La polémica por los documentos secretos del atentado
empaña el cuarenta aniversario
El Comité Olímpico Israelí celebra una discreta ceremonia
en Londres
ENRIQUE
MÜLLER / EL PAÍS Berlín
/ Madrid 5 SEP 2012 - 18:00 CET
Alemania ha conmemorado, con un telón de fondo amargo y polémico, la
tragedia que enlutó los Juegos Olímpicos
de 1972 en Múnich y que costó la vida a 12 personas, once atletas
israelís y un policía alemán. En el atentado también perdieron la vida cinco de
los ocho terroristas del comando palestino, integrado en la organización
clandestina “Septiembre negro”, que organizó el ataque.
Los asistentes al homenaje pudieron escuchar oraciones cristianas y judías
en una sobria ceremonia celebrada en el aeropuerto militar de Munich, en
Fuerstenfeldbruck, y presidida por el ministro del Interior federal, Hans-Peter
Friedrich, en representación de la canciller Angela Merkel, y el jefe del
gobierno bávaro. Horst Seehofer. Entre los asistentes se encontraban, también,
familiares de las victimas y el vicepresidente del gobierno israelí Silvan
Schalom, además de representantes del mundo de la política y del deporte.
El gobierno bávaro, por su parte, ordeno izar a media asta las banderas del
país y de Baviera en todos los edificios públicos. Las conmemoraciones
finalizaron con un servicio ecuménico en presencia de un rabino.
Mientras tanto, en la Villa Olímpica de Londres, donde se celebran ahora
los Juegos Paralímpicos, el Comité israelí organizó un acto conmemorativo en el
que participó el presidente del COI Jacques Rogge. Meses atrás, el Comité
Olímpico Internacional había mantenido una agria polémica con la división
israelí al negarse a recordar de forma oficial la masacre con un minuto de
silencio durante la ceremonia inaugural.
En la madrugada del 5 de septiembre de 1972, el comando palestino logró
llegar al piso de la ciudad olímpica donde se alojaba la delegación israelí,
donde mataron a dos atletas y secuestraron a otros nueve. El objetivo era
obtener la liberación de 232 prisioneros palestinos.
La toma de rehenes duró 21 horas y culminó con un desastre en el aeropuerto
militar de Fürstenfeldbruck de la capital bávara, que aun sigue avergonzando a
las autoridades de los aparatos de seguridad alemanes.
La respuesta de Jerusalén no tardó en llegar a Múnich y a Bonn. La primer
ministro Golda Meir rechazó la liberación a los prisioneros y, a cambio, pidió
a las autoridades alemanas a que autorizaran la entrada al país de una unidad
de élite para rescatar a los rehenes. Bonn se negó y dejó la operación en manos
de sus fuerzas de seguridad.
El equipo encargado de negociar con el comando palestino prometió un canje
y el traslado del grupo a Egipto. Dos helicópteros trasladaron a los
terroristas y sus rehenes al aeropuerto militar, donde se habían apostado cinco
francotiradores de la policía bávara, que carecían de preparación y no tenían
rifles de precisión.
Después de los primeros disparos, el caos que se produjo acabó con la vida
de los nueve rehenes israelíes, acabó con la vida de un policía alemán y cinco
de los ocho secuestradores. “lo único que querían los alemanes era seguir con
los Juegos y terminar el asunto como sea”, dijo poco después el entonces jefe
del Mossad, Zvi Zamir, según documentos desclasificados del gobierno israelí.
“la preparación de los comandos alemanes era insuficiente y no hicieron el mínimo
esfuerzo por salvar vidas”, añadió.
En vísperas del nuevo aniversario de la masacre de Múnich, el semanario der
Spiegel reveló otro pecado de las autoridades alemanes. Según documentos
oficiales del gobierno federal y del gobierno bávaro, el comando palestino
recibió apoyo logístico de un grupo de neonazis. Peor aun, hubo un flujo enorme
de información que alertaban sobre un inminente ataque terrorista, pero Bonn no
le dio importancia.
Der Spiegel también descubrió, después de examinar varios miles de documentos
desclasificados del gobierno alemán y del bávaro, que Bonn, para evitar nuevos
ataques terroristas en territorio germano, invitó a uno de los organizadores
del atentado a participar en un encuentro secreto con el entonces ministro de
Asuntos Exteriores, Walter Scheel, destinada a establecer “una nueva base de
confianza mutua.
La documentación señala que Bonn no exigió a los
terroristas el abandono de la violencia, sino únicamente que se abstuvieran de
llevar a cabo “acciones en territorio alemán”. Los palestinos, a cambio,
pidieron el reconocimiento de la Organización para la Liberación de Palestina
(OLP).
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