La dictadura utilizó diversas estrategias para lograr el
consentimiento de la población gallega, entre ellas la política social y las
redes clientelares
MONTSE DOPICO
Santiago de Compostela 18 AGO 2012
Franco, doctor honoris causa pola Universidad de Santiago, 1965 |
Una dictadura como la franquista no se mantiene durante cuatro décadas solo
con represión. El régimen logró generar apoyo social a través de distintas
fórmulas, que la Universidade de Vigo y la Universidad Nacional de Educación a
Distancia analizaron el pasado julio en el curso de verano O Franquismo en
Galicia. Cine, Política e Sociedade. Consentimento e Consenso. “A Franco le
bastaba con un núcleo pequeño de incondicionales. Luego buscaba el
consentimiento mayoritario de la población, y la eliminación de la disidencia.
No es, en ese sentido, un modelo de movilización de masas como el nazi",
reflexiona Julio Prada, profesor de Historia Contemporánea en el campus
ourensano de la Universidade de Vigo y director del seminario.
Pero consentimiento no es consenso. No implica armonía y acuerdo, ni una
actitud estable ni incompatible con muestras de descontento. La profesora de la
Universidade de Santiago de Compostela Ana Cabana ha perfilado en la
historiografía gallega esta distinción conceptual, al mismo tiempo que
diferenciaba la oposición antifranquista, cuyo fin era el derrocamiento del
régimen, de las diversas manifestaciones de resistencia a las políticas del
franquismo: desde la negativa al pago de cuotas al boicot contra la repoblación
forestal del monte vecinal, los motines, las denuncias ante las autoridades,
las coplas satíricas...
Cualquier modo de no cooperación con los dictados del régimen suponía un
riesgo elevado en las peores décadas de la represión. Pero es difícil discernir
si esas actitudes de desobediencia reflejaban más que la voluntad de
supervivencia. “La paz social no era cierta, la gente se encontraba con
problemas en su vida cotidiana. La política se podía camuflar en las protestas,
pero eso habría que verlo en cada caso. No había un espacio público para oponerse
al régimen. El franquismo tuvo una gran capacidad de control de los movimientos
de oposición interior y exterior en los años cuarenta y cincuenta, e incluso
hasta los sesenta”, explica Emilio Grandío, profesor de Historia de la
Universidade de Santiago, que, junto a Javier Rodríguez, acaba de publicar War
Zone, un estudio sobre la Segunda Guerra Mundial en Galicia.
La dictadura procuró la adhesión de militares, falangistas, católicos,
monárquicos y tradicionalistas. Contó con el apoyo de la oligarquía
terrateniente y financiera, así como de parte de la clase media, intensificado
en la fase del desarrollismo. Pero fue, según Grandío, la “adaptación al mundo
que te tocaba vivir” uno de los principales aliados de la pervivencia del
régimen. El franquismo articuló diversos mecanismos para construir esa
adaptación. Primero el terror, —con sus particularidades en el mundo del mar,
como ha demostrado Dionisio Pereira—, el hambre y el deseo de volver a la
normalidad tras la guerra. Pero hubo más.
Ana Cabana denomina colaboración-conveniencia a la relacionada con la
obtención de algún tipo de beneficio. Ejemplo de ello serían algunas familias
rurales que lograron hacer fortuna con el estraperlo. La política social y
agraria del régimen, analizada por el historiador Daniel Lanero, se cuidó de
mantener la dicotomía simbólica entre “vencedores”, beneficiarios de las redes
clientelares, y “vencidos”, excluidos de una provisión social orientada al control
de la ciudadanía.
La colaboración se deriva también de la socialización en el discurso
oficial. “Propaganda, Escuela e Iglesia es la trilogía que ayuda a explicar
cómo el franquismo entra en la parte del tejido social que inicialmente no
estaba con él”, señala Julio Prada. El cine formó parte de esa estrategia, pero
con matices. “Hay muy poco cine propagandístico al modo fascista. Se rodaba
mucha comedia, cine costumbrista... que mostraba continuidades con la cultura
popular de la República”, afirma el profesor José Luis Castro de Paz. Incluso
la Iglesia no actúa de modo uniforme. “La jerarquía episcopal sí interviene en
la legitimación del régimen, aunque había obispos más aperturistas como en Tui
y Mondoñedo. La diversidad se multiplica en el clero parroquial. El discurso de
la Cruzada venía de muy atrás, y sirvió de elemento aglutinador para los
defensores del régimen”, subraya el profesor José Ramón Rodríguez Lago.
En este contexto, el poder local fue uno de los pilares del control de la
población. Así como las organizaciones para el encuadramiento de masas: el
sindicato vertical —su papel fue secundario y subordinado al Estado en el
ámbito agrario, según Daniel Lanero—, Sección Femenina —la investigadora Ana
Cebreiros estudió su importancia en la resocialización de la mujer según los
roles tradicionales— y Frente de Juventudes. “El franquismo es praxis, el
Estado se diluye, y el ciudadano percibe al franquismo a través del poder
local”, recuerda Emilio Grandío.
“No eran necesariamente golpistas o camisas viejas.
Bastaba con un perfil apolítico, o de derecha católica, monárquica o incluso de
centro republicano. Y a veces apoyaban las demandas de las vecinos frente al
Estado”, matiza Julio Prada. También el papel del Frente de Juventudes fue
limitado. “Si el ejemplo son las Juventudes Hitlerianas, la influencia del
Frente de Juventudes aquí fue pequeña frente a la familia y la escuela como
agentes de socialización”, señala el profesor Domingo Rodríguez.
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