El comercio ilegal de colmillos de elefante y otras
especies crece sin freno mientras las autoridades repiten los errores cometidos
en la guerra contra el narco
Asia es la principal fuente de demanda
Lee White no suena nada optimista. El director de la agencia de Parques
Nacionales de Gabón pinta su trabajo más como el de un militar que como el de
un conservacionista. “Cada mañana temo llegar a la oficina y ver los mensajes.
El otro día había 40 elefantes abatidos a los que les habían quitado la cabeza
con una sierra mecánica. Además, han empezado a dispararnos y hemos tenido que
movilizar el Ejército”, cuenta este gabonés nacido en Manchester. White está en
el Congreso Mundial de Conservación que se celebra en Jeju (Corea del Sur) y
resume la alarma por el auge del furtivismo los últimos tres años.
White afirma que Gabón se ha tomado el problema en serio. “Mi presupuesto
ha crecido de un millón de dólares [unos 780.000 euros] a 12 en un año, de 100
personas hemos pasado a 500 y vamos a llegar a 1.000 y hemos movilizado el
Ejército, pero no podemos evitar la caza ilegal nosotros solos”. El pasado 27
de junio, el presidente de Gabón, Omar Bongo, quemó en un acto público más de
1.200 piezas de marfil incautadas para demostrar que iba en serio contra el
furtivismo.
Los países y agencias internacionales empiezan a combatir el tráfico ilegal
de especies (principalmente marfil y cuernos de rinoceronte), ya que alimenta a
grupos armados y lo realizan a menudo las mismas redes que explotan seres
humanos o trafican con droga. El FBI, la Interpol, la Organización de Naciones
Unidas para el Crimen Organizado y las Drogas, la Organización Internacional de
Aduanas y hasta el Banco Mundial ha creado grupos para perseguir el tráfico
ilegal de especies.
“Con un mercado estimado en 70.500 millones de dólares [55.000 millones de
euros], el crimen ambiental ha atraído a redes criminales organizadas”, afirma
el Banco Mundial, que colabora con los países para endurecer la legislación.
Aparentemente, eso está dando sus frutos y están aumentando las operaciones
internacionales. El 19 de junio pasado, Interpol anunció el arresto de más de
200 personas y la incautación de dos toneladas de marfil, 20 kilos en cuernos
de rinoceronte y armas militares tras una operación de dos meses en 14 países
africanos.
El 16 de noviembre pasado, la aduana de Hong Kong capturó un contenedor con
33 cuernos de rinoceronte y 758 colmillos de elefante. La carga había salido de
Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. Lo sorprendente es que el marfil y los cuernos
de rinoceronte suelen tener destinos y orígenes distintos. ¿Era la misma red
que actuaba para dos fines o es que alguien había ampliado mercado? Las
autoridades no tienen respuesta. “No hablamos de un turista que se lleva una
pieza de marfil escondida entre su ropa, ni de nada pequeño. Esto está muy
organizado”, resume James Compton, responsable en Asia de la ONG Traffic, que
lucha contra el comercio ilegal de especies amenazadas. En 2011, según esta
ONG, hubo 13 grandes cargamentos de marfil interceptados, frente a seis en
2010, ocho en 2009 y dos en 2007. La curva es claramente ascendente.
¿El aumento de las incautaciones es una buena noticia para los elefantes?
La respuesta no es tan sencilla como parece. Cristián Samper, presidente de la
World Conservation Society, da otra perspectiva: “Yo soy colombiano. Y esto me
empieza a recordar a la lucha contra las drogas. Por mucha policía que pongas,
si la demanda crece nunca vas a poder cerrar las rutas desde África a Asia. Es
como pisar un globo con agua, el líquido se mueve hacia otro sitio. Puedes
controlar un puerto, pero lo pasarán por otra vía. Si seguimos así podemos
acabar con un guarda armado detrás de cada rinoceronte, pero eso no tiene
sentido”.
El cambio de las vías es uno de los asuntos que ha detectado Diane Skinner,
de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, organización
que ha reunido en Jeju a 10.000 especialistas en un congreso que se celebra
cada cuatro años y al que ha invitado a este diario. Si antes la vía más
frecuente era desde la sabana a Etiopía y luego en barco desde Yemen a Asia, ya
hay todo tipo de escondites y rutas.
“El marfil lo pueden llevar en pesqueros, escondido entre la carga, en
contenedores desde grandes puertos, en medio de un cargamento de madera e
incluso en valijas diplomáticas. No hay solo una ruta. Eso era antes”, cuenta
White, el director de los parques de Gabón.
El empuje de la demanda parece demasiado alto como para poder frenarse solo
con policía. El precio del marfil tras matar a un elefante en Gabón ha pasado
en un año de 40 dólares (31 euros) a 300, según White. Eso no es nada si se
tiene en cuenta que en China llega a los 2.000 dólares. En contra de las leyes
de mercado, los traficantes pagan a los cazadores locales más por el marfil de
las zonas donde hay más elefantes. Así saben que conseguirán más piezas para el
contrabando.
En este mercado, todo —o casi todo— conduce a Asia. El marfil, a China y a
Tailandia; los cuernos de rinoceronte, a Vietnam; tortugas y plantas
protegidas, a Hong Kong...
“El crecimiento económico de Asia, y
de China en particular, ha sido tan rápido que está teniendo un impacto enorme
de la biodiversidad de todo el planeta”, cuenta Compton, un australiano que
comenzó hace 15 años a seguir el comercio ilegal de especies en Asia: “Esos
nuevos ricos son gente que se compra un Mercedes, sí. Pero para distinguirse
quiere comer una rara tortuga, tonificarse con un extracto de tigre y tener una
pieza enorme de marfil en su casa”. Carlos Drews, director del programa mundial
de Especies de WWF, coincide: “En China los regalos de marfil o piel de tigre
se realizan a veces entre empresas. Hay que frenar eso”.
La medicina tradicional fomenta la demanda, pero también hay casos
sorprendentes, como el de un alto funcionario vietnamita que hace cinco años
divulgó que había superado un cáncer gracias a una cura a base de cuerno de
rinoceronte. La demanda en Vietnam se disparó y desde entonces el furtivismo
contra los rinocerontes ha crecido un 3.000%. Según el informe de Traffic, el
furtivismo acabó en 2007 con 12 rinocerontes en Sudáfrica y en 2011 fueron 448.
“Incluso el parque Kruger de Sudáfrica, el más preparado y con más medios,
capaz de localizar el sonido de los disparos y mandar allí helicópteros, no
evita que entren furtivos”, cuenta Drews.
El panorama que los expertos presentan se parece cada vez más al que
dibujaría una agencia contra la droga: hay informaciones de 15 guardas muertos
en Kenia, grupos armados de Sudán que entran en Camerún con fusiles Kaláshnikov
a abatir 300 elefantes, anuncios de más medios y más leyes para combatir el
furtivismo.
El ministro de Bosques de la República Democrática del Congo, Henri Djombo,
muestra impotencia: “Hemos prohibido la caza y el comercio de elefante, pero la
amenaza no disminuye y el comercio ilegal y la delincuencia aumentan
rápidamente. No hay demanda ni mercado en África. La solución no está en
nuestra mano”. Djombo relata la dificultad de hacer que los países de destino
acepten su responsabilidad en lo que está pasando.
White cuenta que sus guardas van armados por algunos de los lugares más
remotos del planeta “Y tenemos helicópteros preparados para ir a por ellos si
tienen un problema”. Es mucho dinero, y poco éxito, para países tan pobres.
Alemania ha presentado una resolución en el Congreso en la que pide aumentar la
financiación internacional contra el furtivismo en África.
Ni siquiera las operaciones policiales tienen la sofisticación y la
experiencia de las realizadas contra los narcos. Cuando se intercepta un
contenedor en puerto, las autoridades se incautan de la mercancía y punto. Rara
vez hay detenidos porque rara vez hay medios para seguir discretamente la carga
a ver a quién va destinada. “Se incautan de la carga pero no hay nadie a quien
culpar. Si fuera cocaína buscarían al comprador”, explica Compton.
Guardas armados, control de fronteras, incautaciones en puertos... pero se
habla poco de la demanda. Samper opina que lo principal es cambiar la
mentalidad en Asia para reducir la presión: “A corto plazo, claro que hay que
ser duro desde un punto de vista policiaco, pero eso no va a resolver el
problema”. Su idea es que hasta que el comprador no pregunte por el origen de
ese marfil o de la madera de esa mesa de café hay poco que hacer. Y que eso
solo puede venir con programas de concienciación en Asia y, sobre todo, con un
cambio generacional. WWF tiene un proyecto con Vietnam para acabar con el bulo
de que el cuerno de rinoceronte cura el cáncer y China ha comenzado a trabajar
en ello.
El problema es que con estas especies no hay décadas de margen para el
método del ensayo y error, ni para realizar, como con el tabaco, una labor
paulatina de desprestigio. Como cuenta White, sobre el elefante en el África
central, “si no lo arreglamos en cinco años, la especie va a quedar
ecológicamente extinta, reducida a poblaciones aisladas, serán bosques
tropicales como zoos”. Compton coincide: “No tenemos tiempo”.
Lo más llamativo son los casos del elefante y del rinoceronte, no solo por
ser animales icónicos y por involucrar armas y financiar conflictos. Pero el
fenómeno de la demanda asiática que afecta en la otra punta del mundo se
repite. Compton pone el ejemplo de Cordyceps sinensis, una simbiosis de hongo y
una oruga que crece en el Himalaya a más de 5.000 metros y que está amenazado.
Según la medicina tradicional china, tiene propiedades tonificantes. “En Hong
Kong, 37 gramos cuestan 16.680 dólares hongkoneses, [unos 2.100 dólares
americanos], más caro que el oro. Hay pueblos enteros del norte de China que
salen a cogerlo en el monte. Con ese precio, nadie puede pararlo”.
Hay cientos de ejemplos: tortugas de Centroamérica, serpientes de países
tropicales que se venden por miles de euros, aletas de tiburón, nidos de
pájaros exóticos... Puede que en algunos casos sea una moda, pero sus efectos
son devastadores. “Esperemos que no se ponga de moda el tigre porque solo
quedan 3.000 ejemplares. Podríamos acabar con él en nada”, resopla Compton.
La mayor parte de este comercio ilegal se dirige a Asia, pero no todo. El
fabricante de guitarras Gibson ha aceptado pagar una multa en EE UU tras aceptar
que usó madera ilegal de Madagascar para sus guitarras tras una investigación
del FBI.
El comercio ilegal ha desbordado claramente el medio ambiente. No es un
problema ambiental clásico con una solución convencional. Compton resume: “Es
un problema de seguridad nacional, de aduanas, de comercio internacional, de
lavado de dinero, con implicaciones en la medicina y la alimentación”.
Demasiado para Jeju.
Un negocio al alza
Contrabando. El contrabando ilegal de especies amenazadas mueve al año unos 70.500 millones
de dólares (55.000 millones de euros), según un estudio citado por el Banco
Mundial.
Demanda. En los últimos
años, con el crecimiento económico de China, la demanda de marfil se ha
disparado.
Incautaciones. Las incautaciones de marfil alcanzaron en 2011 una cifra récord desde que
hace 22 años se prohibió el comercio. El año pasado fueron aprehendidas 23
toneladas de colmillos de elefante, una cantidad que equivale, al menos, a
2.500 ejemplares muertos.
Guerra. El marfil
ayuda a financiar conflictos en África y hay milicias fuertemente armadas
capaces de abatir 450 ejemplares en unas semanas, como hicieron en enero y
febrero en el parque nacional de Bouba Ndjida, en Camerún.
Comercio. Los rinocerontes son cazados por sus cuernos, a los que en Vietnam le
conceden propiedades curativas. En Sudáfrica, la cifra de rinocerontes cazados
furtivamente ha pasado de 13 en 2007 a 448 en 2011, y la tendencia de los
primeros siete meses de 2012 es que acabe con unos 515 ejemplares.
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