Se cumple una década de la imagen que supuso el
pistoletazo inicial a la guerra de Irak.
Allí se reunieron Aznar, George W. Bush y Tony Blair.
Lanzaron un ultimátum a Sadam Husein: o eliminaba sus
"armas de destrucción masiva" o intervendrían en el país.
La invasión de Irak comenzó apenas cuatro días después.
Aznar tuvo que hacer frente a críticas incluso en el seno
de su Ejecutiva: Rodrigo Rato (vicepresidente) se opuso al envío de tropas.
El propio Aznar (al igual que los otros protagonistas)
reconocieron que no existían dichas "armas de destrucción masiva",
pero ninguno se ha arrepentido de invadir Irak.
EFE. 16.03.2013 - 09:12h
"España estuvo en las Azores porque no
pudo participar en el desembarco de Normandía, que es donde debería haber
estado". Son palabras del expresidente del Gobierno José
María Aznar una vez abandonada su responsabilidad al frente del
Ejecutivo y recordando la cumbre de las Azores, una cita de la que este sábado
se cumplen diez años y que abrió la puerta a la intervención en Irak.
Aznar, el presidente
de Estados Unidos George W.Bush y el primer ministro británico Tony
Blair se reunieron el 16 de marzo de 2003 en la base aérea
luso-estadounidense de Lajes, en la isla de Terceira del archipiélago portugués
de las Azores. El que en aquel momento era el primer ministro portugués y hoy
es presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, actuó
de anfitrión, y todos ellos sellaron en medio del Atlántico un ultimátum al
entonces presidente iraquí, Sadam
Husein.
El mensaje era claro: o se desarmaba o una coalición
de países intervendría en Irak. La respuesta, cantada, llegó cuatro días
después con la puesta en marcha de la operación 'Libertad iraquí' y con el
desacuerdo de socios atlánticos tan notables como Francia.
Irak estaba en el punto de mira de Bush desde los atentados
del 11-S, cuando incluyó a este país, junto a Irán y Corea del Norte, en el
que denominó "eje del mal".
Poco después de la invasión, el régimen iraquí cayó
y Hussein pasó unos meses en paradero desconocido hasta que fue detenido en
diciembre y, tres años después, fue ejecutado en la horca.
A la izquierda de Bush
Los preparativos de la cumbre de las Azores fueron
intensos, y Aznar estuvo muy activo desde el primer momento, convencido, como
repitió una y otra vez, de que el dictador iraquí poseía armas de destrucción
masiva y había que actuar enérgicamente.
El primer presidente de Gobierno del PP en la
historia de la democracia consideraba que la intervención estaba respaldada por
las resoluciones que había dictado la ONU y quiso que España estuviera en el
primer plano de esa actuación para que, tal y como había resaltado en varias
ocasiones durante su mandato, el país saliera del "rincón de la
historia".
"España, en esta ocasión, estuvo donde tenía
que estar y con los que tenía que estar", escribió años después en uno de
sus libros el expresidente, quien en aquella cumbre sí parecía tener bien claro
al lado de quien tenía que aparecer en la foto.
Le delató el movimiento que recogieron las cámaras
en el momento en el que los protagonistas de la cita posaban sonrientes para
los informadores gráficos, ya que hizo un rápido quiebro para cambiar del lugar
y situarse justo a la izquierda de Bush. Era el sitio preeminente que
creía que merecía España.
En hora y media de encuentro hubo tiempo para el
optimismo y la cautela. Optimismo personificado en el presidente
estadounidense, según explicó después Aznar, quien aseguró que, por contra, él
quiso en todo momento colocarse en la peor de las situaciones por previsión y
para ahorrarse posteriores disgustos.
Aunque corta, la cumbre fue suficiente para perfilar
los detalles de lo que ya tenían previsto Bush, Blair y Aznar, quienes
comparecieron posteriormente en una rueda de prensa en la que el presidente del
Gobierno español consideró que se estaba dando una última oportunidad a Husein
para desarmarse y pidió a los países amigos y aliados trabajar juntos dejando
de lado cualquier diferencia coyuntural.
Rechazó que lo que alumbró aquella cumbre fuera una
declaración de guerra, recalcó que la cita de las Azores se había convocado
tras haber trabajado hasta la extenuación por lograr una salida pacífica de la
crisis y trasladó toda la responsabilidad de lo que ocurriera al líder iraquí.
Aquella reunión supuso efectivamente que España se situara en la primera plana
de la política internacional, para unos como símbolo de su fortaleza, y para
otros como imagen de un erróneo seguidismo de la política de Estados
Unidos.
Críticas, incluso desde su Gobierno
La presencia de tropas españolas en Irak dio pie a
las interpretaciones de si participaban realmente en una misión de paz o en una
guerra. Y los puntos de vista distantes surgieron incluso en el seno del
Gobierno, con un vicepresidente como Rodrigo Rato mostrando a Aznar su
criterio contrario al envío de tropas y cerrando quizás así sus posibilidades
de haber sido su sucesor.
Más tarde llegaron los atentados del 11-M, la
victoria socialista en las elecciones de tres días después, la retirada de
las tropas de Irak ordenada por José
Luis Rodríguez Zapatero cuando sólo llevaba unas horas de presidente
del Gobierno, el reconocimiento por parte de Aznar de que en Irak no había
armas de destrucción masiva...
Diez años después, ninguno de los tres protagonistas conserva su puesto, pero en todo
momento han mantenido que su decisión fue la correcta.
A pesar de que Irak está lejos de
la estabilidad anhelada y sufre la lacra terrorista, Blair ponía voz
hace pocas semanas al sentimiento del trío de las Azores: todo sería peor con
Sadam.
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