martes, 31 de decembro de 2013

Israel y la Suráfrica del apartheid: la historia de una larga amistad


Publicado el 12 diciembre 2013 por Iñigo Sáenz de Ugarte. eldiario.es
Netanyahu no fue al funeral de Nelson Mandela porque hubiera necesitado “centenares” de personas dedicadas de forma exclusiva a su seguridad. Este cálculo del viceministro de Defensa resulta un tanto exagerado, pero no hay que olvidar otro hecho: ¿cómo iba a ser recibido el jefe de Gobierno de un país que fue durante años uno de los mejores socios internacionales del odiado régimen del apartheid?
A lo largo de los años 60, ya con Mandela en prisión, la situación de Suráfrica no estuvo en primera línea de la atención internacional. Fue a partir de los 70 cuando la presión comenzó a aumentar, a lo que contribuyó la decisión de crear los bantustanes, pequeños estados dependientes económicamente de Pretoria y en los que supuestamente los negros disfrutarían de sus derechos. La burla resultó demasiado obvia, y por otro lado contribuyó a dejar patente la política racista del Gobierno.
Fue entonces cuando la ayuda israelí comenzó a ser especialmente valiosa para los africáners. El ministro de Información, Connie Mulder, viajó a Israel para explicar a sus anfitriones las ventajas propagandísticas de la creación de bantustanes. “Si nuestra política se lleva hasta sus últimas consecuencias, no quedará ningún negro con la ciudadanía de Suráfrica. Nuestro Parlamento no tendrá ya ninguna obligación moral de incluir políticamente a esta gente”.
En los años 50 y 60, Israel se mostró crítico con el apartheid, pero a partir de la guerra de 1973 la mayoría de los gobiernos africanos rompieron relaciones. Suráfrica parecía ser una alternativa muy atractiva por razones económicas, políticas y militares. Esas ideas sobre los bantustantes incluso podían resultar provechosas en relación al problema palestino. De hecho, Ariel Sharon se mostró años después en conversaciones con periodistas o políticos muy interesado en ponerla en práctica. Así se lo confió al exprimer ministro italiano Massimo D’Alema.
En un folleto publicado por el Ministerio israelí de Turismo, cuando estaba dirigido por un dirigente del partido ultra Moledet, que decía inspirarse en las ideas de Sharon, se plasmaron estas intenciones. “El mapa de Sharon es sorprendentemente similar al plan de los protectorados de Suráfrica en los años 60. Incluso el número de cantones es el mismo, 10 en Cisjordania (y uno más en Gaza)”, escribió Akiva Eldar en Haaretz hace diez años.
Empresarios de Israel y Taiwan fueron los únicos que entablaron relaciones comerciales con los bantustanes. El mayor de ellos, Bophutatswana, recibió permiso para abrir una oficina de representación en Tel Aviv.
En los años 70, fue Shimon Peres el artífice de los contactos con Suráfrica. Tratándose de Peres, el interés sólo podía ser militar. En noviembre de 1974, Peres viajó en secreto a Pretoria. En público, expresaba críticas al racismo institucionalizado de ese país. En privado, convirtió en estratégica la relación entre los ministerios de Defensa de ambos estados. A su regreso del viaje, escribió a las autoridades surafricanas: “Esta cooperación no se basa sólo en los intereses comunes o en la determinación de resistir ante nuestros enemigos, sino también en la base inmutable del odio que sentimos por la injusticia y nuestra negativa a aceptarla”, como aparece reflejado en el libro ‘The Unspoken Alliance: Israel’s Secret Relationship with Apartheid South Africa’, de Sasha Polakow-Suransky.
En qué estaría pensando Peres cuando citó “el odio” a la injusticia de un Gobierno que se basaba en la idea de que los negros eran seres inferiores.
No era sólo una relación forzada por las circunstancias o por factores coyunturales. Peres les decía a sus nuevos amigos que esperaba que ambos obtuvieran frutos a largo plazo, y eso fue lo que ocurrió.
Al año siguiente, el viaje secreto fue a Suiza, donde se reunió con el ministro de Defensa P.W. Botha (que luego sería primer ministro) para sentar las bases de la cooperación militar. A partir de entonces, los altos cargos de Defensa y de la industria militar de los dos países se reunirían dos veces al año, y los jefes de los servicios de inteligencia, una vez.
Suráfrica informaba en esos contactos a Israel sobre “organizaciones terroristas palestinas y su relación con organizaciones terroristas del sur de África”. Los gobiernos israelíes estaban sobre todo interesados en vender armas a Pretoria, relación que además siempre sería muy discreta.
En marzo de 1975, Israel ofreció a Suráfrica la venta de misiles Jericó, capaces de llevar cabezas nucleares. El jefe de la Fuerzas Armadas apoyó la compra de los misiles a pesar de su alto precio. Si al final pudieran llevar esas cabezas, supondrían un elemento clave de disuasión frente a rusos y chinos por si estos quisieran intervenir con más decisión en los asuntos africanos, según un informe del alto cargo militar.
Unos días después, Peres y Botha firmaron un acuerdo de defensa y seguridad que establecía que su existencia debería mantenerse en secreto. Era un pacto sin fecha de caducidad que impedía que alguno de sus firmantes pudiera renunciar a él de forma unilateral.
En junio, los mismos protagonistas volvieron a reunirse y el tema era la carga explosiva de los Jericó. Estaba claro que si los surafricanos estaban interesados en comprarlos era porque daban por hecho que estarían dotados con cabezas nucleares. Botha mostró su interés si llevaban “la carga adecuada”. En el acta de la reunión, Peres aparece diciendo que “la carga adecuada está disponible en tres tamaños diferentes”.
Finalmente, la venta no se produjo. El precio era demasiado elevado. Por otro lado, la planificación para el posible uso por Suráfrica de armas nucleares no estaba muy avanzada entonces. Pero eso no impidió otros acuerdos de cooperación en el tema nuclear. Diez años después, ambos países trabajaron en la puesta en práctica de una zona de pruebas nucleares en el Índico.
El regreso de los laboristas al poder en 1975 en Londres redujo el círculo de amistades para Pretoria, que dependía cada vez más de Israel en sus compras militares en el exterior.
Esa relación secreta se hizo más pública con la visita del primer ministro surafricano John Vorster a Israel en abril de 1976. Por rentables que fueran esos contactos, parecía difícil creer que alguien como Vorster fuera invitado a viajar a Israel. En 1939, este político, uno de los más importantes en la historia del régimen, se opuso públicamente a la participación en la guerra del lado de los aliados y formó parte de una organización pronazi y antibritánica de la que llegó a ser general de su brazo paramilitar. Por esa razón pasó dos años en prisión durante la guerra.
El recibimiento oficial fue caluroso, también en los medios de comunicación, y las protestas, escasas. “Las relaciones entre Israel y Suráfrica nunca han sido mejores”, dijo el antiguo nazi. En su país, la prensa definió el viaje como uno de los mayores éxitos diplomáticos de Vorster en sus diez años en el poder.
El primer ministro Rabin elogió en la visita los objetivos comunes de ambos gobiernos: “Justicia y coexistencia pacífica”. Se podría haber descrito de otra manera: Israel recibe cuantiosos fondos surafricanos y contratos para su industria militar. Suráfrica, material militar de primera calidad y asesoramiento. Y materia prima relevante para la propaganda del régimen: los herederos del pueblo perseguido por los nazis daban su aprobación moral a un régimen racista al que muchos comparaban con los nazis.
Adelantándose a la retórica que ya conocemos en esta última década, Vorster dijo que Israel y Suráfrica se enfrentaban a los enemigos de la civilización occidental. Claro que para Vorster civilización occidental significaba civilización blanca, y eso suponía en Suráfrica negar derechos políticos y sociales a la mayoría negra del país.
En público, los objetivos de la visita se centraron en aspectos comerciales, no militares. Sin embargo, ya el año anterior el acuerdo firmado incluía la compra de material por valor de 100 millones de dólares. Según el almirante Binyamin Telem, jefe de la Armada israelí durante la guerra del Yom Kippur, la visita de Vorster permitió ampliar esa cantidad hasta 700 millones.
“Nosotros creamos la industria de armamento surafricana”, dijo después el embajador israelí en Pretoria Alon Liel. “Nos ayudaron a desarrollar todo tipo de tecnología porque tenían mucho dinero. Cuando desarrollábamos proyectos conjuntos, nosotros aportábamos la tecnología y ellos, el dinero. Después de 1976, hubo una historia de amor entre los servicios de seguridad y ejércitos de ambos países”. 
Todos estos acuerdos militares debían mantenerse en secreto. Muchos miembros de la comunidad judía surafricana no sentían ninguna simpatía por el racismo institucionalizado. Ocurría algo parecido en EEUU. Por eso, era necesario disimular, y otros se ocuparon de la venta en los mercados más complicados. En un artículo en el NYT, Moshe Decter, de la organización American Jewish Congress, se apresuró a reaccionar: “la pequeña venta de armas” no era nada comparado con lo que Suráfrica compraba a Francia, Gran Bretaña y otros países. Negarlo era un ejemplo de “claro cinismo, evidente hipocresía y prejuicios antisemitas”.
El Ministerio israelí de Defensa no tenía tales prejuicios. Envió en 1976 al coronel Amos Baram a Pretoria para que asesorara directamente al alto mando militar surafricano. No sólo sobre amenazas exteriores. “Si sabes defenderte contra el enemigo fuera de tus fronteras, sabrás cómo ocuparte de él dentro de tus fronteras”, dijo después Baram. La amenaza que sufría el régimen del apartheid tenía un obvio componente interno (la mayoría negra), y el coronel israelí tenía ideas que compartir al respecto.
A diferencia de Telem, al que le indignó que los empleados negros de la embajada israelí cobraran diez veces que los locales que trabajaban para la legación alemana y que consiguió que el Ministerio acabara con esta discriminación, a Baram el apartheid no le causaba conflictos morales. Nunca hizo un comentario en público contra el sistema: “¿Por qué debería haberlo hecho? Yo les estaba aconsejando precisamente para que pudieran defenderlo”.
Los surafricanos también tenían la oportunidad de aprender de otras maneras. El jefe del Ejército, Constand Viljoen, visitó los territorios ocupados palestinos en 1977 y se quedó maravillado por los controles militares israelíes. Le dejó boquiabierto lo concienzudos que eran: “A los árabes les cuesta atravesarlos como poco hora y media. Cuando el tráfico es muy alto, necesitan entre cuatro y cinco horas”.
Observar cómo los israelíes controlaban a los palestinos resultaba muy instructivo para los surafricanos, que aplicaban estas enseñanzas en su propio país.
En noviembre de 1977, la ONU aprobó un embargo (de obligado cumplimiento a diferencia del embargo anterior de carácter voluntario) en la venta de armas al régimen racista. De más está decir que no afectó en absoluto a la exportación de armamento israelí. Ya con Begin al frente del Gobierno en Jerusalén, ese apoyo incluso se acentuó.
Sólo a mediados de los 80, cuando el aislamiento de Suráfrica era generalizado, los gobernantes israelíes aceptaron tener que abandonar su relación especial con el régimen de Pretoria. Los altos cargos militares y de inteligencia lo consideraron un gran error.
Ronnie Kasrils fue uno de los judíos surafricanos que se opuso con decisión al apartheid, cuando los miembros más destacados de su comunidad homenajeaban por ejemplo a otro judío, Percy Yutar, el fiscal del juicio que condenó a Mandela a cadena perpetua. Yutar terminó siendo presidente de la sinagoga ortodoxa de Johanesburgo.
Kasrils visitó los territorios palestinos en 2004. No se puede decir que lo que vio le recordara lo que había ocurrido en su país. Había importantes diferencias: “Esto es mucho peor que el apartheid. Las medidas israelíes, la brutalidad, hacían que el apartheid pareciera un picnic. Nunca atacamos con aviones de guerra las ciudades. Nunca tuvimos poblaciones sitiadas durante meses y meses. Nunca hicimos que los tanques destruyeran casas. Teníamos vehículos blindados y a la policía que usaba armas ligeras para disparar a la gente, pero no a esta escala”.

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