Decenas de descendientes de los huidos por las guerras
del siglo XIX regresan a Abjazia
Cargada con una bolsa de juguetes y ropa, la activista cívica Tsiza Gumba
es recibida como una madre por los repatriados de Siria, niños y adultos
que de forma provisional se alojan en la residencia Aitar de Sujum, la capital
de Abjazia. Aquí, a las
orillas del mar Negro, en la sede de una clausurada misión de la ONU, aguardan
su futuro varias decenas de ciudadanos sirios descendientes de los majadzhiri,
como se llama a los habitantes locales huidos de la expansión imperial rusa en
el Cáucaso en la segunda mitad del siglo XIX.
Aquellos abjazos decimonónicos compartieron su destino con otros pueblos
divididos por la conquista rusa, como los ubijos, adigos o shapsugs. En
conjunto, estas comunidades exiliadas al Imperio Otomano recibieron el nombre
genérico de cherquesos. En el mundo se calcula que hay varios millones de cherquesos,
la mayoría de los cuales —cerca de seis millones— residen en Turquía. Otros
contingentes menores viven en Siria y Jordania. El ministro de Exteriores de
Abjazia, Viacheslav Chírikba, estima que entre 300.000 y 500.000 abjazos de
origen viven en Turquía y menos de 10.000, en Siria.
Desgajada de Georgia en una cruel guerra civil (1992-1993), Abjazia solo ha
sido reconocida como Estado por Rusia (2008) y por unos pocos países más, entre ellos
Venezuela y Nicaragua. Pese a sus limitaciones internacionales y
económicas, Abjazia ha lanzado un plan de repatriación sin precedentes
en nombre de unas leyes, según las cuales la nacionalidad abjaza se trasmite
por vía paterna. Ni siquiera Moscú, inquieta por el “factor islámico”, atiende
de forma tan sistemática a sus propios cherquesos, que piden ayuda desde el
comienzo de la guerra en Siria y que, en parte por su cuenta y riesgo, se
trasladan al norte del Cáucaso.
Por el viaje, alojamiento, manutención y formación lingüística cada
abjazo-sirio repatriado cuesta 300.000 rublos (unos 7.600 euros) al
presupuesto de Abjazia, según el jefe del Comité de Repatriación, Zurab
Adleyba. Además, la sociedad local se ha volcado, afirma Gumba, que compra
neveras, aparatos de aire acondicionado, sofás y muebles para los recién
llegados gracias en parte a donaciones particulares.
Todo comenzó en una reunión de activistas cívicos que en enero se
dirigieron al presidente de Abjazia, Alexandr Ankvab, explica Gunda. “El
empeoramiento de la situación sociopolítica en Siria despierta preocupación
entre los ciudadanos de Abjazia debido a la amenaza a las vidas de nuestros
compatriotas, abjazos étnicos […] descendientes directos de los refugiados que
abandonaron el territorio de residencia histórica de los abjazos […] como
resultado de las guerras ruso-caucásicas y ruso-turcas, y otros eventos del
siglo XIX”, afirmaban en su llamamiento.
Las autoridades se pusieron en marcha y enviaron una misión de
reconocimiento a Siria, con ayuda rusa. Siguió una primera oleada de
inmigrantes, unas 40 personas, que, con visados de tránsito rusos, llegaron a
Abjazia en mayo desde Damasco, vía Moscú, en un avión de la compañía Aeroflot.
Abjazia se prepara para acoger a un segundo grupo de 110-120 personas este mes.
Como Aeroflot dejó de volar a Siria el 6 de agosto, el grupo deberá ser trasladado
en un chárter ruso, que Abjazia está dispuesta también a pagar.
En la residencia Aitar, los sirios-abjazos esperan la puesta a punto de las
viviendas que ocuparán cerca de Sujum. Algunos tienen trabajo y otros lo buscan
mientras reciben clases de abjazo, un complicado idioma que su generación ya no
habla. Los repatriados han recibido pasaportes abjazos con sus
“apellidos históricos”, recuperados gracias a los archivos de las asociaciones
de cherquesos de Siria. Estos apellidos difieren en muchos casos de sus
apellidos árabes de Siria y los nuevos pasaportes solo son válidos en el
ámbito de reconocimiento de Abjazia como Estado.
“Los primeros repatriados vinieron de Turquía y de Siria a principios de
los noventa, antes de la
guerra. Una parte se marcharon durante los duros años de bloqueo que
siguieron, pero en total deben quedar unas 2.000 personas”, afirma Chírikba,
según el cual la inmigración a Abjazia se ha incrementado por una razón:
"Nuestro crecimiento económico es del 8%".
Los abjazos de Siria están culturalmente más alejados de Abjazia que los de
Turquía, pero voluntarios de ambos países acudieron a luchar contra los
georgianos a principios de los noventa y algunos, como Farid Ariutaa,
perecieron en la guerra. Su fotografía cuelga a la entrada del Comité de
Repatriación, mientras Riad, su hermano, cuenta que su esposa y tres hijos
acaban de llegar de Siria.
La guerra abjazo-georgiana culminó en 1993 con el éxodo de cerca de 200.000
georgianos, que habían formado el contingente poblacional más numeroso en
Abjazia cuando esta era una autonomía soviética subordinada a Tbilisi. En 1989,
Abjazia tenía algo más de medio millón de habitantes. Según el censo de 2011,
tiene 240.000, de ellos 122.000 abjazos y 43.000 georgianos. Los campos sin
cultivar y las casas destruidas y abandonadas salpican el despoblado paisaje,
especialmente cuando uno se aleja de la costa. Pero las autoridades vetan el retorno
a los georgianos. Alegan que colaboraron con la expedición militar enviada por
Tbilisi en 1992 y que su predominio en época soviética fue provocado por Stalin
para alterar la composición étnica en Abjazia.
El empleo es la gran inquietud de Mogamed Uanarua, que en Damasco “dibujaba
patrones de ropa para Benetton por ordenador” “Cuando hayamos organizado el
alojamiento, me ocuparé de buscarte trabajo”, dice Tsiza, dispuesta a indagar
en “un taller de confección de trajes regionales” local. A diferencia de la
mayoría de los repatriados, Basel Marshán habla ruso, pues estudió
microelectrónica en Nalchik (capital de Kabardino-Balkaria, en el Cáucaso
ruso). En Damasco era jefe de sección en el Ministerio de Comunicaciones y
tenía coche oficial. Ahora trabaja en una de las dos empresas de teléfonos
móviles de Abjazia. Su hermano, Aus Marshán, dentista, habla inglés pero no
ruso ni abjazo, y tiene un trabajo provisional. “Nuestro abuelo que vivió 107
años se marchó de Abjazia en 1895, se escondió en las montañas de
Karacháyevo-Cherkesia, y de allí huyó a Turquía. Siempre supimos que éramos
abjazos. De Turquía, nuestra familia pasó a Siria. Hasta la guerra
árabe-israelí de 1967, vivimos en los altos del Golán, luego, en un pueblo de
cherquesos cerca de Damasco”, cuenta Basel. “Nos criamos entre los árabes, pero
nunca nos adaptamos del todo. Siria es un país con muchas nacionalidades,
muchas lenguas… y muchos idiotas”, afirma.
Mohamed Geshba trabajaba en la Embajada de Estados Unidos en Siria y ha
venido con sus cuatro hijos y toda su familia, excepto un hermano que permanece
en Damasco. Shami Marshán, de 22 años, trabaja ya de carpintero y, por los
orígenes de su madre, entiende algo de adigueio (idioma emparentado con el
abjazo), pero no abjazo.
Geshba, como parte de los emigrantes, observa el Ramadán.
En Abjazia, con una mayoría cristiana, no hay mezquitas y hay quien cree que
los refugiados no permanecerán aquí mucho tiempo. “De momento, siguen llegando,
y en la próxima remesa esperamos que nos ayude el Alto Comité de los Refugiados
de la ONU”, dice Adleyeba.
Ningún comentario:
Publicar un comentario