mércores, 26 de setembro de 2012

Desacralizar el dolor de la dictadura argentina a través de la literatura


Hijos de desaparecidos y perseguidos por la dictadura argentina escriben su experiencia con una mirada crítica
Son escritores hijos de militantes y guerrilleros de la izquierda argentina de los años setenta, muchos desaparecidos, y abordan en su obra literaria su propia experiencia de víctimas de la última dictadura militar (1976-1983), pero con un discurso que se aparta del oficial de las organizaciones de defensa de los derechos humanos, crítico o desacralizado sobre esos colectivos o sobre el pasado de sus padres.
Así lo hace Mariana Eva Pérez (Buenos Aires, 1977), en Diario de una princesa montonera, 110% Verdad, cuando relata una visita guiada a la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los principales centros clandestinos de detención, donde su madre estuvo cautiva, parió y fue vista por última vez. “Princesa Montonera: Deberían poner el nombre de mi vieja en la puerta, porque ésta es su pieza. No es la pieza de las embarazadas. Cuando la trajeron, la pieza de las embarazadas no existía más. Por eso la pusieron acá. En este lugar guardaban escobas, trapos, cosas de limpieza. El camarote de Norma Arrostito –N. del R.: fue la fundadora de la guerrilla peronista Montoneros- dice que era de ella, okay, yo quiero que pongan una estrella con el nombre de mi mamá en esta puerta, como en un camarín de Hollywood. (Jota –su novio- no le festeja el chiste. La envuelve en un abrazo interminable. Pasa por detrás de ella la visita guiada, se oyen explicaciones sobre la Pecera -oficinas donde debían trabajar los detenidos-. Ella suspira e intenta zafarse, él se las ingenia para seguir abrazándola y además acariciarle el corazón. El grupo vuelve a pasar rumbo a Capuchita –sala de torturas-. Ella propone seguir. Suben la escalera que va a Capuchita, ella anteúltima. Jota al final. Jota aprovecha y le toca el culo. Ella es feliz. En la escalera que va de Capucha –donde estaban las celdas- a Capuchita”, cuenta el libro editado este año.
Pérez no es la única hija de desaparecidos que cuenta su experiencia con voz propia. También está Félix Bruzzone (Buenos Aires, 1976), con su libro de cuentos 76 o su novela Los topos, que relata la historia de un hijo de desaparecidos rodeado de incógnitas sobre sus padres, sobre un posible hermano nacido en la ESMA, que un día se enamora de un travesti con prontuario de "matapolicías" y acaba envuelto en una crisis de identidad digna de una película de Pedro Almodóvar.
Otras autoras son Laura Alcoba (La Plata, 1968), que perdió a su padre, se exilió a los diez años con su madre en Francia y en 2008 escribió La casa de los conejos, su memoria de aquellos días de niña viviendo en la clandestinidad, una experiencia inexplicable para su edad; y Raquel Robles (Santa Fe, 1971), que en Perder cuenta que una hija de desaparecidos sufre la muerte de su pequeño de cinco años en un accidente de coche. De la misma generación es Patricio Pron (Rosario, 1975), cuyos padres militaban en la izquierda, pero sobrevivieron al régimen, quien en 2011 escribió El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, que en un relato muy autobiográfico narra que un joven indaga sobre sus orígenes familiares y se topa entonces con el terrorismo de Estado. Se trata de escritores que no solo han escrito sobre su experiencia como hijos de militantes sino que también han contado, con elogios y premios, otras historias que nada tiene que ver con ella.
“Mi libro es bastante raro: tiene cosas reales, pero no sé hasta qué punto”, explica Mariana Eva Pérez, que en su libro se refiere a los militontos de las organizaciones de derechos humanos. Ella aclara que no apunta contra personas o colectivos en particular sino a “discutir un discurso único que pareció existir sobre el tema”, el “temita”, como le llama la Princesa Montonera, un relato que ha “sacralizado a Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, a sobrevivientes” del régimen. De pequeña le escribía cartas a su padre desaparecido y al hermano que su madre dio a luz en la ESMA, con el que se reencontró décadas después. “Es difícil elegir hablar de otro tema, pero nuestra generación, los que somos huérfanos y los que no, como Pron y Alcoba, podemos tener otra mirada. Como niños no teníamos las herramientas para procesar lo que teníamos que procesar”, cuenta Pérez, que está haciendo un doctorado en Berlín sobre las narrativas del terror y la desaparición.
De adolescente, Bruzzone ya escribía cartas a su abuela sobre su “trauma infantil”. Este coeditor de la editorial independiente Tamarindo opina que antes la ficción sobre el terrorismo de Estado en Argentina “solía ser muy literaria y volvía sobre sí misma”, pero su “generación está preocupada por surfear experiencias y rechazos en torno de los discursos sobre qué se hizo después de la dictadura, y no pretende entrar en el circuito de las grandes obras”.
“Había llevado conmigo esa historia durante un largo tiempo y sentí que ya tenía la capacidad, y la voluntad, para contarla”, cuenta Pron, que vive en Madrid, donde escribe el blog literario El Boomeran(g) y donde ha cogido el acento español. “Al ser publicada, la historia pasó a formar parte de un esfuerzo generacional por determinar cuánto de la experiencia política de la militancia revolucionaria del período 1955-1976 puede ser útil aquí y ahora. El libro tenía que ser una revisión personal y crítica de esa experiencia”, concluye Pron.
Huérfanos en otras artes
A. R.
Los hijos de militantes perseguidos o desaparecidos en la última dictadura de Argentina también se expresan en otras artes, no solo en la literatura. Por estos días se puede asistir en el Centro Cultura San Martín, en Buenos Aires, a la obra teatral documental Mi vida después, de Lola Arias, en la que seis jóvenes actores nacidos durante el régimen cuentan sus vidas e indagan sobre las de sus padres. Entre los seis está Albertina Carri, cuyos padres fueron víctimas del terrorismo de Estado y que ha dirigido diez películas, entre ellas Los rubios (2003), un documental que aborda la dificultad para narrar su recuerdo. “Los rubios fue una punta de lanza, de quiebre, en esto de olvidar un poco la experiencia de nuestros padres, que tuvo sus éxitos y fracasos, y narrar la nuestra”, comenta el escritor Félix Bruzzone.
Varios artistas plásticos como Lucila Quieto, Nicolás Bai Quesada, María Toninetti, Ana Adjiman y María Giuffra integran junto con la escritora Mariana Eva Pérez el Colectivo de hijos (Cdh), todos “huérfanos producidos por el accionar genocida del Estado”, según se definen. Se diferencian de sus pares de la agrupación de derechos humanos HIJOS, con mayúsculas, que es la sigla de Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio. “Es interesantísimo ese espacio -el Cdh- porque somos otros hijos diciendo otras cosas, planteando otras demandas en otros lenguajes. Por ejemplo, una parte importante de la reflexión y la difusión de nuestras ideas se da a través de la técnica de collage”, explica Pérez.

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