Visita al campo de concentración donde 63.000 judíos
franceses fueron recluidos en su camino a la muerte
François Hollande inaugura el nuevo memorial de la Shoah
Hace años que en su lucha por no olvidar el sufrimiento de los judíos en
Francia durante la Segunda Guerra Mundial, la Fundación para la Memoria de la
Shoah abrió su Memorial en el barrio parisiense del Marais. En él mantiene vivo
un recuerdo colectivo que ha tardado décadas en construirse en un país que
entonces se partió en dos entre el régimen colaboracionista de Vichy y la
Francia Libre del general De Gaulle. Pasados casi 70 años desde el fin del
conflicto, el homenaje se desplaza al fin in situ, a uno de los lugares más
simbólicos de la persecución: el campo de internamiento de Drancy, situado a
apenas 15 km al norte de París. Por él pasaron la gran mayoría de los 76.000
judíos de Francia deportados a los campos de exterminio nazis. El presidente de
la República, François Hollande, inaugura hoy el Memorial de la Shoah de
Drancy, situado frente al antiguo campo, que actualmente sirve de vivienda
social.
Donde en las fotografías de época se imponía un enorme muro con sus dos
grandes puertas de entrada y su alambre de espino, se encuentra ahora un
pequeño vagón de tren similar al utilizado para la deportación. En él se puede
leer que caben ocho caballos o 40 hombres. Una enorme estatua conmemorativa
instalada en 1976 es otro recordatorio del pasado doloroso de aquel conjunto de
viviendas. Estos eran hasta hoy los únicos rastros de la historia oscura del
lugar, donde el patio desértico de 200 metros de largo por 40 de ancho que los
niños recluidos debían atravesar por grupos de 10 para ir a los baños ha dejado
lugar a un gran jardín alegre lleno de árboles.
En el otro lado de la calle se alza ahora, sobre cuatro pisos, el Memorial
de la Shoah de Drancy, que abrirá las puertas al público el domingo. El
arquitecto suizo Roger Diener ha ideado voluntariamente un bloque “sobrio,
transparente, luminoso y discreto”, según apunta Jacques Fredj, comisario de la
exposición permanente y director del Memorial de la Shoah de París, del que
Drancy funcionará como antena. Desde su interior los grandes ventanales dejan a
la vista el antiguo campo. Este queda también reflejado en unos grandes
cristales que cubren la fachada en el bajo.
En el vestíbulo de entrada aparecen proyectadas en la pared las fotografías
de los deportados, para “recordar que detrás de las estadísticas hay personas
con sus historias”, apunta Fredj. El subsuelo alberga una sala de conferencias
y de proyecciones. La primera planta está cubierta de ordenadores para
consultar archivos digitalizados sobre la historia del campo, un espacio
concebido para poder acoger a clases enteras de escolares. El segundo piso,
compuesto por salas modulables, se consagrará a reuniones y el en último se
encuentra el museo permanente, con una cronología de la deportación y una serie
de documentales en torno a Drancy.
El campo se ubicaba en los edificios de La Cité de la Muette, construida
entre 1931 y 1937. Era originalmente “un proyecto pionero de vivienda colectiva
destinada a mejorar la vida de los vecinos”, recuerda Fredj. La obra, sin
embargo, se estancó, y los alemanes, que ocuparon la mitad norte de Francia a
partir de 1940, la convirtieron en campo de internamiento judío, primero “con
una lógica de exclusión de la sociedad”. En el otoño de 1941 se tomó la
decisión de la solución final y a partir del verano de 1942 se convirtió
en “la antecámara de la muerte”, según la expresión de Philippe Allouche,
director de la Fundación para la Memoria de la Shoah.
De los 76.000 judíos deportados desde Francia durante la contienda, unos
63.000 lo fueron desde Drancy, a menudo procedentes de otros centros del país.
Hasta el año 1943, el campo fue gestionado por los franceses, antes de pasar el
mando a los alemanes. Salían entre dos y tres convoyes semanales: “los lunes,
los jueves y los sábados y siempre eran 1.000”, según recuerda Annette
Krajcner, superviviente del campo. El último convoy de deportados salió el 17
de agosto de 1944, apenas unos días antes de la Liberación de París.
En los primeros tiempos tras la Segunda Guerra Mundial,
el campo fue lugar de internamiento para los sospechosos de colaboracionismo
con el ocupante alemán. Finalmente, a partir de 1948, cumplió su función
original, la de albergar a los ciudadanos con menos recursos. “Entonces no
chocaba a nadie que se alojara a personas en lo que fue un campo, salíamos de
la guerra y había una crisis del alojamiento”, asegura Fredj. “Y ahora tampoco
queremos echar a la gente, ni sabríamos qué hacer con tanto espacio, es casi el
equivalente de la Ópera Garnier de París”.
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