Arno Surminski publica una novela en la que descubre la
historia de un ornitólogo nazi en el campo de exterminio
JACINTO ANTÓN
Hamburgo 25 FEB 2013 - 16:32 CET
En Auschwitz no había espacio
para la poesía pero, sorprendentemente, sí lo hubo para la ornitología. Una de
las historias más asombrosas de aquel lugar espantoso es la de la insólita
empresa de documentar la población de pájaros del campo que llevó a cabo un
naturalista miembro de las SS. Mientras los trenes llegaban, las cámaras de gas
mataban y los hornos ardían, el naturalista y Obersturmführer (teniente)
Günther Niethammer identificaba las aves del lugar y los alrededores con un
celo científico que resultaría admirable en cualquier otra situación.
Niethammer (1908-1974) era ya entonces un ornitólogo prestigioso que había
realizado expediciones y logrado en 1932 el retorno a Alemania de la célebre
colección Brehm. Se afilió en 1937 a las SS y entre 1940 y 1942 fue guardia en
Auschwitz-Birkenau, donde convenció al comandante del campo, el infame Rudolf
Höss, para que le dejara realizar su investigación, de la que derivó la que posiblemente
sea la más alucinante monografía escrita por un ornitólogo: Beobachtungen
über die Vogelwelt in Auschwitz (Observaciones sobre la vida de las aves en
Auschwitz). En las 40 páginas del opúsculo, Niethammer recoge
pormenorizadamente las 126 especies identificadas y estudiadas, entre ellas
algunas que cuesta especialmente imaginar en el infierno, como el petirriojo,
el ruiseñor y la alondra.
El que alguien pudiera dedicarse al birdwatching en medio del
exterminio y extasiarse con, por ejemplo, el carricerín cejudo resulta
asombroso y surrealista. Aunque desde luego para los deportados era mucho peor
que a un SS (como Mengele) le interesara la medicina...
Al escritor alemán Arno Surminski (1934) la historia de Niethammer le
sirvió de inspiración para una novela Los pájaros de Auschwitz, que acaba
de publicar en España Salamandra. Surminski cambia el nombre del ornitólogo
nazi por uno ficticio, Hans Grote, y convierte en protagonista a su ayudante,
un prisionero polaco, Marek, que dibuja las aves para el SS. En las manos del
novelista, los hechos se transforman en un relato premeditadamente contenido
que elude todo el juego fácil que podría haber dado la asociación de pájaros y
presos, alada libertad y confinamiento sin esperanza, vida en los cielos y
muerte tras las alambradas.
Visito a Surminski en su casa de Hamburgo (vive con gran justicia poética
en Schwalbenstrasse, la “calle de la golondrina”) tras haber compartido el día
anterior con él un acto en memoria de las víctimas del Holocausto en la iglesia
de San Michaelis. La ciudad está envuelta en un sudario de nieve pero paseando
valerosamente junto al lago Alster he podido ver un agateador
(Gartenbaumläufer) subiendo en espiral por el tronco de un árbol. Se lo digo
con entusiasmo a Surminiski, un hombre amable con un aire de Walt Disney cuya
mujer nos ofrece chocolates. “En realidad no sé mucho de pájaros, ni tengo un
interés especial, conozco tres o cuatro. Di con el texto de Niethammer
casualmente, al publicar otro libro, Verano del 44, en el que hablaba
del observatorio de aves de Rositten, en el istmo de Curlandia; me lo envió un
ornitólogo, Martin Bilio, me pareció algo muy impresionante, y eso me llevó a
escribir la novela, que se distancia de la historia real. Tenía que cambiar el
nombre del naturalista para tener la completa libertad de inventarle
sentimientos y palabras”.
No obstante, el autor explica que el personaje del ayudante también tiene
un origen auténtico, un preso polaco de Auschwitz, Jan Grebackis, que asistió
forzado al ornitólogo nazi y al que se pierde la pista al final de la guerra.
Le señalo que el obituario oficial de Niethamer, que lo describe como una
eminencia científica, autor del manual de referencia sobre las aves europeas y
durante años presidente de la Sociedad Alemana de Ornitología, no menciona para
nada su vinculación al nazismo ni su ensayo sobre Auschwitz, dedicado por
cierto a Höss, que ya es dedicatoria. “Era de una familia distinguida. Fue un
gran ornitólogo, admirado y respetado. Lo de Auschwitz se supo mucho más tarde.
El final de la novela coincide bastante con la realidad. Se entregó y declaró
que nunca hizo daño a nadie. La sentencia fue leve”.
Sorprende en la novela el tono, muy sobrio, casi distante. “En una historia
así no hacía falta cargar las tintas, toda la crueldad está ahí, entre líneas”,
explica Surminski. “Era preferible la sutileza. Había que controlar el relato y
todas las poderosas metáforas que se desprendían de él. La contención hace la
historia más terrible, aunque hay quien me la critica. Podría haber descrito a
Grote como un sádico SS arquetípico pero es más intranquilizador mostrarlo como
un padre de familia bajito y fondón, arribista y mezquino”. El aire de cuento o
parábola y la brevedad acercan la novela a El niño del pijama de rayas,
de John Boyne. “Mucha gente me lo comenta, no la he leído”.
En la novela tiene un papel importante un abejaruco. “Ese pájaro tan bonito
y multicolor llega a Auschwitz en un vagón de deportados y Grote se muestra
preocupado y compadecido por su suerte tras los seis días de viaje. Toda la
monstruosidad del personaje y de la situación está contenida ahí. No ve a la
gente que camina hacia las cámaras de gas sino solo al pájaro. Es una escena
capital”.
No es ni mucho menos la única impresionante. Están el mirlo que se posa en
la horca, las negras cornejas que escarban en las cenizas de los crematorios,
los somormujos que se desploman por las emanaciones de Ziklon B...
Surminski es un niño de la guerra que huyó de la Prusia oriental ante el
avance de los rusos y cuyos padres (miembros del partido nazi) fueron
deportados a la URSS en 1945 y murieron en el Gulag, “No tengo hermanos. Me
quedé solo. Guardo recuerdos muy claros de aquel éxodo, los bombardeos, los
muertos en el camino, la falta de comida y la devastación. El Ejército Rojo nos
seguía, luego nos adelantó. ¿Si tengo sensación de culpa por mis padres? No, yo
era un niño no tuve nada que ver con aquello”.
El escritor ha visitado dos veces Auschwitz. ¿Vio pájaros? una leyenda del
campo dice que no se acercan allí. “No me fijé. Fui antes de tener la idea del
libro. Hay quien dice que las aves cambian de rumbo para no sobrevolarlo. No
creo. Pájaros hay en todas partes”. En realidad, hay gente que ha descrito las
especies que frecuentan el viejo campo de exterminio. Lo que pasa es que a la
mayoría de los visitantes, sobrecogidos, nos cuesta levantar la mirada del
suelo.
Al acabar la entrevista, mientras espero un taxi,
Surminiski me enseña el pequeño patio con jardín detrás de la casa. Hay un
comedero para pájaros. Nos quedamos un rato observando y soltando pequeñas
nubecitas blancas. Entonces aparece un cuervo grande, negro y lustroso y no
puedo evitar un escalofrío.
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