Bernardo Kucinski recupera la memoria de su hermana
asesinada para novelar sobre los desaparecidos
Una advertencia abre Las tres muertes de K. (Rayo Verde), del
periodista y escritor brasileño Bernardo Kucinski (São Paulo, 1937): “Todo en
este libro es inventado, pero casi todo ha sucedido”. Kucinski narra la
barbarie de la represión a los opositores de la dictadura de Brasil
(1964-1985), pero también señala los errores de los movimientos
revolucionarios. Lo hace recuperando una historia real (la desaparición de su
hermana y su cuñado) para construir una ficción centrada en la figura de K., el
padre de una desaparecida.
El régimen militar de Brasil persiguió a cerca de 60.000 disidentes
políticos y dejó un balance de 300 muertos y 150 desaparecidos. A ese último
grupo pertenecían Ana Rosa Kucinski y Wilson Silva. La pareja de 32 años
militaba en la Alianza Libertadora Nacional (ALN), una organización de lucha
armada contra el régimen, cuando una tarde de abril de 1974 salieron con su
perra a pasear por un parque en São Paulo. Nunca regresaron.
Casi cuatro décadas después, Kucinski encuentra, en la ficción, la manera
de contar a conciencia lo sucedido. “Surgió naturalmente, para poder expresar
las ambigüedades que yo quería”, explica el reconocido periodista económico,
exiliado durante la dictadura. “Escribir esta novela fue una catarsis, una cosa
que estaba atragantada y de repente salió”.
La novela mezcla la voz del padre con la de la amante del torturador y la
de la limpiadora de una casa de tortura que ya no puede soportar lo que ha
visto. “Yo fundí personajes, desplacé acciones en el tiempo y en el espacio.
Hay capítulos totalmente imaginados y otros que son reales”, aclara Kucinski. Y
lo hace de manera que la frontera entre lo real y lo inventado sea
imperceptible hasta para quienes hayan vivido los hechos. Una carta salida del
puño del escritor y que ocupa todo un capítulo, por ejemplo, fue considerada
como auténtica por exactivistas de la oposición. “Ya sospechábamos que la
dictadura había decidido no tener más prisioneros. Tendríamos que haber hecho
un análisis, hacer autocrítica, reconocer que estábamos aislados. Quizá todavía
hubiera sido posible salvar muchas vidas. En vez de eso, decidimos luchar hasta
el final, aunque no sirviera para nada. Ahí empezó la locura”, escribe el
ficticio Rodríguez sobre la agonía de algunos de los que cogieron las armas
para intentar cambiar la situación política del país.
“Ellos me agradecieron haberlo
publicado. Pensaron que era un documento real que mi hermana o mi cuñado tenían
en el archivo. Pero me la inventé, todo allí es inventado”, dice. Los
dirigentes de la lucha armada que insistieron en una guerra perdida son el
principal blanco de su crítica. “De no haber sido así, muchas personas podrían
estar vivas, incluso mi hermana”, cree el autor.
Aunque Las tres muertes de K. sea, en cierto modo, una obra de
denuncia, Kucinski no cree que a la literatura se le pueda exigir tanto: “es lo
que es. En este caso, el principal efecto del libro ha sido para los jóvenes
que lo leyeron y que no sabían, o habían olvidado, o nunca les habían dicho que
estas cosas habían sucedido”. No es raro que los jóvenes brasileños desconozcan
el pasado. De hecho, la dictadura desapareció de la memoria colectiva hasta
fines de 2011, cuando se creó la comisión de la verdad. Era el primer año del
Gobierno de Dilma Rousseff, que fue detenida y torturada por su militancia en
la oposición al régimen. La investigación de la comisión concluirá el próximo
año, pero ya se conocen datos que han indignado a la gente. Después de que el
libro de Kucinski fuese publicado, un extorturador arrepentido confesó haber
transportado cuerpos de personas quemadas. Entre ellos, el de la hermana y el
cuñado de Kucinski. “Creo que hay tanta violencia hoy en Brasil que la
violencia pasada acaba perdiendo importancia”, justifica el escritor.
El escritor critica que la comisión de la verdad no tenga
ni la misión ni el poder de castigar a los culpables —de los países del Cono
Sur, Brasil es el único que no ha juzgado a los crímenes contra los derechos
humanos practicados durante el régimen militar—. En parte, cree, porque el país
tiene “una élite conservadora y de mentalidad anticuada”.
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