martes, 10 de xaneiro de 2012

El terrible destino de los 'niños fresa'

'Si quiero silbar, silbo' certifica el buen momento del cine social rumano con una historia sobre los hijos de emigrantes
ÁLEX VICENTE París 03/01/2012
Silviu es uno de esos jóvenes rumanos abandonados por unos padres que emigraron para asegurarse de que sus hijos tuvieran una vida mejor. Pero el gesto tuvo un efecto perverso: un sentimiento de abandono del que varias generaciones siguen sin recuperarse. Esta paradoja se encuentra en el corazón de Si quiero silbar, silbo, nuevo ejemplo de la vitalidad adquirida por el último cine rumano, que el viernes llega a la cartelera tras haberse alzado con el Gran Premio del Jurado en la Berlinale 2011.
"Abandonados por sus padres, muchos de esos jóvenes crecieron solos y terminaron en centros penitenciarios. En Rumanía les llamamos niños fresa, en referencia al trabajo desarrollado por sus padres en lugares como Italia o España", cuenta el director Florin Serban.
El realizador se ha acabado convirtiendo en una de las figuras de proa de esa nueva ola formada por nombres como Cristi Puiu (La muerte del Señor Lazarescu) o Cristian Mugiu (4 meses, 3 semanas, 2 días). Tal como sus correligionarios, Serban ha apostado por un estilo naturalista, de cámara nerviosa y música inexistente, para retratar la realidad de este joven delincuente retenido durante cuatro años en un centro de menores. A poco más de una semana de su liberación, Silviu descubre que su madre va a abandonar el país junto a su hermano pequeño. Para impedirlo, cometerá un acto desesperado que pondrá en peligro a una de las estudiantes que hacían prácticas en el centro.
Para el director resultaba imprescindible trabajar con no profesionales para recrear con fidelidad un universo que no quería embellecer. Dio con su magnético protagonista, George Pistereanu, tras un exhaustivo casting de siete meses, durante el que entrevistó a más de 3.000 aspirantes. Lo encontró en un centro muy parecido al de la película. "Creo profundamente en las historias que cuentan nuestros rostros. Cuando observas la cara de cualquiera de esos chicos, detectas años de violencia, de ausencia de autoestima y de falta de amor. Ningún actor puede interpretar eso", asegura Serban.
El cineasta trabajó durante meses con un grupo de jóvenes internos, cuya situaciónn conocía sólo "por los medios de comunicación y las películas estadounidenses". Jura que el trabajo con los internos no fue nada difícil. "Pero ganarme su confianza sí lo fue", apostilla. El proceso acabaría alterando la historia que pretendía contar, inicialmente inspirada en una exitosa obra teatral que, comparada con la textura rugosa de la realidad, le terminó pareciendo algo "estereotipada".

Generación huérfana

El título de la película traduce la voluntad del protagonista de obedecer sólo al dictado de su libre albedrío. Sin embargo, Silviu descubrirá muy pronto que su anhelada libertad podría ser un simple espejismo. Serban dibuja a su personaje con una mirada semejante a la de sus admirados hermanos Dardenne, que ya hace década y media que retratan a esa misma generación de huérfanos.
Serban demuestra tener el mismo amor por las nucas de sus protagonistas. Y acordar la misma importancia a los afectos como antídoto a un determinismo social implacable. Pese a todo, el director no se hace falsas ilusiones. "Al terminar el rodaje, seguimos formando parte de mundos distintos. Pero esta película se había convertido en un puente entre ambos", concluye. 

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