La noche del 2 de septiembre de 1939, un barco francés fletado por el poeta
chileno, el Winnipeg, llegó a la costa de Valparaíso (Chile) con 2.365
españoles a bordo, que procedían de los campos de exiliados en Francia
ALEJANDRO TORRÚS Madrid 02/09/2012
La noche del
2 de septiembre de 1939, el Winnipeg, un viejo carguero francés de la I Guerra
Mundial, atraca en el puerto de Valparaíso. Hacinados, desnutridos y casi
desnudos 2.365 españoles vuelven a divisar tierra firme tras casi un mes de
travesía transatlántica que les ha permitido dejar atrás la maloliente arena de
los campos de refugiados de Francia. Frente a ellos se encuentra un nuevo
mundo: la tierra del poeta Pablo Neruda, que había intervenido para sacar de
la nada a estos exiliados de la guerra. Miles de personas aguardan en el
puerto para dar un caluroso recibimiento a los represaliados. Una pancarta de
los presentes convierte la desesperación de los exiliados en carcajadas:
“Bienvenidos coños”.
"Que
la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy
recuerdo, no podrá borrarlo nadie", recita Pablo Neruda en la
partida del viejo Winnipeg, el barco que permitió que la pesadilla vivida por
2.365 exiliados se convirtiera en un pasaje hacía una nueva vida.
Entre las
bodegas del viejo barco, listo para el desguace hasta que Neruda le encontró un
mejor uso, se encontraban artistas, zapateros, jornaleros, diputados, etc.
Gente de toda clase y condición con una única cosa en común: combatieron por la
República y una vez terminada la guerra no tuvieron otro remedio que cruzar los
Pirineos hasta llegar a Francia. Se calcula que 500.000 personas cruzaron la
frontera en 1939, medio millón de españoles que tenían que buscar una nueva
patria, porque la suya los fusilaría en caso de retornar.
En esos
campos de exiliados se encontraba el artesano zapatero Isidro Martín Fernández.
Alistado en las milicias republicanas, luchó en Brunete y en Madrid. Perdida la
guerra cruzó a pie la cordillera que separa Francia de la tierra donde
permanecían sus tres hijos. A inicios de agosto del 39, llegó la noticia a los
campos de refugiados de que Neruda había fletado un barco, pero no había lugar
para todos. Llegaron decenas de camiones para recoger a los afortunados. Tras
innumerables horas esperando a que alguien leyera su nombre y le indicara su
camión, los vehículos marcharon sin nombrar a Isidro. El futuro debía
esperar.
Apenas unos
minutos después, un camión regresó. Uno de los pasajeros había muerto nada más
iniciar el trayecto hacia el puerto. La tragedia se vistió de oportunidad
para Isidro que fue llamado para ocupar el lugar del fallecido. Isidro
tenía 41 años, era viudo, y atrás dejaba una vida entera dedicada a los zapatos
y a sus tres hijos que quedaban en Portillo (Toledo). “Mi padre marchó con la
pena de que sus hijos pudieran acusarlo de abandonarlos. Desde que llegó no
hizo otra cosa que trabajar para llevarse a sus hijos”, recuerda Matilde
Martín, hija del nuevo matrimonio que Isidro mantendría en Chile, para Público.
“Al fin del
mundo por mar”
Un mes menos
un día duró la travesía por el Atlántico del Winnipeg. En el mismo barco que
Isidro viajaba Eduardo Robles, malacitano que trabajaba como actor y
cantante de flamenco. Este hombre recorrió España entera huyendo de las tropas
franquistas hasta cruzar la frontera con Francia. Málaga, Madrid, Valencia y
Barcelona, para, finalmente, atravesar la cordillera pirenaica hasta Francia.
Una vez allí consiguió un billete para el Winnipeg. Atrás dejó a su madre y su
hermana pequeña, sólo él tuvo acceso al barco. Manola Robles, hija de Eduardo, recuerda
que su padre recordaba la solidaridad que se desplegó en aquel barco.
“Todos
aguantaban como podían, a pesar del hambre, el frío y el miedo. Los que estaban
en mejores condiciones trataban de entretener con cantos y juegos a los más
pequeños. Él solía actuar como payaso para que los niños olvidaran las
penurias. Como siempre decía, la travesía de aquel barco era como ir al fin
del mundo por mar”, recuerda Manola.
El 3 de
septiembre, tras pasar la noche dentro del barco esperando el amanecer, la
tripulació del Winnipeg volvió a pisar tierra. Ninguno de los presentes daba
crédito a lo que veían sus ojos. Derrotados y humillados por los vencedores de
la Guerra Civil, eran recibidos como héroes en el nuevo mundo. Nadie
sabía donde iban ni donde estaban. Chile sonaba a una tierra muy lejana. Ahora
tocaba reiniciar una nueva vida con la esperanza de que Franco no durara mucho
tiempo en España.
De Franco a
Pinochet
Isidro tuvo
que esperar once años para reunir a la familia. En febrero del año 50, Isidro
reunió el dinero suficiente para pagar el pasaje a Justa y Carlos, sus dos
hijos más pequeños. Su hijo mayor ya había formado su propia familia. Allá este
hombre recuperó su trabajo como artesano zapatero trabajando para un
convento de monjas. Tuvo cinco hijos más, entre los que se encuentra Matilde,
rehizo su vida aunque no olvidó su anterior vida.
“Mi padre
nos relataba sus experiencias en el período republicano. Nos hablaba de la
solidaridad, la dignidad de la persona y el compañerismo. Y sus relatos los
acompañaba de sus actos. A mi casa vinieron muchos republicanos del Winnipeg a
pedir ayuda. Mi padre jamás se la negó. El día que murió no dejó nada a
repartir porque todo lo había dado entre los republicanos españoles que no
tuvieron tanta suerte como él”, apunta Matilde, de 62 años.
Los
republicanos que se exiliaron en Chile firmaron un documento en el que se
comprometían a no participar activamente en la política chilena. Matilde
recuerda las reuniones entre los amigos españoles en las que hablaban del
fascismo, el capitalismo y de cómo ayudar a Salvador Allende. De hecho, en
una de las habitaciones de la casa de Isidro se instaló una secretaría de la
campaña de Allende.
Isidro no
vivió para ver a Salvador Allende llegar al poder en Chile. Murió de un tumor
cerebral en el año 1961 con 64 años. No vivió como su familia sufrió una
historia análoga a la suya y tuvo que huir de Chile perseguidos por la
dictadura de Pinochet. De los cinco hijos de Isidro en Chile, tres fueron
asesinados por la dictadura. Matilde estuvo presa durante meses y el hermano se
escapó de la cárcel en la famosa fuga del 30 de enero de 1990. Ambos se
exiliaron en España en un camino de ida y vuelta huyendo de las dictaduras
militares y del fascismo. “Tengo a mis hijos allá, pero vivo en España. Chile
me duele demasiado”, concluye Matilde.
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