Visa pour l’Image, cumbre mundial del mejor
fotoperiodismo, pone el foco sobre el miedo, la religión y los dogmas como
caldo de cultivo del fanatismo
JUAN PECES
Perpiñán 8 SEP 2012 - 01:36 CET
Proxecto Guantánamo |
“Puto terrorista”. Esa fue la imprecación que escuchó, atónita, la pareja
de fotógrafos suizos Mathias Braschler y Monika Fischer cuando se disponía a
retratar a un vecino del barrio londinense multirracial de Brick Lane. El
insulto estaba dirigido a su retratado, que había sido reconocido por un
transeúnte como una de las personas que fueron encarceladas en Guantánamo y,
posteriormente, liberadas. Sin pruebas, ni cargos formales. Ahora, su rostro
figura expuesto en la Iglesia de los Dominicos de Perpiñán (Francia), como
parte de un trabajo documental sobre el campo de detención estadounidense en el
festival internacional de fotoperiodismo Visa pour l’Image. La imagen también sirve
de prueba de la irremediable tendencia del ser humano a actuar entre el impulso
visceral y la cerrazón tribal ante el miedo, la ignorancia o la suma de ambas.
El proyecto llevó a los fotógrafos a retratar a personas de diferentes
países, etnias y creencias, unidos por el trauma y la vergüenza de haber
sufrido malos tratos tras ser considerados terroristas por el gobierno de EE
UU. “Para las víctimas”, explica Monika Fischer, “lo peor fue la tortura
mental”. Pese al trauma, la pareja quedó sorprendida: esperaban encontrar
“mucho más odio y sed de venganza”. “Algunos de los que han pasado por
Guantánamo creen que, aunque haya injusticia en la Tierra, allá arriba
[el expresidente George W.] Bush y sus camaradas pagarán por ello”, afirma su
pareja y coautor del reportaje, Mathias Braschler.
El trabajo de Guantánamo, financiado por la edición estadounidense de la
revista Vanity Fair (compró los derechos exclusivos para el mundo de
habla inglesa, donde nunca se publicó), ejemplifica bien las tendencias
dibujadas por la gran cumbre mundial de la fotografía: el miedo, la
superstición y la irracionalidad son algunos de los temas transversales de esta
edición, tanto en las exposiciones como en las proyecciones audiovisuales
nocturnas al aire libre. También se deja sentir en los reportajes expuestos una
buena dosis de crítica a la superstición y a la religión como excusa para el
control de los ciudadanos.
El estadounidense Jim Lo Scalzo e Ilvy Njiokiktjien reflejan,
respectivamente, el resurgir de la extrema derecha en EE UU (Aryan Nations, Ku
Klux Klan) y en Sudáfrica (campos de entrenamiento paramilitares para
adolescentes Afrikaners); Lizzie Sadin aborda la deriva xenófoba y
ultranacionalista de Viktor Orban en Hungría, mientras que Marco Dal Maso y
Jean-Patrick Di Silvestro retratan el neofascismo en Italia.
Lacerante es la realidad de los matrimonios con niñas en India, Yemen y
Afganistán que expone Stephanie Sinclair. O esta escena fotografiada por Robin
Hammond, del colectivo británico Panos: un jeque de Somalilandia (África
Oriental) recita fragmentos del Corán hablando a dos tubos conectados a los
oídos de una paciente mental. Lo hace con la esperanza de sanarla. La religión
está presente también en la serie de Bénédicte Kurzen sobre Nigeria, las
disputas entre cristianos y salafistas y su impacto en la población de un país
sometido a una lucha despiadada por el control de los recursos petrolíferos.
En Perpiñán se siente también estos días un cierto vínculo entre la
religión y la obsesión cuasimística por la tecnología y el consumo de aparatos
electrónicos, una cuestión presente en el reportaje sobre los desechos
electrónicos presentado por Stanley Greene. Miembro del colectivo Noor, recoge
los efectos del marketing religioso que, en su opinión, nos impone la
constante renovación de material electrónico de obsolescencia programada:
contaminación de tierras y acuíferos, explotación laboral, trabajo infantil,
enfermedades mentales y creación de cementerios de e-desechos.
Visa es también un lugar donde descubrir o redescubrir talentos y apreciar
el esfuerzo por tratar asuntos a los que los medios tradicionales no prestan
atención. Es el caso de Sebastián Liste, alicantino establecido en Brasil, que
ha recibido el premio Rémi Ochlik de Jóvenes Fotorreporteros y la codiciada
beca Getty de Fotografía Documental.
Liste participa con su proyecto Urban Quilombo, sobre una comunidad
establecida en una antigua fábrica de chocolate en Salvador de Bahía que fue
demolida por las autoridades y realojada a decenas de kilómetros de la ciudad.
“Me cautivó, como sociólogo, ver de qué forma gente que vivía en la calle se
había creado una sociedad dentro de una sociedad para sobrevivir y tener una
vida más digna”, explica.
Esa misión, devolver cierta dignidad a sus retratados,
también parece unir a los fotorreporteros escogidos por el director de Visa
pour l’Image, Jean François Leroy, un tipo empeñado en ofrecer un registro
anual de la actualidad: desde los conflictos generados por los recortes y la
miseria en Grecia, vistos por fotógrafos de la Agencia France-Presse, a la
asistencia sanitaria en Siria, vista por el fotógrafo Mani. Otro de sus empeños
es rendir homenaje con una triste cadencia a los caídos en combate: el trabajo
sobre la Primavera Árabe del fotorreportero Rémi Ochlik, fallecido en Homs
(Siria) junto con Marie Colvin, vuelve a ser mostrado en Perpiñán ocho años
después de que la ciudad viera sus primeras fotos tomadas en Haití.
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