mércores, 29 de xaneiro de 2014

Lección de historia de perdedores


El británico Norman Davies rastrea en un ensayo el pasado de 15 Estados europeos extinguidos, entre los que se incluyen los todopoderosos Aragón, Prusia o la URSS

¿Existirá España como Estado dentro de un siglo? Más interesante que la respuesta que darían Artur Mas o Mariano Rajoy es la reflexión que plantea el historiador Norman Davies (Bolton, Reino Unido, 1939) en su libro Reinos desaparecidos (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), donde se adentra en el pasado de 15 Estados que ya no existen. Historias de lo que fue y no pudo ser. Lecciones de humildad política. “Tarde o temprano todas las cosas tocan a su fin. Tarde o temprano, el centro no puede aguantar más. Todos los Estados y naciones florecen una estación y luego son sustituidos”, afirma Davies, gran admirador de Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano,la obra de Edward Gibbon con la que en cierta medida se emparenta su libro. Gran experto en la historia del Centro y del Este de Europa desde tiempos en los que escaseaban tales expertos, Davies entremezcla relatos de antiguas superpotencias (Sacro Imperio Germánico, Aragón, Prusia, Bizancio o la URSS) con entidades débiles o efímeras como Rutenia, la república que duró un solo día (15 de marzo de 1939) y que ahora pertenece a Ucrania.
Ninguna potencia cree que tiene los días contados. El ejemplo más cercano para Davies es su propio país, otro de esos imperios sin noche, donde nunca se ponía el sol. El mismo Davies creció creyendo que había nacido en un Estado tan poderoso que incluso era el dueño de la cima de la tierra, el Everest. Con el tiempo descubrió que nunca había sido británico, ni siquiera indio y que llamar al Chomolangma tibetano Everest en honor a un topógrafo británico había sido “un acto de autobombo”. “Los ingleses en particular ignoran felizmente que la desintegración de Reino Unido empezó en 1922 y que probablemente continuará”.
El siglo XX amparó la muerte de varios Estados europeos (Yugoslavia, Checoslovaquia, la URSS...). Lo más inquietante es lo que Davies vislumbra hacia el futuro: “Sin duda habrá más. La difícil pregunta es ¿quién será el siguiente? A juzgar por su disfuncionalidad actual, Bélgica podría convertirse en la siguiente (...), o quizás Italia”.
Un libro que recuerda a los perdedores y, por tanto, no paga peajes identitarios contemporáneos debería ser lectura obligada para gobernantes de miras cortas. “Los historiadores escriben habitualmente sobre el pasado de países que todavía existen, produciendo un tipo de batalla informativa que recuerda a la política de una potencia moderna”, explica por correo electrónico. Sobre ello se explaya en la introducción de su obra: “Los historiadores y sus editores dedican un tiempo y unas energías excesivas a repetir la historia de todo lo que les parece poderoso, importante e impresionante. Tan pronto como emergen grandes potencias, ya Estados Unidos en el siglo XX, ya la China en el XXI, crece la demanda de historia norteamericana o china, y suena una voz de alarma diciendo que los países que hoy son importantes son también aquellos cuyo pasado más atención merece... las grandes bestias siempre salen vencedoras. Los países pequeños o débiles lo tienen difícil para hacerse oír y los reinos muertos casi no tienen ningún defensor”.
Casi nadie los recuerda cuando sobre ellos han caído siglos con sus avatares bélicos y dinásticos, como ocurre con Tolosa, el primer reino visigodo —totalmente olvidado en Francia— con el que Davies inicia su ensayo. Otro tanto ocurre con Alt Clud, el reino de la Roca (Dumbarton) entre los siglos V y XII, “un mundo que floreció antes de que se inventaran Inglaterra o Escocia”. Dumbarton pertenece a Escocia, y Escocia —de momento— a Reino Unido, “pero no siempre fue así y puede que no siempre sea así en el futuro”. Cuando visitó el lugar descubrió que ni siquiera el guía del museo local sabía de qué le hablaba.
“Luego fui a Perpiñán, en Francia, y fue interesante descubrir que la herencia catalana es ahora recuperada”, explica en alusión al fructífero periodo del reino de Aragón (al que se unió el condado de Barcelona) como una gran potencia mediterránea militar y cultural. “Los estragos del tiempo son implacables, pero nunca completos”, cuenta. Al finalizar el capítulo dedicado a Prusia, todopoderoso reino independiente durante siete siglos, afirma: “Todas las naciones que alguna vez existieron dejaron sus huellas en la arena. Las huellas desaparecen con cada marea, los ecos se van debilitando, las imágenes se fragmentan, el material humano se atomiza y se recicla. Pero si sabemos dónde mirar, siempre hay un rastro, un recuerdo, un residuo irreductible”.
Cada capítulo arranca con una descripción actual del territorio que una vez fue autónomo. Aunque no se desplazó a todos, visitarlos ayudó al autor a captar las diferencias entre ayer y hoy. Al lector le facilita algunos pasajes humorísticos dignos de la gran literatura de viajes como el recorrido en coche por el oeste de Ucrania en pos de las huellas del antiguo reino de Galitzia (1773-1918), con el chófer Volodymyr: “En verdad se podría hablar de un estilo de conducción Ejército Rojo: extrema intrepidez e indiferencia total ante la vida humana”.

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