El ‘hiyab’, censurado hasta ahora, llega a la tele
pública de Egipto... ¿Para hacerse obligatorio?
Agresión a unha muller sen veo nas rúas do Cairo |
Antes de que Bollywood encarnara una alternativa oriental al cine de masas
norteamericano, la industria egipcia ya producía películas y series de
televisión que desbordaban las fronteras de su país. En aquella época, los años
cincuenta, sesenta y setenta del pasado siglo, las mujeres que aparecían en los
inevitablemente melodramáticos celuloides egipcios llevaban minifaldas y sus
cabellos lucían unas permanentes de lo más rococó. Solo las actrices que hacían
de abuelas o campesinas se cubrían con el hiyab o velo islámico.
En esos tiempos, Nasser bromeaba en público sobre las demandas de los
Hermanos Musulmanes para que el hiyab fuera obligatorio en el valle del
Nilo. Y la gente reía y aplaudía cuando el carismático rais rechazaba
aquellas “anticuadas” ideas como se espanta una mosca.
Hoy, sin embargo, la mayoría de las muchachas que pasean por las riberas
cairotas del Nilo llevan pañuelos en la cabeza, aunque sus camisetas y faldas
sean sugestivamente ceñidas y sus maquillajes, estridentes. Y, atención, muchas
de ellas son estudiantes o licenciadas universitarias que hablan inglés tan
bien como el árabe, defienden la igualdad de los géneros, aspiran a casarse con
un hombre al que amen de verdad y se comunican con sus amigos por Facebook,
Twitter y WhastApp desde teléfonos móviles. Es este un fenómeno que se extiende
desde Estambul a Casablanca.
La reislamización desde la base propuesta por movimientos conservadores
como los Hermanos Musulmanes egipcios y sus parientes ideológicos en otros
países de norte de África y Oriente Próximo, ha funcionado. Para muchos hombres
y mujeres ha sido un modo de rebelarse en las últimas décadas contra las
autocracias seculares que les asfixiaban y contra sus padrinos occidentales.
Así que era de esperar que ocurriera lo que ocurrió el domingo 2 de
septiembre, cuando, por primera vez en la historia de la televisión pública
egipcia, una periodista presentó el telediario con un pañuelo blanco que le
tapaba la melena y el cuello. Era Fatma Nabil, que lo celebró así en Twitter:
“Al fin, la revolución ha llegado a Maspero (la sede de la televisión estatal
egipcia)”. Y es que lo que estaba prohibido hasta entonces era lo contrario:
que una periodista apareciera en la tele pública con una prenda que hoy usa el
70% de sus congéneres.
Tras la caída del imperio otomano, Ataturk inició en Turquía un proceso de
secularización manu militari que, con las independencias obtenidas después de
la II Guerra Mundial, siguieron otros dirigentes árabes y musulmanes, fueran de
derechas o de izquierdas. Las barbas de los varones y los velos de las mujeres
se convirtieron en anacronismos a erradicar en el Túnez de Burguiba, el Egipto
de Nasser, la Siria baasista o el Irán del sha. Lamentablemente, aquellos
esfuerzos por imponer el laicismo no iban parejos con la democracia. Eran
autoritarios.
Los egipcios Nasser, Sadat y Mubarak no querían ver un hiyab en sus
telediarios ni en pintura. Las presentadoras debían aplicar un código estético
“moderno”: el establecido por las esposas de los presidentes, en particular
Yihan el Sadat y Suzanne Mubarak, que vestían trajes occidentales y exhibían un
brushing impecable. La propia Fatma Nabil fue expulsada de Maspero por
aspirar a usar el velo en la pequeña pantalla.
El sábado 1 de septiembre, el fin de este medio siglo de proscripción del hiyab
fue anunciado por Salah Abdel-Maksud, ministro de Información en el primer
gobierno formado por Mohamed Morsi, el dirigente de los Hermanos Musulmanes que
ganó en junio las primeras elecciones presidenciales democráticas en la
milenaria historia de Egipto. El ministro lo justificó con un argumento
“liberal”: las periodistas, dijo, tendrán en adelante libertad para decidir si
se tapan o no los cabellos ante las cámaras de la televisión pública.
Dicho así… Lo que ocurre, no obstante, es que los islamistas, por moderados
que se pretendan y por mucho que gobiernen como resultado de unas elecciones
libres, tienen aun menos credibilidad en materia de tolerancia que la derecha
del fundamentalismo cristiano de Estados Unidos. Y ello tanto en el Egipto de
los Hermanos Musulmanes como en la Turquía del AKP, el Túnez de En Nahda o el
Marruecos del Partido Justicia y Desarrollo. Su defensa de la libertad para taparse
el pelo no la aplican a otras cosas. Por ejemplo, a proteger a las mujeres que
son acosadas en la calle por no llevar el hiyab, a defender a
cristianos, laicos y progresistas de las agresiones salafistas o a despenalizar
la blasfemia.
Así que las feministas laicas egipcias han acogido con luz ámbar la novedad
aportada por la llegada del velo a la televisión estatal. Sospechan que, bajo
el ropaje de la libertad de elección, se esconde un paso más en el empeño de
los Hermanos Musulmanes en imponer en el valle del Nilo su visión integrista de
la religión revelada en El Corán.
“Hay que admitir que periodistas como Fatma Nabil sufrían una
discriminación: tenían todas los requisitos profesionales necesarios para salir
en la tele pública, pero no podían hacerlo porque llevaban el hiyab”,
dice Saly Zohney, del movimiento de defensa de los derechos de las mujeres
Baheya Ya Masr. “Lo que nos inquieta”, añade, “es que ahora el hiyab se
convierta en la norma y las profesionales que no lo lleven sean represaliadas”.
Los que promovieron la Primavera Árabe no pretendía sustituir un
autoritarismo secular por uno islamista. Es el caso de Randa Achmawi, una
periodista egipcia con una larga trayectoria como combatiente por los derechos
humanos en su país. Achmawi cree que, “en principio”, el que una mujer con un hiyab
presenta un noticiero de la televisión pública de su país “no debería suscitar
mayor polémica”. “Del mismo que defiendo el derecho a no ser obligada a llevar
el pañuelo si no se quiere, tengo que respetar el derecho a llevarlo si se
quiere”, dice.
Achmawi añade: “El verdadero problema es que esto ocurre cuando el nuevo
presidente, Morsi, está poniendo freno a la libertad de prensa surgida de la
revolución de Tahrir, situando a su gente al frente de los medios de
comunicación públicos, manipulándolos como lo hacía Mubarak y usándolos para
expandir la ideología de los Hermanos Musulmanes. En este contexto, una mujer
con hiyab en la tele estatal puede enviar el mensaje de que todas las
mujeres deben llevarlo y de que están justificados los ataques contra las que
no lo lleven”.
Decenas de miles de mujeres participaron en los movimientos populares
tunecino y egipcio que terminaron derrocando a Ben Alí y Mubarak. “Muchas
usaban pañuelos u otras señales de conservadurismo religioso, mientras que
otras se deleitaban con la libertad de poder besar a un amigo o fumar un
cigarrillo en público”, observó en su momento la escritora norteamericana Naomi
Wolf. El protagonismo de tuiteras como Mona Seif y Gigi Ibrahim fue ampliamente
recogido en los medios internacionales. Y como recordó Gema Martín Muñoz,
entonces directora de la Casa Árabe, esto era el resultado de otro fenómeno
crucial en los últimos lustros en el norte de África y Oriente Próximo: el
progresivo acceso de las mujeres a la educación y el trabajo fuera de casa.
Pero la misoginia no tardó en reaparecer, y con fuerza. Lo recuerda Olga
Rodríguez, periodista y autora de Yo muero hoy. Las revueltas en el mundo árabe
(Debate, 2012). Tras el momento fraternal de Tahrir, la violencia de género de
las fuerzas de seguridad egipcias contra mujeres manifestantes se acentuó. Su
episodio más conocido fue la brutalidad con que fue semidesnudada por
uniformados la que pasaría a ser universalmente conocida como “la chica del
sujetador azul”.
Rodríguez rememora: “Otro de los episodios más terribles tuvo lugar el
pasado año, también con la Junta Militar en el poder, cuando 17 mujeres
detenidas en una manifestación fueron sometidas por los soldados a exámenes de
virginidad”. Y prosigue: “Pues bien, esas jóvenes valientes, que siguen
batallando para que sus agresores sean juzgados, llevaban hiyab. Conozco
personalmente a muchas egipcias que lo llevan y son libres y activas. Esa
prenda no es necesariamente sinónimo de sumisión”.
A mediados de la pasada década, la periodista inglesa Allegra Stratton
viajó a Oriente Próximo para compartir la vida de sus jóvenes y formarse así su
propio criterio. Su conclusión fue el nuevo Oriente Próximo es “joven, cool
y devoto”. Joven, porque la mayoría de sus habitantes son menores de 25 años. Cool,
porque esa gente está plenamente inmersa en la cultura de las cadenas de
televisión musicales vía satélite, la comunicación a través de móviles
inteligentes y la socialización en redes ciberespaciales. Y devoto, porque, sí,
es más religiosa que lo fueran las generaciones anteriores, las del nasserismo.
Stratton escribió un libro (451 Editores, 2009) en el que sale, por
supuesto, el asunto del hiyab; de hecho, el neologismo muhayababes
que le da título quiere decir “chicas con pañuelo”. Y sale para informar de que
los musulmanes aún discuten sobre si la obligación de llevarlo esté claramente
explicitada en el Corán: de hecho, las mujeres de las familias reales de
Marruecos y Jordania, que se dicen descendientes de Mahoma, no lo llevan salvo
en ceremonias religiosas. Y también para constatar que cada vez son más las
jóvenes musulmanas universitarias y profesionales que lo usan. ¿Coaccionadas?
“Algunas sí; muchas”, subraya Stratton, “no”.
Lleven los cabellos velados o al aire, a no pocas árabes les parece que
existe cierta obsesión europea por el hiyab. Creen más importante continuar
con el proceso en marcha de acceso a la educación y de la lucha por la igualdad
jurídica y efectiva en los terrenos político, económico, laboral y familiar.
“No veo mal que el velo llegue a la televisión pública egipcia; no ha sido una
imposición, ha sido la propia Fatma Nabil quien ha aprovechado el contexto para
reclamar un derecho”, dice Ouissal El Hajoui, una joven periodista tangerina
formada en España.
El Hajoui, que no se cubre, señala algo que suele sorprender a las
occidentales: “Muchas feministas musulmanas han hecho del velo una bandera de
emancipación”. ¿Feministas musulmanas? Pues sí, no pocas de las jóvenes que hoy
se cubren con hiyab en el norte de África y Oriente Próximo no lo hacen
forzadas por novios, maridos o padres, sino voluntariamente. Lo asocian tanto
con la religiosidad como con el igualitarismo y el feminismo. Por extraño que
esto pueda parecer en la ribera septentrional del Mediterráneo, piensan que
dificulta diferenciar en público a las mujeres ricas de las pobres, y que pone
barreras a la explotación del cuerpo de la mujer por el hombre.
¿Es el uso del velo —hablo del hiyab, no del burka, el nikab
u otros instrumentos espectacularmente carcelarios— en sí mismo una
manifestación de discriminación y opresión de la mujer? Así lo cree el
sentimiento dominante hoy en Occidente, aunque cabe recordar que esta prenda no
fue inventada por el islam, sino que ya estaba en las tradiciones de judíos y
cristianos (las judías lo siguen usando hoy para rezar en el Muro de las
Lamentaciones, y las cristianas si se hacen monjas). El dios de Abraham es duro
con las mujeres.
Volvamos a Egipto: la revolución de Tahrir expresó la sed de libertad y
dignidad de una amplia parte de su juventud, pero, más organizados y
disciplinados, los Hermanos Musulmanes terminaron ganando las primeras
elecciones. Y una democracia no son solo comicios, también reglas de juego y
cortafuegos institucionales que impidan el abuso del poder por parte de
cualquier facción. Lo preocupante es que las urnas hayan dado a los islamistas
la tarea de construirlos. Para aquellos hombres y mujeres que luchan por la
igualdad de los géneros y consideran que esta es, precisamente, una de las grandes
asignaturas pendientes del mundo árabe, eso es un motivo de inquietud.
Y no tranquiliza el que Randa Achmawi informe de que las
agresiones callejeras contra egipcias, desde tocamientos hasta linchamientos
verbales, aumenten bajo el gobierno de los Hermanos Musulmanes. De preferencia
a las que no llevan velo.
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