El
antropólogo estadounidense David Graeber, líder del movimiento 'Occupy Wall
Street,' reexamina en la obra 'En deuda' los violentos cimientos económicos del
capitalismo, describe la deuda como una herramienta de los Estados para
controlar a los ciudadanos y emplaza a una condonación de los créditos
ALEJANDRO
TORRÚS Madrid 12/08/2012 09:30
El mundo
necesita condonar todas las deudas existentes. Tanto las internacionales como
la de los consumidores. De esta manera, se “aliviría sufrimiento” y la
humanidad recordaría que el “dinero no es inefable”, que “pagar los propias
dedudas no es la esencia de la moralidad” y que la democracia es el sistema
que permite a las personas ponerse de acuerdo para buscar lo mejor para todos.
Esta es la “propuesta” que lanza el antropólogo estadounidense David Graeber,
líder del movimiento Occupy Wall Street, en el ensayo En deuda, una
historia alternativa de la economía (Ariel) [Debt: The First 5000 Years]
sale a la venta el próximo mes de septiembre en España.
La
propuesta de Graeber, doctor en Antropología y profesor del Goldsmiths de
Londres, no es producto de una genialidad propia, siquiera de una observación
de la realidad económica del mundo occidental, sumido en una grave crisis de
deuda desde 2008. Graeber repasa la historia de la economía mundial desde la
antigua Mesopotamia hasta la actualidad a lo largo de 516 de páginas, en las
que reexamina los orígenes de diferentes mitos y aseveraciones que el sistema
ha convertido en verdades indiscutibles como el origen del capitalismo o el
propio concepto de deuda.
La premisa
que da lugar al análisis de la historia económica es contundente. Tras la
explosión de la crisis en 2008 quedó patente que “la historia que se había
contado a todo el mundo durante la última década se había revelado como una
inmensa mentira”. Por lo que Graeber considera imprescindible iniciar un
“auténtico debate público acerca de la naturaleza de la deuda, del dinero y de
las instituciones financieras que han acabado teniendo el destino del mundo en
sus manos”. Un debate indispensable en las puertas de un cambio de era, según
Graeber. “Cada vez más, parece que no tenemos otra opción”, asevera.
El análisis
de Groeber, reconocido anarquista, arranca desde la propia raíz del asunto. El
origen de la economía. La teoría tradicional explica el nacimiento de la
economía a través de El mito del trueque. Una vaca por 40 gallinas. Para
Groeber el trueque no es más que “un subproducto colateral del uso de monedas
practicado por personas acostumbradas a transacciones en metálico cuando por
una u otra razón no tenían acceso a moneda”. Pero la confusión histórica no
es casual. Adam Smith, en su obra La riqueza de las naciones (1776),
acude al trueque para señalar la economía como un mero intercambio, como dos
partes de un contrato.
Smith y los
posteriores historiadores de la economía olvidan adrede, a juicio de Groeber,
que la historia del mercado y de la deuda, y del capitalismo por extensión,
están ligadas a la guerra, la conquista militar, la esclavitud o el tráfico
de personas. Remarca Groeber que la deuda y el mercado no han existido sin
la compañía de una institución fuerte, ya sea ley sharia, la monarquía de
origen divino, o el Imperio romano que imponen a ciudadanos o súbditos que
imponga determinados tributos, impuestos y dé valor a las deudas adquiridas.
La
diferencia entre los dos conceptos resulta fundamental para conseguir una
definición del concepto “capitalismo”. Si partimos de que la economía surge del
intercambio el capitalismo puede ser conceptualizado como un sistema que
“permite a quienes tienen ideas potencialmente comercializables reunir recursos
para hacer realidad”. Por tanto, incluyendo todo lo anteriormente descrito, el
capitalismo no sería más que el sistema en el que los que poseen capital
manda e imponen condiciones sobre los que no lo tienen.
Evitar la
sublevación popular
Para
Groeber, la economía como tal surge en el momento en el que en la antigua
Mesopotamia se iniciaron a contabilizar por escrito las deudas. En todas y cada
una de las experiencias humanas en sociedad, argumenta Groeber, ha existido la
deuda. Sin embargo, las diferentes civilizaciones, como la romana o la griega,
quienes también se vieron envueltas en diferentes crisis de deuda, insistieron
en “suavizar el impacto, eliminar abusos evidentes como la esclavitud por
deudas” o “emplear los botines del imperio para proporcionar todo tipo de beneficios
extra a sus ciudadanos pobres a fin de mantenerlos más o menos a flote pero que
nunca cuestionaran el propio concepto de deuda”. Asimismo, otras sociedades
aplicaban una especie de año Jubileo en el que se borraban todas las
cuentas y se reiniciaban las cuentas para que las bases sociales del sistema
no se sublevaran.
El imperio
capitalista, forjado durante los últimos 500 años, aprendió esta lección. A
través de la deuda, sus principales potencias establecieorn una jerarquía
mundial condenando a una gran mayoría del mundo a una esclavitud eterna (en
este punto el autor pone como ejemplo la historia de Haití, pero sabía cómo
mantenerse. El sistema en una "situación de conflicto de clases"
límite que ponía en peligro su propia viabilidad, debido al auge del comunismo
en el período de entreguerras y tras la Segunda Guerra Mundial, supo
repartir “los botines del imperio de la deuda” entre los ciudadanos de los
países dominantes. Tal y como hizo Roma o Atenas para superar sus respectivas
crisis de deuda.
En el caso
de que las instituciones no respondieran a tiempo a la situación de crisis se
corría el peligro de una sublevación popular. “A lo largo de la mayor
parte de la historia, cuando ha aparecido un conflicto abierto entre clases, ha
tomado la forma de peticiones de cancelación de deudas: la liberación de
quienes se contraban en la servidumbre por ellas y, habitualmente, una
redistribución más justa de las tierras”, escribe.
El sistema
aplicó las tesis keynesianas y “suspendió la guerra de clases”. “Para explicarlo
crudamente: a las clases trabajadoras y blancas de los países de Atlántico
Norte, de Estados Unidos a Alemania, les ofrecieron un trato. Si acordaban
dejar de lado las fantasías de cambiar radicalmente la naturaleza del sistema,
se les permitiría mantener sus sindicatos, disfrutar de una amplia gama de
ventajas sociales (...)”, explica.
La conquista
neoliberal
Sin embargo,
en 1979 con la llegada de Ronald Reagan y Margaret Thatcher al poder en Estados
Unidos y Gran Bretaña, respectivamente, el sistema capitalista volvió a mutar y
el “trato quedó deshecho”. Así quedó explícito en el ataque conjunto que ambos
dirigentes lanzaron a los sindicatos de trabajadores. En ese momento, el
sistema buscó que todos los ciudadanos se convirtieran en “rentistas”, que
jugaran en el mercado y, al mismo tiempo, les “animó a pedir préstamos”.
Lo llamaron la “democratización de las finanzas” o
"neoliberalismo", Groeber no duda en calificarlo como “el imperalismo
de la deuda”.
En este
sistema los ciudadanos son “minúsculas corporaciones, organizadas en torno a la
misma relación entre inversor y ejecutivo: entre la fría y calculadora
matemática del banquero y el guerrero que, endeudado, ha abandonado cualquier
noción personal de honor para convertirse en una especie de máquina
desgraciada”. Sin embargo, esta forma de capitalismo también ha fracasado y ha
llegado a su fin porque está demostrando cada día que transcurre desde el
inicio de la crisis que todo es “una flagante mentira”.
No obstante,
a diferencia de otras fases de la historia el Estado o el Imperio no ha actuado
para defender a la población de los acreedores. Muy al contrario, ha
obligado a los “deudores pobres” a rescatar a los “deudores ricos” y ha
modificado las normas para proteger a los acreedores de manera que el pago de
la deuda por parte de los pobres sea obligatoria. “Resulta que no todos tenemos
que pagar nuestras deudas, sólo algunos”, analiza.
Reiniciar el
sistema
Por ello,
Groeber emplaza a “limpiar la pizarra [de deudas] a todo el mundo y volver a
comenzar”. La manera de organizarse en esta nueva etapa aún es desconocida. La
alternativa no lo tendrá fácil, recuerda Groeber, quien señala que durante los
últimos treinta años la sociedad ha presenciado “la creación de un vasto
aparato burocrático para la creación y mantenimiento de la desesperanza” cuyo
objetivo es asegurarse de que “los movimientos sociales no crezcan, florezcan o
propongan alternativas”. “Cualquier idea de cambiar el mundo parece una
fantasía vana e infundada”, apunta.
El
primer paso de la nueva forma de organización social está señalado. “Limpiar
la pizarra de deudas”. Después, apunta Groeber habrá que continuar
debatiendo. “Lo que sí sabemos es que la historia no ha acabado y que surguirán
con total seguridad nuevas y sorprendentes ideas”, concluye.
Ningún comentario:
Publicar un comentario