mércores, 28 de decembro de 2011

El Ejército de EE UU concluye su misión en Irak tras nueve años de ocupación



El Ejército norteamericano escenifica el fin de la misión con la arriada de la bandera

Los últimos 4.000 soldados presentes en el país se disponen a salir a lo largo de este mes
Washington afirma que deja un país "independiente, libre y soberano"
EE UU ha declarado de forma oficial el fin de la guerra en Irak tras nueve años de la invasión que expulsó del poder a Sadam Husein. "Este es un país independiente, libre y soberano", ha afirmado el secretario de Defensa estadounidense, Leon Panetta, en la ceremonia de arriada de la bandera norteamericana celebrada esta mañana en Bagdad, dos semanas antes de la retirada completa de los 4.000 militares aún presentes en el país, prevista para el 31 de diciembre.
Durante el conflicto han perdido la vida más de 100.000 civiles y han muerto en combate 4.800 soldados de la coalición (de ellos, casi 4.500 norteamericanos) que invadió el país en marzo de 2003 y más de 20.000 soldados iraquíes. "Después de toda la sangre derramada, el objetivo de que Irak se gobierne a sí mismo y sea capaz de garantizar la seguridad se ha cumplido", ha dicho Panetta. El país, sin embargo, aunque tiene que hacer frente a una insurgencia más débil pero todavía peligrosa, tensiones sectarias e inestabilidad política.
A la pregunta de qué huella han dejado los estadounidenses, la mayoría de los iraquíes responden con una mirada de perplejidad. La inseguridad y la destrucción del paisaje urbano son lo primero que les viene a la mente. Ninguno de los entrevistados menciona de entrada la democracia, la libertad o el consumismo que se desató con la apertura de las fronteras. Hay que insistir un poco para que reconozcan algunos cambios que llegaron de la mano de la invasión, pero no parece que la cultura americana haya calado muy hondo.
El desempleo es, junto a la inseguridad y la falta de electricidad y agua potable, el mayor agujero negro que dejan tras de sí los ocupantes. Al menos, lo que más afecta a los iraquíes de a pie. Aunque la economía ha experimentado un rápido despegue, es totalmente dependiente de las exportaciones de petróleo. Un reciente informe de la ONU cifra en un 15% el número de parados. Sin embargo, analistas independientes duplican esa cifra, al estimar que esconde mucho subempleo. Además, el 85% de la población activa trabaja en el sector público, repartida un 40% en la industria del petróleo, un 40% en la seguridad, y el 5% restante en la Administración.
Ni funcionarios iraquíes ni diplomáticos extranjeros son capaces de explicar por qué tras nueve años de ocupación el país aún no produce ni suficiente electricidad ni agua potable. El ruido machacón de los generadores es, como la ubicua presencia de los soldados o los muros de hormigón que rodean los edificios, un recordatorio más de que Bagdad sigue siendo una ciudad en estado de excepción.
Los iraquíes sueñan con la normalidad y la retirada de las tropas estadounidenses es un primer paso en esa dirección. Sin embargo, para muchos el odio a los ocupantes está siendo reemplazado por un creciente temor a la arbitrariedad de sus propios compatriotas. De ahí que entre quienes más lamentan su salida se encuentren los árabes suníes, la comunidad que más se opuso a su presencia, pero también otras minorías.
El presidente norteamericano, Barack Obama, ha asegurado al primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, que Washington seguirá siendo un socio leal tras el fin de la misión.
La caída de Sadam permitió que los chiíes ocuparan puestos de poder después de haber estado oprimidos durante las décadas en las que gobernó el partido Baaz (el del dictador), pero actualmente Irak sigue siendo  un país dividido. Incluso el Gobierno de coalición de Al Maliki, liderado por chiíes, está paralizado porque sus integrantes suelen adoptar posturas distintas según de la comunidad a la que pertenecen y en muchas cuestiones no logran ponerse de acuerdo.

Se supone que algunas tropas norteamericanas iban a permanecer en el país árabe como parte de un acuerdo para formar a las Fuerzas Armadas iraquíes. Washington había preguntado a Bagdad si quería que se quedas en al menos 3.000 soldados, pero las conversaciones sobre esta cuestión fracasaron porque no llegaron a un acuerdo respecto a la posible inmunidad judicial de los militares estadounidenses.

En el punto álgido de la guerra, había unos 170.000 soldados estadounidnses en Irak repartidos en más de 500 bases. Ahora solo hay dos bases y 4.000 militares que regresarán a su país antes de que finalice 2011. Después del 31 de diciembre, solo quedarán unos 150 soldados norteamericanos, y serán contratistas civiles los que se encarguen de enseñar a las fuerzas iraquíes a usar el armamento pesado estadounidense.

El final de un inmenso error
Estados Unidos ha puesto oficialmente fin este jueves a la guerra de Irak, la más impopular operación militar desde Vietnam y un fracaso, mitigado por su aceptable desenlace, que condicionará para siempre la intervención norteamericana en otros países. Probablemente, EE UU deja Irak mejor de lo que lo encontró hace cerca de nueve años, pero en el camino se ha pagado un precio, en vidas, prestigio y credibilidad, que difícilmente justifica una aventura emprendida con fines ideológicos y desarrollada de la forma más caótica.
Barack Obama, a quien le ha tocado concluir lo que George Bush empezó, ha conseguido reparar algunos de los daños causados. La retirada se hace en circunstancias relativamente tranquilas, con cierta dignidad y entregando el poder a un Gobierno que representa con bastante legitimidad la soberanía nacional iraquí. La Liga Árabe celebrará su próxima cumbre en Bagdad como prueba de que ese país está ya plenamente reincorporado a la comunidad a la que pertenece. Liberado de Sadam Husein y la dictadura que él dirigió, Irak tiene hoy más posibilidades que otros países de la región de sumarse a la ola democratizadora que comenzó hace un año en Túnez.
Pero, como ha reconocido hoy el secretario de Defensa norteamericano, Leon Panetta, en la ceremonia de Bagdad, esa posibilidad está peligrosamente en riesgo. “Irak será puesto a prueba en los próximos días por el terrorismo, por aquellos que intentan dividirlo, por las dificultades económicas y sociales”, advirtió.
EE UU ha prometido seguir ayudando a Irak a estabilizar su democracia, y no hay duda de que este país tiene una deuda moral con una nación que invadió ilegalmente y a la que condujo a una guerra civil que puede haber causado cerca de 100.000 muertos. Pero la realidad es que en EE UU importa ya poco lo que suceda a partir de ahora en Irak, excepto en lo que pueda afectar a la expansión de la influencia de Irán.
Irak y EE UU han separado sus caminos y cada uno tendrá ahora que sacar las consecuencias adecuadas de los años pasados. Para EE UU se trata, fundamentalmente, de olvidar lo ocurrido. Guantánamo, Abu Ghraib son nombres que pasarán a la historia de la infamia norteamericana en la misma categoría que My Lai. Faluya o Bagdad se incorporan a la lista de batallas libradas hasta ahora por el Ejército norteamericano, pero con bastante más pena que honra.
Obama decía el miércoles a las tropas que regresaban de Irak que “es más fácil acabar una guerra que empezarla”. En algún sentido eso puede ser verdad. Obama ha puesto a fin a una guerra que los norteamericanos no apoyaban desde hacía años y trata ahora de reclamar electoralmente el mérito por ello. Pero no se acaba una guerra cuando el último soldado vuelve a casa. La guerra de Irak es una lección que EE UU tiene todavía que aprenderse a fondo y que condicionará actuaciones futuras. Panetta admitió al asumir su cargo que es muy improbable que EE UU vuelva a actuar en Oriente Próximo en la forma en que lo hizo en Irak, con el despliegue masivo de fuerzas de ocupación.
Irak dejó, en el plano de la política doméstica, otra serie de mensajes que todavía no han sido suficientemente digeridos. La utilización de los servicios secretos a favor de intereses ideológicos y la manipulación de la ley para proteger actuaciones criminales fueron algunas de las consecuencias de la guerra de Irak que en su día avergonzaron a los norteamericanos y que, en parte, explican la victoria electoral de Obama. Pero esa vergüenza no ha sido suficiente como para crear una sólida conciencia nacional de protección del Estado de derecho. Guantánamo sigue hoy abierto porque un sector de la clase política, apoyado por los votantes, pone aún los intereses de seguridad sobre las obligaciones democráticas.
Todavía pueden pasar muchos años hasta que la huella de Irak se borre por completo en EE UU. La de Vietnam aún se mantiene en varios aspectos. Pero, como en cada guerra sin gloria, todo el mundo trata de olvidarla cuanto antes. Los veteranos de Vietnam encontraron a su regreso un país que les daba la espalda y los condenaba a la marginación. Los veteranos de Irak han recibido un acogida más calurosa, pero igualmente su reincorporación a la sociedad será difícil. El monumento a la guerra de Vietnam es subterráneo y triste. El de Irak quizá no sea levantado jamás.

Una retirada sin memoria
Estados Unidos deja en Irak un gobierno estable y un país destruido
Ocho años y medio son muchos años; ayudan a adecentar la memoria colectiva, a reescribir la historia y eliminar detalles que estropean el cuadro de la victoria. ¿Quién se acuerda hoy de las armas de destrucción masiva que todos decían saber que existían y nadie encontró? ¿Quién se acuerda de las presiones sobre Hans Blix, jefe de los inspectores de la ONU en Irak? ¿Quién habla hoy de la intervención de Colin Powell en el Consejo de Seguridad con un tubito lleno (supuestamente) de ántrax? ¿Quién recuerda las declaraciones de Dick Cheney en las que afirmaba que Sadam Husein estaba relacionado con Al Qaeda y, por lo tanto, con los atentados del 11-S.?¿Quién menciona hoy el caso Plame, las torturas en Abu Gharib, matanzas de civiles como la de Haditha? No es tiempo de remover el pasado, sino de vender una victoria que no es.
La invasión de Irak comenzó el 20 de marzo de 2003 pocas tropas (265.000) en comparación con 1991 (casi un millón). La diferencia se debía a que el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, sostenía su estrategia en una idea simplista: la población recibirá a los soldados de EEUU como libertadores. ¿Y si no lo hace? No hubo preparación para responder a esa pregunta. Cuando comenzaron los saques EEUU carecía de medios para evitarlos. También, de voluntad. Esa permisividad dinamitó su prestigio: pasaron de la liberación a la ocupación.
El régimen cayó en tres semanas. Cuando las tropas estadounidenses entraron en Bagdad el 8 de abril de 2003 hubo un gesto inconsciente que delató el programa del atacante: al derribar la estatua de Husein en la plaza del Paraíso colocaron al cuello del dictador una bandera de EEUU; tras darse cuenta del error la cambiaron por una iraquí. Ese día, los generales estadounidenses dieron por terminada una guerra justo cuando empezada otra, la de la insurgencia.
Hoy nadie recordará el error mayúsculo del virrey Paul Bremer en mayo de 2003, al disolver el Ejército y expulsar de la Administración a los militantes del Partido Baaz, En un solo decreto, Bremer destruyó el Estado y mandó a la insurgencia a decenas de miles de soldados armados.
Hasta 2007, EEUU luchó contra dos resistencias, la iraquí, y la vinculada a Al Qaeda atrapado por su propia propaganda. Cada general que tomaba el mando se subía en los mismos zapatos del anterior. Todo empezó a cambiar en 2007 con la llegada a Bagdad de David Petraeus, quien tomó una medida arriesgada, fuera de la línea oficial de pensamiento: aliarse (comprar) con la insurgencia local y dotarla de medios para que luchara contra Al Qaeda. Los hombres que habían atentado contra los soldados estadounidenses pasaban a trabajar para el Pentágono.
EEUU no ha perdido la guerra, pero el ganador estratégico de estos ocho años y medio es Irán, el país más influyente en el nuevo Irak.
En Afganistán se ha intentado repetir la estrategia de la mano de Petraeus, pero Afganistán no es Irak, no hay una guerra civil entre suníes y chiíes, con los kurdos a la espera, en Afganistán dominan los pastunes, de donde surgen los talibanes. Los pastunes no se venden; el tiempo, la historia y la geografía de Afganistán juega en su favor. En Afganistán se está perdiendo la guerra y el ganador estratégico será Pakistán y, en segundo lugar, Irán.
El fracaso afgano se explica en la misma ceguera: pensar que el mundo visto desde un apantalla de Washington es el mismo que está allá fuera. Hay dos fechas claves. El año 2003, cuando EEUU y sus aliados consideran que el trabajo de Afganistán esta hecho y atacan a Irak. Y 2007, cuando los talibanes toman la iniciativa de la guerra, cuando Petraeus incrementa las tropas en Irak en detrimento de Afganistán. EEUU se va de Irak con honores y un puente de plata. Atrás queda un gobierno estable y un país destruido. En Afganistán no habrá honores y Hamid Karzai y su Gobierno de señores de la guerra no tiene posibilidad alguna de sobrevivir media hora sin el apoyo militar de EEUU.

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