venres, 14 de decembro de 2012

Óscar Niemeyer


Constructor de un mundo pasado
Su arquitectura, aunque tenía un cariz moderno y progresista, incorporaba las lecciones del pasado y de la naturaleza
Decir que Oscar Niemeyer era una leyenda viva sería quedarse corto. Su vida se extendió a lo largo de un siglo, y su carrera le llevó a estar a caballo entre el tercer mundo y los países industriales más avanzados. Deja aproximadamente 600 proyectos en lugares tan distantes como Río de Janeiro y Argelia, Pampuhla y París, y varios de ellos pueden considerarse obras maestras. Uno piensa concretamente en el Casino de Pampuhla (1943) y en la Casa en Canoas (1952), que combinaban el rigor de la estructura moderna con la fluidez del espacio y de la forma, y la sensibilidad hacia la naturaleza. Niemeyer pertenecía a la a veces llamada “segunda generación” de arquitectos modernos, lo que significa que heredó y transformó los descubrimientos de pioneros como Le Corbusier y Mies van der Rohe para abordar las realidades de la rápida modernización de su país, Brasil. Trabajó junto con Lucio Costa y Le Corbusier en el proyecto para el Ministerio de Educación en Río de Janeiro, uno de los primeros rascacielos provistos de un sistema de protección solar exterior, y un edificio que hoy parece tan moderno como cuando se construyó.
Posteriormente desarrolló una arquitectura que funcionaba a todas las escalas, desde la casa individual hasta el conjunto monumental: sus contribuciones a Brasilia, la nueva capital de Brasil, diseñada en las décadas de 1950 y de 1960 (el plan básico era de Lucio Costa), como el palacio presidencial, el Palacio da Alvorada (Palacio del Amanecer), muestran que podía manejar los temas de la monumentalidad y de la representación estatal con una gran elegancia.
Su arquitectura, aunque tenía un cariz moderno y progresista, incorporaba las lecciones del pasado y de la naturaleza. Sus formas biomórficas se inspiraban en parte en Picasso y en Arp, pero también en la herencia barroca de Brasil. Combinaba las curvas sensuales, los materiales ricos y el movimiento a través de capas de espacio. Sus edificios parecen filtros a través de los cuales puede pasar el aire mientras unas pantallas repelen el calor y la luz deslumbrante. En la utopía de Niemeyer se suponía que el hombre lograría la armonía con la naturaleza mediante la liberación del espacio y el uso de las nuevas tecnologías, postura que expresaba casi inconscientemente los mitos nacionales brasileños del progreso y la identidad. Niemeyer, un comunista que construyó casas para ricos, una catedral, viviendas sociales y edificios para numerosas burocracias estatales, era cualquier cosa menos coherente ideológicamente.
Los mundos para los que construyó han desaparecido, pero sus edificios mantienen toda su riqueza fascinante. Hacia el final, se le culpaba a veces de un formalismo vacío y de caricaturizarse a sí mismo. Pero su enorme obra incluye numerosos ejemplos de su fecunda imaginación espacial y de su destreza a la hora de resolver tareas a todos los niveles. Es como un libro abierto de lecciones y de principios arquitectónicos. Más que una colección de edificios, deja tras de sí un universo creativo que probablemente influirá durante mucho tiempo en otros arquitectos del futuro.
William J. R. Curtis es historiador, crítico y autor de La arquitectura moderna desde 1900.

Ética y política de la arquitectura
"Usó un lenguaje menos dogmático, de claro realismo ambiental, pedagógico y transformador"
La muerte a pocos días de cumplir los 105 años del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer es una noticia triste, pero también muy importante, porque exige subrayar públicamente el valor de una obra personal de grandísimo nivel y la trascendencia colectiva de una exigencia cultural y profesional que ha formado escuela y estilo.
Oscar Niemeyer se podría definir como uno de los insignes componentes de la segunda generación de maestros del movimiento moderno. Esta segunda generación actuó bajo la enseñanza de arquitectos como Le Corbusier y otros compañeros surgidos del CIAM (Congreso Internacional de Arquitectura Moderna, fundado en 1928), pero introduciendo unas modificaciones y unos cambios de actitud que caracterizan unas fórmulas nuevas basadas en un lenguaje menos dogmático, en un realismo ambiental y tecnológico y en una discusión de teorías y metodologías que han marcado un paso importante en la evolución de la arquitectura contemporánea. Es evidente que Niemeyer es el abanderado significativo del sector más dispuesto a la modernidad de esa segunda generación. Sus obras lo acreditan sobradamente y su prestigio internacional se apoya en muchas consideraciones fiables tanto críticas como históricas.
Pero Oscar Niemeyer añade otro factos muy importante a esa calidad profesional propia. En realidad, es el representante más conocido de un grupo de arquitectos de Brasil o de, incluso, toda América Latina, que proclamaron en su momento la eclosión de la arquitectura moderna en América Latina pero con consecuencias evidentes en todo el continente. La irrupción de este grupo de arquitectos fue un acontecimiento indudable y lograron la creación de una nueva arquitectura, dentro de los cánones de esta segunda generación, específicamente brasileña con características propias muy determinadas pero también con una capacidad para plantearse como un acontecimiento pedagógico y claramente transformador. Es evidente que hoy en día el panorama arquitectónico de Brasil está dominado por las obras voluntariamente innovadoras de Oscar Niemeyer y es evidente también que el prestigio universal de estos arquitectos ha aportado cambios esenciales en el devenir de la arquitectura de estos últimos años.
Para comprender la coherencia de este grupo innovador, solo hay que visitar la ciudad de Brasilia, ordenada urbanísticamente por Lucio Costa pero construida en buena parte por Oscar Niemeyer y sus colaboradores. El gran centro representativo y directivo de la ciudad es, seguramente, el espectáculo más sorprendente de una nueva monumentalidad referida a los modelos de las vanguardias figurativas.
Finalmente, no se puede hablar de Niemeyer sin hacer referencia a su constancia en la responsabilidad política. No se trata solo de una adhesión partidista, sino de un concepto general sobre el papel que tiene que ejercer la arquitectura y el urbanismo en la configuración de las nuevas ciudades. La forma de la ciudad es un tema a discutir desde puntos de vista políticos y atendiendo a las proximidades más realistas y, al mismo tiempo, más utópicas.
La muerte de Oscar Niemeyer nos debe obligar a mantener los principios éticos y políticos de la arquitectura del movimiento moderno. Esperamos que su desaparición provocará unos nuevos estudios sobre su obra y la afirmación de un propósito de honestidad y eficacia profesional.

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