Su unidad de paracaidistas, los Trece Asquerosos,
adquirió fama legendaria
“Dios no sabía si enviarme al cielo
o al infierno, temía que en los dos sitios pudiera montar una buena”. Esa es la
explicación que Jake McNiece daba tanto a su longevidad como al hecho de haber
sobrevivido a la II Guerra Mundial pese a participar en las acciones y combates
más peligrosos. Al final, Dios se decidió el pasado 21 de enero y McNiece murió
en la casa de su hijo en Illinois, a los 93 años. No ha trascendido si el viejo
salvaje, humorista y condecorado paracaidista de las Águilas Chillonas se
marchó gritando el lema de su regimiento: “¡Currahee!” (en cherokee,
"nos bastamos solos").
McNiece era el último de un legendario grupo de soldados que formaba parte
del 506º regimiento paracaidista de infantería de los EE UU (parte de la
división 101º Aerotransportada), los Trece Asquerosos (o muy sucios, en inglés Filthy
Thirteen), a los que se tiene por la inspiración de los novelescos y
cinematográficos Doce del patíbulo (Dirty Dozen, “doce sucios”, en
inglés). Los Trece Asquerosos eran en puridad la sección de demolición y
sabotaje de la compañía de Plana Mayor del regimiento. Estaban encargados de
misiones casi suicidas detrás de las líneas alemanas como punta de lanza de las
operaciones. McNiece, con grado de sargento, fue el líder y el alma de la
unidad que inicialmente era de 13 hombres y conservó el nombre aunque sus
efectivos se fueron incrementando durante la guerra.
En cuanto a lo de asquerosos, el propio McNiece explicaba que se pusieron
el mote porque iban siempre muy sucios a causa del continuo entrenamiento y
decidieron no asearse ni afeitarse más que ocasionalmente, una vez a la semana
y gracias. Tenían asimismo a gala no lavar nunca sus uniformes. Camorristas,
borrachines, rudos e indisciplinados, los Trece Asquerosos se jactaban de no
saludar jamás a los mandos y de no respetar ninguna de las convenciones
militares que no atañeran directamente al combate. Todo lo que no tuviera que
ver con matar alemanes les parecía irrelevante. Eran el terror de la policía
militar, se les degradaba constantemente (McNiece bromeaba que no estaba seguro
de qué rango había alcanzado) y pasaban en el calabozo buena parte del tiempo
que no estaban luchando.
Puede sonar simpático, pero con los alemanes, y esto los relaciona no solo
con los Doce del patíbulo sino con los tarantinianos malditos bastardos de Aldo
el Apache, eran tremendos: no tomaban prisioneros —“¿Qué íbamos a hacer con
ellos detrás de sus líneas?”— y hasta liquidaban a los heridos. “La guerra es
la guerra, un infierno, estás allí para matar enemigos”, justificaba el anciano
McNiece.
Con los Trece Asquerosos, McNiece —al que se puede reconocer en esas
famosas fotos de paracaidistas antes del Día-D con el pelo cortado a lo mohawk
y poniéndose unos a otros pinturas de guerra (idea suya: él tenía sangre
choctaw por parte de madre)—, participó en la acción aerotransportada previa al
Desembarco de Normandía con el objeto de volar puentes para impedir la
concentración de tropas enemigas y luego en la Operación Market Garden. Posteriormente
(parece que por huir de una sanción), se unió como voluntario a los Pathfinders
del regimiento, otro grupo de extremo riesgo dedicado a señalar, lanzándose
ellos previamente, las zonas de salto de las tropas paracaidistas. Con los
Pathfinders participó en la batalla de las Ardenas en la operación clave para
llevar suministros a la asediada Bastogne. En total, realizó cuatro saltos de
combate (también se lanzó tras la Línea Sigfrido para ayudar a un grupo de
tanques de Patton aislados), algo extraordinario. “La supervivencia media de un
paracaidista era de un salto y medio”, subrayaba McNiece.
Había nacido en 1919 en Maysville, Oklahoma, el noveno de diez hermanos.
Bajo y delgado pero muy duro, su habilidad en el fútbol americano le sirvió
para poder estudiar aunque la familia se hundió en la pobreza con la Depresión.
Trabajó como bombero, y ahí aprendió el uso de explosivos para derruir
edificios quemados. En sus leidísimas memorias —The Filthy Thirteen: From
the Dustbowl to Hitler's Eagle's Nest (Casemate, 2003) explica que era
bueno cazando y gozaba de una sensacional visión periférica. En 1942 se enroló
en los paracaidistas para escapar a la justicia, tras una pelea de borrachos en
la que casi mata a un hombre. Dada su familiaridad con los explosivos, lo
apuntaron a demoliciones.
Aunque en realidad nunca existió en el ejército de los EE UU una unidad de
convictos y ellos no eran criminales, McNiece aceptaba que había conexiones
entre los Trece y los Doce. Decía que el personaje que más se le parecía era el
de Lee Marvin (a ver, no iba a identificarse con Telly Savallas). Tras
licenciarse, trabajó durante 28 años en el Servicio Postal en Ponca City,
aunque nunca dejó de relacionarse con círculos de veteranos y dar testimonio de
aquella guerra “que había que librar”.
El viejo paracaidista estaba en posesión de numerosas
condecoraciones, entre ellas cuatro Estrellas de Bronce, dos Corazones Púrpura
y la Legión de Honor francesa. Más difícil de explicar es que tuviera también
la Medalla de... Buena Conducta.
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