Por: EL PAÍS | 15 de septiembre de
2012 Por CELIA AMORÓS
No nació ayer, ni en el 49 ni en el 68. El feminismo tiene tanta edad como
en su día la de las mujeres que experimentaron sus opresiones y encontraron
alguna fórmula, teórica y/o práctica, para darles forma. Y la de algunos
hombres que fueron sensibles para los problemas de las féminas. Pues bien: en
la órbita del pensamiento de Descartes encontramos a François Poullain de la
Barre, quien en 1793 publicó Sobre la igualdad de ambos sexos. Discurso
físico y moral donde se ve la importancia de deshacerse de los prejuicios.
Para demostrar que la desigualdad entre los sexos no tiene fundamento racional,
nuestro clérigo calvinista no hace sino trasladar al ámbito de las costumbres
la crítica al prejuicio que Descartes había implantado en la metodología de las
ciencias. Y de ahí se deriva que no hay razón para que las mujeres no puedan
acceder a la magistratura, al mariscalato, al sacerdocio, pues el bon sens,
la capacidad autónoma de juzgar, es un don poseído por todos y todas, un
universal.
En Emilio o de la educación (1762) de Jean-Jacques Rousseau, en el
libro V dedicado a Sofía, que programa la deseable educación de las féminas,
punto por punto toma la obra de De la Barre a que nos hemos referido como su
referente polémico. La mujer, dictamina, debe ser educada en función del
hombre, que es el espécimen humano sustantivo. El sujeto de la voluntad
general: el ciudadano. Ella, Sofía, no es ciudadana: no forma parte de la
voluntad general que es la médula de la ciudadanía, la expresión de los
intereses racionales y universales. Orientada a lo privado, a los sentimientos,
su cometido debe ser el inculcar en su familia los valores cívicos, el formar
buenos ciudadanos. Por su mediación, "la pequeña patria", la familia
"se une a la grande".
En la Revolución Francesa la lucha de los sexos en relación con el tema de
la ciudadanía deja sentir ecos rousseaunianos, sobre todo entre los jacobinos.
La ciudadanía es una abstracción polémica en el sentido de que deja aparte,
como no pertinentes a efectos de adquirir la condición de ciudadano, las
determinaciones adscriptivas relacionadas con el nacimiento o el status:
clerecía, aristocracia… Solamente tiene en cuenta el mérito de los individuos.
Y, a efectos de lo que aquí se trata, se plantea la siguiente cuestión: nacer
varón o nacer mujer son determinaciones adscriptivas que no dependen del mérito
de los individuos; así, por la misma razón por la que se hace abstracción de
estas determinaciones para acceder a la condición de ciudadano, si se ha de ser
coherente, ha de mantenerse la misma abstracción de las determinaciones de este
carácter cuando se trata de los sexos. Pues nacer varón o mujer no depende de
mérito alguno del individuo: nos encontramos, pues, ante lo que venimos
llamando una característica adscriptiva. Y a título de tal no debe ser
relevante para impedir a quien la posee, varón o mujer, el acceso a la
condición ciudadana.
Pero los jacobinos no lo veían así. La distinción entre los aristócratas y
el Estado Llano era, ciertamente, una distinción artificial, no querida por
"la naturaleza", paradigma normativo por excelencia de los
ilustrados. Pero la diferencia sexual tenía otro carácter: era una distinción
ineludiblemente natural. Así, la polémica venía a centrarse en si la diferencia
de los sexos era un producto de la naturaleza o una construcción social
artificial, producto de una educación diferenciada por géneros.
Y así queda planteada la polémica cuando tiene lugar la recepción de la
Revolución Francesa en Inglaterra, por parte del círculo de los radicales. A
este círculo pertenece Mary Wollstonecraft, la autora de la Vindicación de
los derechos de la mujer de 1792. Vindicación es un alegato contra las
propuestas rousseaunianas de educación de las mujeres a modo de animales
domésticos. Mary Wollstonecraft, la autora argumenta que ambos sexos pertenecen
a la misma especie y, dado que ésta se caracteriza por la posesión de la razón,
la mujer no puede ser excluida de la misma y hay que educarla en consonancia.
Es su Vindicación.
Las mujeres no consiguieron los derechos de ciudadanía en la Revolución
Francesa. Ni menos en el clima de fuerte represión que siguió a su recepción en
Gran Bretaña. Habrá que esperar la lucha por el sufragio a finales del siglo
XIX en los países anglosajones y liderazgos políticos e intelectuales como los
de John Stuart Mill y Harriet Taylor Mill. La moción pro sufragio femenino se
limitaba inicialmente a viudas y solteras, pero aún así no suscitó más que
carcajadas de la Cámara de los Comunes de la que John Stuart Mill era diputado.
Las líderes sufragistas más sobresalientes fueron, en Estados Unidos,
Elizabeth Cady Stanton y Susan B. Anthony. Ellas oficiaron de promotoras de la
llamada "Declaración de Seneca Falls" (1848, fecha del Manifiesto
Comunista) o "Declaración de Sentimientos y Pareceres", inspirada en
buena medida en la Constitución Americana. La lucha sufragista fue más o menos
dura en diversos lugares y momentos: sintetizando apresuradamente, afirmaremos
que las mujeres accedieron al voto unos años después del final de la Segunda
Guerra Mundial.
Sexo, vindicación y pensamiento.
Luisa Posada Kubissa. Huerga & Fierro Editores, Madrid, 2012. 212 páginas.
217 euros.
Ningún comentario:
Publicar un comentario