Una muestra recorre la ciudad tal y como la imaginaron
las películas de Hollywood
“Dos detalles diferencian a París del resto de las grandes ciudades: se
come mejor, y se hace el amor, quizás no mejor, pero decididamente más a
menudo”. La escena de apertura de Ariane (1957), de Billy Wilder, en la
que desfilan una serie de postales típicas de la capital con una pareja
besándose, delante de la torre Eiffel, a ambos lados del Sena, de día o de
noche, sirve quizás de mejor resumen de la exposición París visto por Hollywood que inaugura
hoy el Ayuntamiento de París. La ciudad francesa, convertida en capital del
deseo, de la sofisticación, y también del vicio, es la ciudad extranjera más
retratada por el cine americano.
Más de 800 películas, dedicadas, desde que Thomas Edison, fascinado por la dama
de hierro de Eiffel, filmara a principios del XX las primeras imágenes de
la ciudad, hasta el nostálgico Medianoche en París de Woody Allen,
pasando por la ciudad erótica y ligera de Ernst Lubitsch retratada en los
veinte y los treinta y por la década dorada de los musicales de los cincuenta y
su representación de la Belle Epoque. A través de más de unos 70
extractos de cine y cientos de fotografías, apuntes de los cineastas, bocetos
de decoradas y vestidos de actrices, la muestra recorre la ciudad tal y como la
ha fantaseado el cine americano. El todo está presidido por una gigante
pantalla panorámica en la que resuenan entre otros los diálogos del encuentro
entre Greta Garbo y Melvin Douglas en Ninotschka (1939), de Lubitsch.
Organizada de forma cronológica, la exposición recuerda que en los primeros
años del cine mudo lo que más fascina a los estadounidenses, con su país de
historia reciente, es precisamente el París histórico retratado en la
literatura, como en Notre Dame de Paris de Victor Hugo. Abundan también
las adaptaciones de Los Tres Mosqueteros, de Alexandre Dumas. La
Revolución Francesa, con todo su terror y sus masas enfurecidas, inspira
también a unas cincuenta producciones.
A partir de los treinta, París se convierte sobre todo en escenario de
amores prohibidos como en Una mujer para dos (1933, Lubitsch). La década
de los cincuenta marca el apogeo del retrato del París de principios de siglo,
con sus cabarés y su vida bohemia, de la mano de Vicente Minnelli y su Un
Americano en París (1951), de John Huston con Moulin Rouge (1952) o
de Howard Hawks con Los caballeros las prefieren rubias (1953).
Durante la primera mitad del XX, las películas retratan sobre todo una
ciudad ficticia, hecha de postales recreadas en los decorados de papel-cartón
de los grandes estudios de Hollywood. “Está el París-Paramount, el París-MGM y
el París en Francia”, recalcaba Lubitsch, quien sabía de lo que hablaba, puesto
que rodó 12 películas ambientadas en París, ninguna de las cuales rodada en la
ciudad. Y concluía: “¡El París-Paramount es el más parisiense de todos!”.
No es hasta mediados de los años cincuenta que los cineastas se desplazan
hasta la capital para rodar en las calles parisienses, como Stanley Donen con Una
cara con ángel (1957) y Charada (1963), con Audrey Hepburn,
consagrada por los comisarios de la exposición como “Miss París”, o Vincente
Minelli con Gigi (1958), sin olvidar el inspector Clouseau de Black
Edwards en La Pantera Rosa, iniciada en 1963, que dejará para la
posteridad plasmado el cliché del parisiense con su baguette y su mal carácter.
La sobreexplotación del filón parisiense en las primeras décadas
del cine explica quizás el desinterés relativo por la capital francesa en la
década de los 70. A partir de los 80, la ciudad vuelve a ser protagonista esta
vez como escenario de acción, en ocasiones inquietantes, un ciclo que
cristaliza el franco-polaco exiliado de Estados Unidos, Roman Polanski, con Frenético
en 1988. En los últimos años, la tendencia es de un vuelta al París añorado del
pasado o de cuento, de la mano por ejemplo de Woody Allen o de Martin
Scorsesse. “Este rodaje, más que un homenaje, ha sido para mí un peregrinaje
hacia lo que considero como un lugar santo: la ciudad del cine”, resumía
Scorsese, a propósito de Hugo Cabret (2011).
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