuadernos recogen escenarios dramáticamente rutinarios unos, asombrosos otros, pero imprescindibles todos para adentrarse en un país de gentes sin miedo a la muerte porque la muerte no es un concepto o amenaza, según precisa el autor, sino su forma cotidiana de estar vivo. Las 35 historias callejeras, los testimonios de sus protagonistas, el recuento de los oficios de la pobreza, nos dicen más sobre Afganistán que el cruce de análisis políticos acerca de una nación mayoritariamente analfabeta, mísera e igualitaria porque "más allá de los saqueadores de cuello blanco, no hay clases sociales". Siempre curioso, intelectualmente exigente, el periodista proyecta su mirada sobre la realidad afgana durante las presidenciales de 2009, que cubrió como enviado especial de este periódico. Lobo observa, cuenta y opina sin circunloquios: "La presencia de España, y de la mayoría de los países europeos, en Afganistán es una gran simulación. Son un remedo de los periodistas de hotel". Él no lo es. No es un reportero de crónicas virtuales, sino presencial, dentro de lo posible. Le gusta estar en los sitios, conversar con el cuidador del cementerio de los ingleses, inspeccionar el disco-bar-restaurante odiado por los talibanes, pegar la hebra con los chavales de Chicken Street y los barberos de Kabul, perderse por los mercados y paladear las estanterías de la librería Behzad, el oasis. Callejeó mucho para contarnos la vida de los banqueros ambulantes, su reunión con Malalai Joya, alzada contra el feudalismo machista, y su convencimiento de que la mujer occidental nunca podrá esconderse bajo un burka sin ser descubierta. "Andar bajo esta prenda es un arte que se aprende con los años". También lo es el viaje del lector a Kabul a bordo de unos cuadernos informativamente suculentos.
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