Hijos de desaparecidos y perseguidos por la dictadura
argentina escriben su experiencia con una mirada crítica
ALEJANDRO
REBOSSIO Buenos Aires 19 SEP 2012 -
00:54 CET
Son escritores hijos de militantes y guerrilleros de la izquierda argentina
de los años setenta, muchos desaparecidos, y abordan en su obra literaria su
propia experiencia de víctimas de la última dictadura militar (1976-1983), pero
con un discurso que se aparta del oficial de las organizaciones de defensa de
los derechos humanos, crítico o desacralizado sobre esos colectivos o sobre el
pasado de sus padres.
Así lo hace Mariana Eva
Pérez (Buenos Aires, 1977), en Diario de una princesa
montonera, 110% Verdad, cuando relata una visita guiada a la Escuela
Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los principales centros clandestinos de
detención, donde su madre estuvo cautiva, parió y fue vista por última vez.
“Princesa Montonera: Deberían poner el nombre de mi vieja en la puerta, porque
ésta es su pieza. No es la pieza de las embarazadas. Cuando la trajeron, la
pieza de las embarazadas no existía más. Por eso la pusieron acá. En este lugar
guardaban escobas, trapos, cosas de limpieza. El camarote de Norma Arrostito –N.
del R.: fue la fundadora de la guerrilla peronista Montoneros- dice que era de
ella, okay, yo quiero que pongan una estrella con el nombre de mi mamá en esta
puerta, como en un camarín de Hollywood. (Jota –su novio- no le festeja el
chiste. La envuelve en un abrazo interminable. Pasa por detrás de ella la
visita guiada, se oyen explicaciones sobre la Pecera -oficinas donde debían
trabajar los detenidos-. Ella suspira e intenta zafarse, él se las ingenia para
seguir abrazándola y además acariciarle el corazón. El grupo vuelve a pasar
rumbo a Capuchita –sala de torturas-. Ella propone seguir. Suben la escalera
que va a Capuchita, ella anteúltima. Jota al final. Jota aprovecha y le toca el
culo. Ella es feliz. En la escalera que va de Capucha –donde estaban las
celdas- a Capuchita”, cuenta el libro editado este año.
Pérez no es la única hija de desaparecidos que cuenta su experiencia con
voz propia. También está Félix Bruzzone
(Buenos Aires, 1976), con su libro de cuentos 76 o su novela Los
topos, que relata la historia de un hijo de desaparecidos rodeado de
incógnitas sobre sus padres, sobre un posible hermano nacido en la ESMA, que un
día se enamora de un travesti con prontuario de "matapolicías" y
acaba envuelto en una crisis de identidad digna de una película de Pedro
Almodóvar.
Otras autoras son Laura Alcoba
(La Plata, 1968), que perdió a su padre, se exilió a los diez años con su madre
en Francia y en 2008 escribió La casa de los conejos, su memoria
de aquellos días de niña viviendo en la clandestinidad, una experiencia
inexplicable para su edad; y Raquel Robles (Santa Fe, 1971), que en Perder
cuenta que una hija de desaparecidos sufre la muerte de su pequeño de cinco
años en un accidente de coche. De la misma generación es Patricio Pron
(Rosario, 1975), cuyos padres militaban en la izquierda, pero sobrevivieron al
régimen, quien en 2011 escribió El espíritu de mis padres sigue subiendo
en la lluvia, que en un relato muy autobiográfico narra que un joven
indaga sobre sus orígenes familiares y se topa entonces con el terrorismo de
Estado. Se trata de escritores que no solo han escrito sobre su experiencia
como hijos de militantes sino que también han contado, con elogios y premios,
otras historias que nada tiene que ver con ella.
“Mi libro es bastante raro: tiene cosas reales, pero no sé hasta qué
punto”, explica Mariana Eva Pérez, que en su libro se refiere a los militontos
de las organizaciones de derechos humanos. Ella aclara que no apunta contra
personas o colectivos en particular sino a “discutir un discurso único que
pareció existir sobre el tema”, el “temita”, como le llama la Princesa
Montonera, un relato que ha “sacralizado a Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, a
sobrevivientes” del régimen. De pequeña le escribía cartas a su padre
desaparecido y al hermano que su madre dio a luz en la ESMA, con el que se
reencontró décadas después. “Es difícil elegir hablar de otro tema, pero
nuestra generación, los que somos huérfanos y los que no, como Pron y Alcoba,
podemos tener otra mirada. Como niños no teníamos las herramientas para
procesar lo que teníamos que procesar”, cuenta Pérez, que está haciendo un
doctorado en Berlín sobre las narrativas del terror y la desaparición.
De adolescente, Bruzzone ya escribía cartas a su abuela sobre su “trauma
infantil”. Este coeditor de la editorial independiente Tamarindo opina que
antes la ficción sobre el terrorismo de Estado en Argentina “solía ser muy
literaria y volvía sobre sí misma”, pero su “generación está preocupada por surfear
experiencias y rechazos en torno de los discursos sobre qué se hizo después de
la dictadura, y no pretende entrar en el circuito de las grandes obras”.
“Había llevado conmigo esa historia durante un largo tiempo
y sentí que ya tenía la capacidad, y la voluntad, para contarla”, cuenta Pron,
que vive en Madrid, donde escribe el blog literario El Boomeran(g) y donde ha
cogido el acento español. “Al ser publicada, la historia pasó a formar parte de
un esfuerzo generacional por determinar cuánto de la experiencia política de la
militancia revolucionaria del período 1955-1976 puede ser útil aquí y ahora. El
libro tenía que ser una revisión personal y crítica de esa experiencia”,
concluye Pron.
Huérfanos en otras artes
A. R.
Los hijos de militantes perseguidos o desaparecidos
en la última dictadura de Argentina también se expresan en otras artes, no solo
en la literatura. Por estos días se puede asistir en el Centro Cultura San
Martín, en Buenos Aires, a la obra teatral documental Mi vida después,
de Lola Arias, en la que seis jóvenes actores nacidos durante el régimen
cuentan sus vidas e indagan sobre las de sus padres. Entre los seis está
Albertina Carri, cuyos padres fueron víctimas del terrorismo de Estado y que ha
dirigido diez películas, entre ellas Los rubios (2003), un documental
que aborda la dificultad para narrar su recuerdo. “Los rubios fue una
punta de lanza, de quiebre, en esto de olvidar un poco la experiencia de
nuestros padres, que tuvo sus éxitos y fracasos, y narrar la nuestra”, comenta
el escritor Félix Bruzzone.
Varios artistas plásticos como Lucila Quieto,
Nicolás Bai Quesada, María Toninetti, Ana Adjiman y María Giuffra integran
junto con la escritora Mariana Eva Pérez el Colectivo de hijos (Cdh), todos
“huérfanos producidos por el accionar genocida del Estado”, según se definen.
Se diferencian de sus pares de la agrupación de derechos humanos HIJOS, con
mayúsculas, que es la sigla de Hijos e Hijas por la Identidad y
la Justicia contra el Olvido y el Silencio. “Es interesantísimo ese espacio -el
Cdh- porque somos otros hijos diciendo otras cosas, planteando otras demandas
en otros lenguajes. Por ejemplo, una parte importante de la reflexión y la
difusión de nuestras ideas se da a través de la técnica de collage”,
explica Pérez.
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