El novio y las amigas de la estudiante asesinada en 1980
por el ultra Emilio Hellín, hoy asesor de la Policía y la Guardia Civil,
reconstruyen uno de los crímenes más brutales de la Transición
Yolanda, abaixo, nunha festa do PST no Nadal de 1979 |
El modesto apartamento de 60 metros cuadrados —cocina, un pequeño salón y
tres dormitorios— en el número 101 de la calle Tembleque, en el madrileño
barrio de Aluche, estaba ordenado y las luces encendidas. Alejandro Arizcun, de
28 años, economista de la UGT,
regresó pasadas las doce de la noche del viernes 1 de febrero de 1980. Ni
Yolanda González Martín, su novia de 19 años, ni Mar Noguerol, la otra
compañera de piso, estaban en casa. No le extrañó. Yolanda pertenecía a la
coordinadora de enseñanza media y participaba en una huelga general. Creyó que
estaría en alguna reunión o que dormía en casa de amigas.
El sábado día 2 Alejandro despertó solo y salió de su habitación. Su primer
pensamiento fue para Yolanda, la estudiante a la que había conocido en agosto
de 1978 durante una reunión política en un pueblo de Girona, la chica de
enormes ojos marrones que a sus 17 años había dejado a sus padres y dos
hermanos en Deusto (Vizcaya)
para irse a vivir junto a él la aventura más intensa de su vida. “De pronto me
alarmé porque sobre la mesa del salón vi su bolso, su cartera y su DNI. Pensé
que estaba detenida porque era una activista estudiantil. Llamé a varias
comisarías de policía y fui a los juzgados de Plaza de Castilla. Pregunté, pero
nadie sabía nada. Por la tarde llamé a la sede del Partido Socialista de los
Trabajadores (PST)
y me dijeron que me pasara por allí”, recuerda ahora Arizcun, de 61 años,
profesor de Economía en la Universidad Pública de Navarra.
Aquella mañana gris de febrero Mar Noguerol, de 19 años, estudiante de
Económicas, la compañera de piso de Yolanda, también pensó que su amiga estaba
detenida, también se fijó en el bolso sobre la mesita del salón, también se
inquietó. Y recordó que la noche anterior las luces estaban encendidas. Salió
de casa con dos chicos gallegos a los que habían invitado a pasar la noche y
cuando regresaron a recoger sus cosas por temor a que les detuvieran también a
ellos, se encontraron a varios policías de paisano registrando la vivienda. “Me
llevaron a la Dirección General de Seguridad (DGS) con los dos chicos. Nos
interrogaron durante varias horas preguntándonos si eramos de ETA. Que quiénes eramos, que en dónde
militábamos... Un montón de policías distintos haciendo siempre las mismas
preguntas. No entendíamos nada. Todo era una locura”.
En la sede del PST, el partido en el que militaba Yolanda, en el número 22
de la Gran Vía, en pleno centro de Madrid,
decenas de militantes se preguntaban por el paradero de Yolanda. Entre ellas
Rosa Torres, de 19 años, su mejor amiga. “A las seis y media de la tarde, el
local estaba a rebosar. Participábamos en una lucha muy gorda, en pleno
conflicto estudiantil, por lo que todos creímos que la habían detenido porque
ella era miembro de la Coordinadora. Discutíamos sobre cómo continuar el
conflicto. De pronto Mónica, la más veterana, una uruguaya que tendría unos 30
años, interrumpió la reunión y dijo: ‘Yolanda ha aparecido muerta’. Se cortó
todo, la gente empezó a llorar. Mónica gritó: ‘Calma a todo el mundo”.
Alejandro Arizcun llegó caminando a la sede del PST. Le extrañó que hubiera
tanta gente. Las miradas de algunos militantes y amigos se dirigieron hacia él,
pero no supo interpretarlas. “Cuando entré me dijeron que la radio había
informado que habían asesinado a Yolanda, que habían encontrado su cuerpo en
una carretera. Se me hundió el mundo”. Muy cerca de allí, en la sede de la
DGS, en la Puerta del Sol, uno de los policías que interrogaba a Mar
Noguerol le espetó: “Han matado a tu amiga. Tienes que acompañarnos al
Instituto Anatómico Forense a reconocer su cadáver”. “Me quedé sin habla, en
estado shock”, recuerda ahora Mar, su compañera de piso, de 52 años y
madre de dos hijas.
Yolanda, la joven estudiante de electrónica en el centro de Formación
Profesional de Vallecas, la chica de ojos color miel que encandilaba a todos
por su fuerza y serenidad estaba allí, en la morgue del frío Instituto
Anatómico Forense, en Atocha. De su cuello colgaba una cruz Lauburu regalada
por el comité de empresa de una factoría vasca en reconocimiento a su lucha por
los derechos de los trabajadores, de hombres y mujeres como su padre, un
burgalés soldador metalúrgico en Nife que se trasladó con su familia a Deusto
en busca de trabajo. La noche anterior los militantes de Fuerza Nueva Emilio Hellín Moro, de 33
años, e Ignacio Abad Velázquez, estudiante de Químicas, habían secuestrado a
Yolanda en su piso de la calle Tembleque y la habían trasladado en coche hasta
un descampado de San Martín de Valdeiglesias, a las afueras de Madrid. Allí,
Hellín la obligó a bajar del vehículo y le disparó dos tiros en la cabeza a
menos de un metro de distancia. Abad la remató y su disparo atravesó un brazo.
El Batallón Vasco
Español, antecesor de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL),
reivindicó el crimen. Desde su aparición en 1978 sus comandos habían asesinado
dentro y fuera de España a 12 personas.
Mar Noguerol regresó a la DGS en la Puerta del Sol y siguió declarando
durante horas. “Les conté toda nuestra trayectoria política y dejé bien claro
que ninguno de nosotros, ni el PST tenía nada que ver con ETA. Estábamos
radicalmente en contra de la violencia. Firmé mi declaración y regresé a la
sede del partido en la Gran Vía. Era de noche. Recuerdo aquel día en color
gris. Fue un día de horror. Fue algo inesperado para lo que no estábamos
preparados”. Todos los amigos y compañeros de Yolanda estaban en el local de
Gran Vía 22 preocupados, también, por Mar porque ignoraban que la policía la
había llevado a declarar a la DGS. Todos sabían ya que Yolanda había sido
asesinada, que había muerto sola.
Los militantes del PST, partido escindido del PSOE,
creyeron que Yolanda no sería la única víctima. Días antes de su asesinato
miembros de la ultraderecha habían matado a otro joven en Madrid y atacado con
bates de béisbol a estudiantes que se manifestaban durante la huelga general de
enseñanza. Arizcun, el novio de Yolanda, no regresó al piso de la calle
Tembleque. Él no militaba en ningún partido, pero también se sintió objetivo.
“Pensé que se había desatado una caza de brujas, que venían a por nosotros.
Hablé con mis padres, que habían hablado con Juan José Rosón
(entonces gobernador civil de Madrid) y dormí en casa de un amigo. Creía que
vendrían también a por mí”.
Alfonso Arague, miembro también de la coordinadora de enseñanza, lo
recuerda así: “Empezamos a tomar medidas. Sobre todo la gente que estaba en el
ojo del huracán: no volver a casa, esconder papeles de la huelga”. En casa de
Marta Cardaba, otra amiga de Yolanda y militante del PST, durmieron esa noche
20 personas: “Necesitábamos estar juntos y sentirnos apoyados. Estábamos muy
asustados y tristes”. Rosa Torres apostilla: “Éramos muy jóvenes y
necesitábamos arroparnos”.
En Deusto, en el domicilio de la familia de Yolanda, sus padres, Eugenio y
Lidia, y sus hermanos Amaya, de 20 años, y Asier de 6, habían recibido la
noticia horas antes de una forma insólita. “Un tío mío, hermano de mi padre,
había oído la noticia por la radio y se presentó en casa para contárnoslo”,
recuerda Asier, que sigue viviendo en el País Vasco al igual que sus padres, de
79 y 72 años respectivamente. Amaya reside ahora en Francia. Nadie de la
Dirección General de la Policía contactó con ellos para comunicarles la
tragedia. Sí lo hizo horas después el gobernador Rosón.
El velatorio se celebró el domingo por la tarde en la escuela de Vallecas
donde estudiaba Yolanda. Duró toda la noche y acogió a miles de personas.
Alejandro Arizcun conoció allí a los padres de su novia. “Los vi por primera
vez”, recuerda. “Yolanda es vuestra, organizarlo todo como queráis nos dijo su
madre. No nos cuestionaron nada, no nos recriminaron nada. Se adhirieron a lo
que Yolanda había sido”, relata Mar, su compañera de piso. Marta Cardaba se
ocupó de acompañar a la familia en aquellas horas. “¿Qué les podía decir yo si
solo tenía 22 años? Tengo un recuerdo de una familia serena. Confiaban en
nosotros. La unión fue total”, dice.
El lunes se celebró un funeral en la iglesia de Vallecas Dulce Nombre de
María y luego una manifestación multitudinaria desde allí hasta el Centro de
Formación Profesional, donde se colocó una placa en su recuerdo. Subidos en un
templete, Alfredo Arague y Enrique del Olmo, secretario del PST, pronunciaron
sus discursos. “Fue emotivo, emocionante y muy triste”, recuerda Enrique, de 60
años. Al día siguiente, martes, el cadáver de la joven de ojos color de miel
regresó a Bilbao en un coche
fúnebre, la tierra de la que salió dos años antes tras la estela de su novio y
empujada por un sueño profundo y obsesivo que la movía desde los 16 años:
luchar por un mundo mejor.
La respuesta estudiantil y sindical al asesinato de Yolanda González fue
inmediata. El martes se convocó una asamblea en Industriales en la que se
debatieron las movilizaciones. En las primeras filas y observándolo todo estaba
Ignacio Abad Velázquez, el estudiante de Químicas y militante de Fuerza Nueva que había
acompañado a Emilio Hellín, el tipo que remató a la joven cuando yacía en el
descampado de San Martín de Valdeiglesias. El Batallón Vasco Español aseguró
que su muerte era la respuesta al asesinato de seis guardias civiles en un
atentado, pero la realidad es que Yolanda nunca tuvo nada que ver con la
organización terrorista. “Era muy pacifista, siempre estuvo enfrentada a la
lucha armada. Hasta su partido había hecho una condena expresa a la violencia
de ETA”, recuerda su novio. Alejandro declaró en la DGS 48 horas después de la
muerte de Yolanda y se fue dos semanas a casa de un familiar a Mallorca para no
aparecer por el piso de Tembleque.
El 7 de febrero, seis días después del crimen, Enrique del Olmo, el
secretario del PST, recibió una llamada del Gobierno Civil de Madrid. Rosón, el
ministro del Interior, y el comisario Francisco de Asís querían verle. “Nos
dijeron que el caso estaba resuelto. ‘Hemos detenido a los presuntos
culpables’, dijo el comisario. Más tarde lo hicieron público, pero nos avisaron
antes”. Rosa Torres, la amiga íntima de Yolanda, había recibido una llamada de
la Policía en la tienda de muebles donde trabajaba en la madrileña calle del
Capitán de Haya. “El agente me dijo: ‘ya no hace falta que venga a declarar
porque tenemos detenidos’. Ese mismo día Hellín y Abad confesaron el asesinato.
En el registro de la escuela de electrónica de Emilio, en el número 1 de la
calle San Roque, se descubrió un arsenal de armas y explosivos. Era el material
del Grupo 41 de Fuerza Nueva que dirigía Hellín y con el que preparaban otros
atentados. Nunca se descubrió quién señaló a Yolanda como objetivo, aunque
Alejandro, su novio, siempre sospechó que las actividades de Hellín como
técnico en electrónica e informática tuvieron algo que ver con la escuela
profesional de Vallecas donde la joven estudiaba electrónica. Hellín aseguró en
el juicio que fue David Martínez Loza, ex guardia civil y jefe de seguridad de
Fuerza Nueva, quién le ordenó secuestrar a Yolanda.
¿Por qué mataron a Yolanda? Su amiga Rosa Torres asegura tener una
respuesta: “No la mataron porque sospecharan que era de ETA, la mataron para
terminar con el movimiento estudiantil. Y lo cierto es que lo consiguieron
porque hubo mucho miedo. Hellín fue solo una pieza, fue el que realizó el
encargo. Estoy convencida. Ella tenía un proyecto en la cabeza, era trabajadora
y muy responsable, era capaz de conseguir lo que quisiera. Pensaron que era
peligrosa”. Mar, su compañera de piso, añade: Éramos producto de una época. Su
asesinato fue uno de los coletazos del régimen. Veo un paralelismo con la
situación que vivimos ahora”.
La investigación
de EL PAÍS sobre la vida oculta de Emilio Hellín Moro, su cambio de
nombre por Luis Enrique y sus trabajos de formación, informática forense y
telecomunicaciones para el Servicio de Criminalística de la Guardia Civil, la
Policía Nacional, la Ertzaina y los Mossos d’Esquadra han enfrentado de nuevo a
los recuerdos a los amigos y familiares de Yolanda. Su novio lo explica así:
“Durante años no he tenido respuestas a muchas preguntas. Durante un tiempo
puse una barrera protectora, luego fueron fluyendo las emociones y los
recuerdos. Esta revelación nos ha vuelto a enfrentar con la realidad de lo que
ocurrió”. Amaya, la hermana mayor de Yolanda, asegura que conocer que el
asesino— condenado a 43 años, de los que cumplió 14 incluyendo los 3 que pasó
fugado en Paraguay— trabaja para las Fuerzas y
Cuerpos de Seguridad del Estado es “otro balazo en su cuerpo” y “una
puñalada en el corazón de su familia”.
Durante años algunos de los amigos que vivieron aquel
gris fin de semana de febrero en el que asesinaron a Yolanda no hablaron del
tema. Cada uno intentó seguir adelante a su manera. Mar puso a una de sus hijas
el nombre de Lidia, el mismo de la madre de su compañera. Rosa, su mejor amiga,
se refugió en una burbuja. “No podía dejar de pensar una y otra vez qué habría
pasado si esa noche Yolanda no hubiera ido a casa”, confiesa ahora. Han pasado
33 años y todavía se hace esa pregunta.
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