Desde el Puerto de Alicante, último reducto del régimen republicano, zarpó
el último barco con exiliados con un pasaje de 3.028 personas. Su destino fue
la costa de Orán. Muchos de ellos acabaron en campos de concentración franceses
en Argelia y, después, luchando por la liberación de Francia en la División
Lecrerc.
ALEJANDRO TORRÚS Madrid 08/09/2012
Helia
González tenía cuatro años y tres meses el 28 de marzo de 1939. A pesar de su
corta edad en aquel momento y de sus 77 años actuales, recuerda cada detalle de
todo lo que sucedió durante aquellos días: los últimos suspiros de la
República. Las tropas de Franco avanzaban desde Almería con destino
Alicante, mientras que las columnas de Mussolini llegaban por el norte.
Alicante estaba acorralada. Decenas de miles de personas iban llegando al
puerto para escapar de lo que se convertiría en una ratonera. Helia consiguió
entrar en la última vía de escape junto a su familia : el Stanbrook. “Nada más
salir comenzaron a caer bombas donde estaba atracado el barco. Eran los
italianos”, recuerda Helia a Público.
Con la
dimisión del presidente Azaña, la huida de la flota republicana en Cartagena y
la sublevación del coronel Casado en Madrid que había provocado la caída y el
exilio del Gobierno de Negrín, los puertos de la costa levantina -y en especial
Alicante- se convirtieron en la última esperanza de todos los combatientes
republicanos, o simpatizantes, que pretendían huir de España para escapar
de la represión. A lo largo del mes diferentes navíos como el Marionga o el
African Trader zarparon rumbo al norte de África, así como numerosos barcos
pesqueros que partieron desde los puertos de El Campello, La Vila Joiosa, Santa
Pola y Torrevieja.
El padre
Helia llegó el mismo día 28 de marzo del frente de batalla. Vivían en Elche. Su
padre llegó alterado y ordenó a todos que había que huir. Las tropas de Franco
y Mussolini estaban llegando. “Recuerdo cómo mi madre preparó una tortilla
de patatas con un solo huevo para los cuatro. Era la única comida que
teníamos y la tuvimos que compartir en el barco con otra familia que no tenía
absolutamente nada”, cuenta Helia.
La familia
de Helia llegó a Alicante al anochecer. En unas horas, a las 23 horas, zarparía
el penúltimo barco del exilio. Unos minutos después lo haría el Marítime, con
32 autoridades republicanas de la provincia, dejando ya en los muelles a una
multitud desesperada, atrapada en la ratonera del puerto alicantino. En
el Stanbrook, un viejo carguero inglés comandado por el capitán Archival
Dickson, 3.028 personas, entre ellos 147 niños, encontraron una salida. Otras
decenas de miles no encontrarían esta salida.
El escritor
Eduardo de Guzmán, que quedó en el puerto, escribiría en su cuaderno:
“Continúan los suicidios. En la parte exterior del muelle dos cadáveres flotan
junto al rompeolas. Un individuo que pasea por el muelle con aparente
tranquilidad se pega un tiro en la cabeza. Otro muchacho se pega un tiro y la
bala después de atravesar su cuerpo hiere mortalmente a un viejo de pelo
blanco. Dos días más y el fascismo no tendrá nada que hacer porque nos
habremos matado todos”.
22 horas de
viaje
Con más del
doble de pasajeros de los permitidos, el Stanbrook zarpó rumbo a Orán. Helia
recuerda como el capitán Dickson, el único que se apiadó de los vencidos,
permitió que entrara todo el mundo posible al barco desobedeciendo las órdenes
de seguridad y ordenó a los presentes que nadie se moviera durante el viaje por
peligro a desestabilizar el barco. “El trayecto fue infame. Llovió y no
teníamos con qué cubrirnos. Tampoco podíamos ir al aseo. La embarcación
tenía solo dos aseos y éramos más de 3000,y allí se había refugiado un
montón de gente. Hice mis necesidades en la cubierta”, rememora.
A bordo del
barco también estaba el abogado José Escudero, gobernador civil de Salamanca,
Zamora y Granada a lo largo de la II República. Su nieto, Paco Escudero, ha
recuperado parte de su memoria en la obra Pasajero 2.638. Nada más
desembarcar en Orán, José escribió una carta a su mujer describiendo el viaje:
“A las 22
horas de salir llegábamos a Orán y en un puerto hemos pasado los 8 peores
días de mi vida. Pasábamos el día y la noche como borregos, unos encima de
otros, sin comida apenas, con agua escasa. ¡Un horror! Anteayer desembarcamos
unos cuantos, ayer lo hicieron otros y hoy y en días sucesivos terminarán con
los que quedan”.
Destinos
múltiples
La suerte de
los más de 3000 pasajeros fue muy dispar. Las autoridades francesas comenzaron
una caza de comunistas que tendría por objetivo reclutar en campos de
concentración a aquellas personas que consideraban revolucionarias. El diputado
francés de extrema derecha Albert Sedró llegó a pedir en el Parlamento que
mandaran a los portadores del germen revolucionario a una isla al fondo del
Pacífico.
Miles de
españoles acabaron en campos de concentración con el objetivo de construir el
imposible tren transahariano. Proyecto francés que arrancó en la I Guerra
Mundial con presos alemanes como mano de obra y que continuaría al borde de la
II Guerra Mundial con la mano de obra española.
El
investigador José Aurelio Romero ha recopilado la vida de Ramón Vías, miembro
del pasaje del Stanbrook, que terminó en un campo de concentración. “Estuvo en
celdas de castigo y se erigió en dirigente de la oposición dentro de los
campos, por lo que fue condenado a muerte por los franceses”, cuenta
Romero a Público. Afortunadamente para Vías, la II Guerra Mundial ya
había comenzado y los estadounidenses llegaron al norte de África para luchar
contra el régimen frances títere de Hitler, la Francia de Vichy.
“Tras su
liberación viajó por Túnez hasta que consiguió entrar en patera a España por
Nerja en un viaje de dos noches y un día. Se refugió en las montañas de
Málaga donde trató de reunificar a los guerrilleros”, relata Romero. Dos
años más tarde, Vías fue detenido por el régimen de Franco y encarcelado en la
prisión de Málaga, de donde consiguió escapar pocos días después.
“Como Vías
tenía el cuerpo destrozado de las palizas recibidas en prisión no pudo
refugiarse en las montañas. Se quedó en una chabola en las afueras y a los 25
días la Policía lo pilló. Cercaron la casa. Lo mataron a él, a sus dos
escuderos y al dueño de la casa”, señala.
De
comerciante a artista en Argelia
José
Escudero tal y como relata en su carta fue a parar a un antiguo almacén de
trigo junto a otros centenares de refugiados donde pudo “lavarse y afeitarse”.
En este punto la familia perdió el contacto con él. Sólo saben que viajó hasta
París y de ahí a México, desde donde retornó a España en el año 1951.
Helia fue a
parar junto a su madre y su hermana de apenas unos meses a la cárcel del
cardenal Cisneros. “Allí siempre escoltados por la guardia de senegaleses, nos
ducharon y nos desinfectaron. Luego nos llevaron a un lugar cercano que era una
especie de colonia para colegiales. Aún estaba en construcción y a menudo había
explosiones para sacar piedra de la tierra. Con cada explosión cundía el pánico”,
recuerda.
Tiempo
después, un familiar de su madre que había emigrado a Argelia antes de la
guerra fue a recogerlos y la familia se trasladó a la ciudad de Sidibel-abbesh.
“Solamente se podía salir de los campos si alguien iba a buscarte. Conocimos a una
señora muy mayor, madame Martínez, que consiguió sacar a todos los Martínez
alegando que eran todos hijos suyos”, rememora.
El destino
tendría depararía una sorpresa más para la familia de Helia. En Argelia operaba
una compañía de teatro español que había quedado dividida en dos, como España,
tras el golpe de Estado de los militares. “La compañía estaba formada por dos
familias. Los Salgueron se volvieron a España y la familia Pineda vino a
buscarnos para completar la compañía”, apunta.
Los
siguientes ocho años Helia y su familia recorrieron cada una de las poblaciones
de Argelia con la compañía de teatro español. “No iba al colegio, ni tenía casa
fija. Viajábamos en carros, a pie o en autobuses cargados hasta la baca. Actuábamos
en patios de colegio, en las salas de bar, en los patios de las casas,
etc.”, señala esta señora, que recuerda que la obra que más gustaba al público
era Tierra Baja de Angel Guimerà.
En julio de
1949 la familia consiguió regresar a España y rehacer su vida. Tras la
decepción de que el fin de la II Guerra Mundial no trajera la democracia en
España, Helia recuerda como su padre vivía con la ilusión de que la muerte de
Franco trajera “nuevos aires a España”. Su padre vivió para ver a Franco morir,
pero pronto se dió cuenta, recuerda esta mujer, que la democracia “no cambiaría
nada”. “La cosa estaba atada y bien atada”, sentencia.
La
liberación de Francia
De los
campos de concetración de españoles en el norte de África salieron los
republicanos de la nueve, un pelotón que se unió a la División Lecrerc. En el
verano de 1944 esta división llegó a Francia y tras diversas incursiones
consiguió llegar a París. El 24 de agosto de 1944 la 2ª División blindada
comandada por el general Leclerc, recibe la orden de avanzar hacia París. El
grueso de su compañía, la novena del tercer regimiento de marcha del Chad, la
formaban republicanos españoles que habían estado en los campos de
concentración de Argelia, muchos de ellos también pasajeros del Stanbrook.
El teniente
Amadeo Granell, pasajero 2.073, capitaneó la avanzadilla que entró en París con
vehículos semiblindados bautizados con nombres como la guerra de España. Llegó
a la plaza del Ayuntamiento y anunció a los parisinos refugiados en el
Consistorio que eran una avanzadilla de la División Lecrerc.
“La plaza se
había llenado de gente. Se cantaba, se daban vivas extentorias, se bailaba, nos
besaban. Lloraban de alegría. Era la libertad. Jamás me he sentido tan
emocionado. Se entonó una marsellesa, yo quise cantar pero no pude. Se me puso
un nundo en la garganta. No quería pestañear para que las lágrimas que se me
agolpaban en los ojos no se me derramaran sobre las mejillas. País liberado,
¡qué alegría! Yo sin poderlo evitar pensaba en Madrid y en España.
El
25 de agosto De Gaulle presidió el desfile de la liberación. Las banderas de la
República española estuvieron presentes en la ceremonia. Después, La Nueve fue
hasta Alsacia y Lorena y marchó hacía el escondite de Hitler, pero ya no estaba
allí. El nazismo ya había sido derrotado. Los pensamientos de estos soldados se
dirigían a España y el franquismo. Pero la esperanza pronto se tornó
frustración y las promesas cayeron en el olvido. El espíritu de la
liberación llegó hasta los Pirineros.
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