sábado, 18 de xaneiro de 2014

La guerra fría en dos series y dos películas


por Antonio García Maldonado eldiario.es

Secretos, traiciones, espionaje y contraespionaje, extorsiones, desertores, sofisticados atentados, escalada nuclear. La guerra fría, el tenso equilibrio en el planeta manteniéndose mutuamente a raya EE UU y la URSS, sigue ejerciendo una incuestionable atracción sobre nosotros. Así lo demuestran las dos series y dos películas que repasamos aquí.
En su mítico ensayo Los diplomáticos desaparecidos, Cyril Connolly dejó escrito que “aquellos que se obsesionan con un misterio no son los más adecuados para resolverlo”. Entonces él trataba de explicar la repentina fuga de Guy Burgess y Donald Maclean, supuestos agentes soviéticos infiltrados en el Foreign Office británico en 1951. Formaban parte de lo que, poco tiempo después, comenzó a llamarse Los cinco de Cambridge, aludiendo a la elitista universidad a la que habían acudido los mencionados, además de Kim Philby, Anthony Blunt y John Cairncross, espías todos ellos al servicio de la madre patria rusa.
El propio Connolly se obsesionó con el asunto y, contraviniendo su propia sentencia, escribió un texto que mostraba con frialdad meticulosa la sorpresa en la que se sumió la sociedad británica al ver cómo algunos de sus hijos más privilegiados y brillantes, altos funcionarios del Estado, habían abrazado las ideas del enemigo a principios de la guerra fría. Ya había decretado Churchill que el Telón de Acero había caído sobre Europa, y atrás quedaban las amistades y los cariños prodigados en Yalta o Postdam.
Comenzó el juego de espías, o el “gran juego”, como comenzaron a llamarlo los agentes de la CIA. La URSS era el nuevo enemigo oficial, y lo fue hasta, al menos, 1989, cuando cayó el muro de Berlín. Culminaba su ensayo con una frase que, aunque referida en este caso a Burgess y Maclean, puede aplicarse a la fascinación que sigue ejerciendo en todos nosotros este hiato histórico de menos de medio siglo: “Y así durante muchos años se irán apareciendo hasta que se resuelva el misterio, si es que llega a resolverse, hechizando las atractivas ciudades del Viejo Mundo”. La proliferación de nuevas series, películas y libros, o la reedición de antiguos, así lo atestigua.
‘The Americans’
“Esto no es una guerra fría; la violencia soterrada entre EE UU y la URSS no tiene nada de fría”. Así de tajante se dirige el jefe de contraespionaje del FBI en la década de 1980 a sus subordinados en la serie The Americans (Fox, Cuatro, 2013). La serie, de la que solo conocemos su primera temporada, es un interesante retrato de Estados Unidos bajo Reagan, más que un cuadro de la guerra fría. Es la historia de un aparente matrimonio normal (los Jennings), con hijos y buena posición, que son en realidad agentes del KGB, dependientes del temible Directorio S, y cumplen misión tras misión en unos años en los que el estrés de los soviéticos aumentó en la misma medida que lo hacía el gasto militar de EE UU.
Aunque cae en todos los vicios narrativos propios de las series destinadas a durar varias temporadas y que pretenden conseguir verosimilitud con baratijas (sí, otra vez una hija adolescente y problemática que no soporta a sus padres y es la rarita de la clase), The Americans se deja ver. Hay personajes poderosos, buenos actores y buena producción, que se ponen más de manifiesto cuando desaparece la acción y comienzan los juegos de espejos y cajas rusas: dobles agentes, extorsiones, desertores, amantes espías. Esto no son tópicos; fue así. Especialmente conseguido está el agente del FBI de la unidad de contraespionaje, Stan Beeman, y su relación con la agente doble o triple de la embajada soviética en Moscú, la atractivísima Nina.
‘The Company’
No obstante, en 2007 pasó desapercibida una pequeña obra maestra sobre la guerra fría, la mini serie de tres capítulos The Company, adaptación del best-seller del mismo nombre del escritor Robert Littell, y producida por Ridley Scott. Tan buena es que incluso Michael Keaton está espléndido dando vida a James Jesus Angleton, sempiterno jefe de contrainteligencia de la CIA.
Los tres episodios abarcan, a través de los mismos personajes, toda la historia de la guerra fría: desde los primeros conflictos entre el NKVD y la OSS (precursores respectivamente del KGB y la CIA) en el Berlín de la posguerra, hasta el golpe de Estado contra Gorbachov en 1991, pasando por la invasión soviética de la Hungría aperturista de Imre Nagy en 1956. El mencionado Angleton en Langley, el veterano agente sobre el terreno Harvey Torriti (un memorable Alfred Molina, sin duda uno de los mejores actores en activo) y el pupilo de ambos, Jack McAuliffe (Chris Odonell), intentan dar con un supuesto topo que, saben, hay infiltrado en la CIA. Una miniserie con una producción mimada al extremo: espectaculares escenarios, cuidadas interpretaciones y absorbente narración. ¡Y sin hijos adolescentes que odian a sus padres y lo pasan mal en el instituto!
‘El topo’
Probablemente había pocas novelas de John Le Carré más difíciles de adaptar que Tinker Tailor Soldier Spy (1974). Su estructura y su dispersión geográfica así lo hacían pensar. Sin embargo, en 2011 el director Tomas Alfredson presentó una de las mejores películas de la última década, El topo, en la que un cáustico Gary Oldman da vida al agente del MI6 Smiley. Tras una nefasta operación en la Hungría de la década de 1970, la cúpula del servicio de inteligencia exterior británico cambia, y Smiley, junto al que fuera el director del conocido como Circus (John Hurt), son apartados. Sin embargo, la información de la presencia de un topo al servicio del KGB en la nueva cúpula lleva a Smiley a aceptar el encargo del Gobierno para dar con él. Comienza entonces un juego de espías sutil, lleno de matices (y de guiños a las poses y actitudes de Los cinco de Cambridge), acompañado por una banda sonora extraordinaria compuesta por Alberto Iglesias. Inolvidable final, con la voz de Julio Iglesias cantando su particular versión de La mer de Charles Trenet.
‘Fail Safe’
De vuelta en el mercado está, además, Fail Safe, la película con la que Sidney Lumet lanzaría un poderoso alegato contra la guerra nuclear y sus riesgos en 1964. Basada en la novela del mismo nombre de Eugene Burdick, Fail Safe es un filme claustrofóbico protagonizado por Walter Matthau. Se desarrolla en un centro de control de vuelos militares, donde un grupo de congresistas ha acudido a que les vendan las maravillas de la tecnología sin concurso del hombre aplicada a la seguridad, y que sin embargo son testigos del drama total al que podía abocar la escalada nuclear mezclada con cierta sensación de superioridad y suficiencia. Un final sorprendente y descorazonador.
La guerra fría destiló nuestras vidas y nuestras obsesiones y los convirtió en arquetipos fácilmente reconocibles. La traición, la amistad, los miedos, los secretos, las lealtades forman parte de nuestra estructura básica, y la guerra fría era un gran espejo en el que todo el mundo se veía reconocido en alguno de sus personajes. Aunque no conozcamos los planes de construcción del escudo antimisiles, sí tenemos secretos, lealtades quebradizas, dudas y miedos, y eso fue, en esencia, la guerra fría. Por eso nuestra obsesión es imperecedera. Si la fijación por la Segunda Guerra Mundial proviene de un extrañamiento absoluto fruto de la incomprensión, la guerra fría nos atrae por una identificación absoluta con nuestras vidas. Eso sí, a otra escala.

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