Una retrospectiva reexamina el legado de Hilma af Klint,
desconocida artista sueca que rompió con la figuración antes que Kandinsky y
Mondrian
ÁLEX VICENTE
Estocolmo 3 MAR 2013 - 01:30 CET
En la discusión bizantina sobre quién fue el primero en llegar a la
abstracción, muchos sostienen que el mérito fue de Mondrian. Otros apoyan a
Malevich, a Kupka o, siendo un poco generosos, a Delaunay. Pero una gran
mayoría jura que el que dio el paso adelante decisivo fue Kandinsky. El propio
pintor se autoproclamaba sin rubor como el primer autor de un cuadro no
figurativo, que habría firmado allá por 1911. “Sí, fue el primero de todos. Por
aquel entonces, ni un solo pintor utilizaba el estilo abstracto. En otras
palabras, se trató de un lienzo histórico”, afirmó en su correspondencia acerca
de un cuadro que nunca pudo mostrar en público, puesto que lo había extraviado
durante su exilio.
Lo que Kandinsky no sabía era que una desconocida pintora sueca se le había
avanzado, rompiendo con el lenguaje figurativo por lo menos cinco años antes
que él. Respondía al nombre de Hilma af Klint, portentosa
paisajista en el Estocolmo de entresiglos, que consiguió formarse en la pintura
gracias a la ley escandinava que permitía que las mujeres accedieran a la
educación artística. Hija de un almirante, se ganaba la vida vendiendo anodinos
panoramas naturalistas y dibujando estudios anatómicos para un instituto
veterinario. Pero eso no era todo lo que Hilma sabía hacer. En la penumbra de
su pequeño estudio, experimentaba con otro tipo de pinturas, inspiradas por
fuerzas ocultas que se manifestaban a través de su trazo. Aficionada al
espiritismo y a la teosofía desde su juventud, dibujó círculos concéntricos,
óvalos descomunales y espirales infinitas, que pretendían simbolizar la
totalidad del cosmos, a menudo bajo los efectos de la hipnosis. Antes de que
1915 llegara a su fin y el fin de la figuración sonara en boca de las élites
intelectuales, Hilma ya había pintado más de 200 composiciones abstractas.
Una alucinante retrospectiva en el Moderna Museet de Estocolmo
reexamina su legado hasta el 26 de mayo, revisando la integralidad de una
nutrida trayectoria –según el último inventario, Hilma habría pintado más de
mil obras— para poner en duda la estrechez de la historia oficial de la
abstracción y lanzar una hipótesis rompedora. ¿Y si esta desconocida mujer fue
la auténtica pionera de la abstracción? Si su historia había permanecido hasta
ahora en la oscuridad es por un sencillo motivo: la pintora murió sin haber
expuesto ninguno de sus cuadros abstractos. En sus últimas voluntades, solicitó
que no fueran expuestos hasta veinte años después de su muerte, acontecida en
1944 a los 81 años. “Tenía la convicción de que el mundo no estaba preparado
para observar su obra, tal vez porque se enfrentó a la incomprensión de los que
la rodeaban”, explica la comisaria Iris Müller-Westermann. La pintora formó
parte de Las Cinco, un grupo de mujeres pintoras que, en la década que
sucedió a 1896, se reunieron una vez a la semana para practicar el esoterismo y
dibijar en estado de semiinconsciencia. El grupo se desintegró cuando la
pintora solicitó a las demás para que participaran en su proyecto. Todas ellas
se negaron. “Le dijeron que les daba demasiado miedo”, añade Müller-Westermann.
Hasta ahora, su nombre permanecía en una órbita restringida, aunque
tampoco resultaba completamente desconocido. En 1986, una muestra en Los
Angeles ya exhibió algunos de sus cuadros, igual que haría el Centro Pompidou
hace cinco años, en el marco de una exposición sobre la presencia de lo sagrado
en el arte contemporáneo. Pese a todo, la envergadura de su legado no saltó a
la vista hasta el año pasado, cuando el director de este museo sueco, Daniel
Birnbaum, recibió una gigantesca caja de madera en su despacho de la isla de
Skeppsholmen. “En su interior, encontré óleos y acuarelas, estudios botánicos
de plantas, flores y semillas junto a incomprensibles diagramas matemáticos,
así como unos 15.000 cuadernos que documentaban su proceso creativo”, explica
Birnbaum. Es difícil entender por qué nadie les prestó la más mínima atención
durante décadas. “Hilma no tuvo hijos y lo dejó todo a un sobrino que nunca
creyó que lo que pintaba aquella mujer excéntrica tuviera valor”, apunta el
director. Parte de su familia, extremadamente religiosa, no habría apreciado el
contenido esotérico de algunos lienzos y habría preferido ocultarlos en un
depósito durante décadas. Hoy, tras el reconocimiento general, sus descendientes
empiezan a hablar de aquella tía solterona como de un genio. “La obsesión por
decidir quién vino primero no me parece interesante. Pero que ella pintara así
años antes que lo hiciera Kandinsky invalida los estereotipos sobre las mujeres
artistas. Se decía que eran capaces de copiar pero no de abrir nuevos caminos.
Hilma demuestra que es totalmente falso”, concluye Müller-Westermann.
Pese a la agitación generada por el descubrimiento, parte
del establishment del arte contemporáneo sigue mostrándose reacio a
elevar a esta pintora a la primera división. Hace pocos meses, el MoMa se
habría negado a incluirla en su programación ante las reticencias de algunos de
sus administradores. En cambio, la muestra podrá verse este verano en la
Hamburger Bahnhof de Berlín, antes de recalar a finales de año en el Museo
Picasso de Málaga. Sus responsables también negocian el desembarco de la
muestra en París y Nueva York de cara a 2014, en un periplo que tendría que
inscribir el nombre Hilma af Klint, de una vez por todas, en el panteón que
seguramente merezca.
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