Junto al reconocimiento oficial de la violencia
estalinista, persisten la tolerancia y el aprovechamiento político de la figura
del dictador
El termómetro marcaba diez grados bajo cero en Moscú esta mañana cuando,
Guennadi Ziugánov, el líder del Partido Comunista de la Federación Rusa, al
frente de un grupo de camaradas, acudió a la plaza Roja para depositar una
corona de flores ante la tumba de Josef Stalin, su respetado y admirado líder.
Esta ceremonia que se repite cada año, tiene hoy un valor especial por
cumplirse el 60 aniversario de la muerte del dirigente de la Unión Soviética,
cuya traumática herencia sigue contaminando de diversas formas a la Rusia
actual.
Mientras los comunistas rendían su homenaje, en otro punto de la ciudad,
representantes de la asociación “Memorial”, junto con el director de los
Archivos Estatales de la Historia Sociopolítica de Rusia, Andréi Sorokin, y
varios políticos antiestalinistas presentaban la última edición de un disco con
las copias facsímiles de “listas de los fusilamientos de Stalin”. Estos
documentos de la época del Gran Terror (1937-1938) son la prueba definitiva de
que Stalin y los miembros de la dirección comunista avalaron con su firma las
penas de muerte que después imponían los tribunales militares del Tribunal
Supremo, basándose en una disposición “legal” de 1934, que negaba al acusado la
posibilidad de tener abogado, convocar testigos, pedir clemencia y recurrir la
sentencia, de cumplimiento garantizado en 24 horas.
Las “listas de Stalin” son una parte relativamente pequeña de los 700.000
fusilados durante el Gran Terror, pero suponen el nivel superior de la
represión, controlada en detalle por los dirigentes comunistas. Como si de una
lista electoral se tratara, las organizaciones regionales del partido
facilitaban las “candidaturas” al vértice del poder. Después, fragmentadas en
categorías (la “primera”, fusilamiento y la “segunda”, penas de 10 a 15 años de
prisión), las listas se enviaban a Stalin, que las confirmaba con ayuda de sus
colegas. A los jueces no les quedaba más que formalizar las decisiones de
aquellos dirigentes, que, con trazos de lápiz rojo, verde o azul, marcaban,
firmaban y, en ocasiones, tachaban o alteraban las condenas.
Hasta que Mijaíl Gorbachov comenzó la “perestroika” en los años ochenta del
pasado siglo, la administración soviética daba una información falsa a los
parientes de las víctimas sobre el destino de sus seres queridos y estos datos
falsos están aún en muchas enciclopedias. Memorial ha rescatado 383 listas con
43.634 nombres y ha restablecido las fechas de su defunción con ayuda de los
certificados de fusilamiento guardados en los archivos del Servicio Federal de
Seguridad.
Tanto el presidente de Rusia, Vladímir Putin, como el jefe de Gobierno,
Dmitri Medvédev, han reconocido los crímenes de Stalin y en Rusia hay diversos
monumentos a las víctimas así como leyes (de principios de los años noventa del
pasado siglo) que garantizan su rehabilitación y compensaciones para los
afectados o sus familiares.
Pero, junto estos reconocimientos oficiales y formales, considerados
demasiado escasos y poco sistemáticos por Memorial, también hay una gran
tolerancia, admiración y aprovechamiento político de la figura del dictador de
origen georgiano. El 49% de los rusos creen que el papel de Stalin en la vida
de su país es positivo (frente al 32% que lo consideran negativo), según una
reciente encuesta del centro Levada. Estas cifras son idénticas a las que se
obtuvieron en 2009, pero indican una tendencia crítica de lenta evolución, si
se comparan con las de 2003, cuando el 53% de los rusos, en un sondeo de la
misma institución, consideraba positivo el papel de Stalin y el 33%, negativo.
El hecho de que un 19% no sabe cómo valorar hoy a Stalin (en 2003, en esta
categoría estaba un 14%) indica un incremento de la confusión sobre esa figura
histórica. “Los jóvenes tienen dificultades para entender qué fue el
estalinismo y la represión”, afirma Yulia Samorodnitskaya, funcionaria en el
museo municipal del GULAG de Moscú. El número de víctimas de Stalin en los
campos de prisioneros se calcula en millones.
Aprovechando la tolerancia hacia Stalin existente en Rusia, que en Alemania
sería impensable con relación a Hitler, los forofos del dictador han aprendido
a matizar sus actitudes con la fórmula “por una parte… y por otra parte”. Es
decir, aceptan que Stalin fue responsable del terror “por una parte” y añaden
que fue también el artífice de la modernización e industrialización de la URSS y
de la victoria de ese país en la Segunda Guerra Mundial “por otra parte”.
La contaminación estalinista facilitada por este enfoque se filtra en
diferentes campos, incluidos los libros de historia para la enseñanza
secundaria. Uno de ellos, recomendado por el ministerio de Educación y
publicado en una amplia edición, definía a Stalin como un “ejecutivo eficaz”.
“La sociedad rusa sufre una crisis de la conciencia histórica y la única
salida es el estudio de los documentos de la época estalinista”, ha dicho Andréi
Sorokin, que custodia el archivo personal de Stalin. Sorokin lamenta que los
documentos de ese archivo, accesibles al público en su gran mayoría, sean poco
estudiados por historiadores y periodistas y que las “distorsiones” se impongan
a los hechos.
Por su parte, Arseni Roginski, de la dirección de Memorial, propone adoptar
una ley que obligue a las grandes empresas fundadas y desarrolladas gracias al
trabajo de los prisioneros del GULAG a crear un fondo de compensación para las
víctimas o sus herederos. Esta idea se inspira en los acuerdos por los que el
empresariado alemán paga a los trabajadores forzados del nazismo. La iniciativa
ha sido acogida con indiferencia por los oligarcas rusos que tras la
desintegración de la URSS privatizaron las grandes industrias surgidas gracias
a la explotación de los prisioneros del GULAG.
Según un reciente sondeo del Centro Levada, para un 55% de los ciudadanos
rusos la muerte de Stalin supuso el fin del terror y las represiones masivas
así como la liberación de millones de inocentes, mientras que para un 18%, la
defunción del líder supuso la pérdida de un gran jefe. En 2010, estos
porcentajes eran del 47% y el 19%, respectivamente.
Los rusos sospechan que las autoridades manipulan la
figura de Stalin para sus fines. Un 19% opina que los dirigentes intentan
utilizar el culto a Stalin para reforzar su propia autoridad como herederos de
los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Otro 19% cree que Stalin es
utilizado como sucedáneo de la falta de una idea nacional, ya que en el país ya
no queda nada sagrado.
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