mércores, 25 de decembro de 2013

Los maestros de la luz piden la voz


Un gran archivo público y accesible en la Red traza una historia de la fotografía española narrada por Masats, Maspons, Vieitez, Schommer, Piedad Isla y otros de sus protagonistas

Autodidactas obstinados, corredores de fondo solitarios, incorregibles individualistas, cazadores de gestos anónimos, maestros de la luz, los fotógrafos españoles —forjados ya sea en la dura posguerra o en las postrimerías de la transición— tienen, además de un mapa de imágenes imperecederas, un gran relato. La voz de la imagen. Historia de los fotógrafos españoles es el proyecto oral y visual que pretende reunir en un gran archivo público y online la historia de la fotografía contada por sus protagonistas.
De la mano del historiador y académico Publio López Mondéjar y del cineasta José Luis López Linares, y con el apoyo del Ministerio de Cultura, el proyecto (impulsado por la dirección general de Bellas Artes hace tres años) nos permite conocer los detalles de cómo ha discurrido un oficio y un arte ninguneado hasta no hace tanto tiempo. Es la historia en primera persona de gente tan dispar como Virgilio Vieitez, Oriol Maspons, Ramón Masats, Eugeni Forcano, Piedad Isla, Alberto Schommer, Leopoldo Pomés, Ricard Terré, Rafael Sanz Lobato, Toni Catany, Gonzalo Juanes, Colita, Josep María Ribas Prous, Gabriel Carvajal, César Lucas, Ana Müller, Jordi Olivé, Manuel Outumuro, Pérez Barriopedro y Enrique Meneses, entre otros fotógrafos que se irán sumando a un archivo vivo que pretende crecer y sumar voces. “Queremos que sea un gran friso de una memoria que sigue abierta”, apunta López Mondéjar , que recuerda como el proyecto arrancó hace ahora ocho años, con un fin de semana junto al entonces anciano Virxilio Vieitez, quien sentado junto a una estufa les relató en la misma casa de Soutelo de Montes donde había nacido los derroteros de su ya larga vida. Criado entre mujeres, con su padre muerto, huyó con solo 16 años a la Costa Brava, donde descubrió “el rollo de la fotografía”. Volvió a Galicia con el oficio en la maleta y una forma de vida gracias a las fotos de carné, las bodas y los bautizos. “Yo era obrero y empresario, siempre trabajé con mis propias ideas”, relata a la cámara el viejo fotógrafo gallego, cuyo ingente archivo se considera hoy una joya de la fotografía documental española.
 “Vieitez nos dijo algo que se nos quedó grabado: ‘Yo nunca hice una foto por gusto’. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que se iban a morir todos, de que nos íbamos a perder sus historias, que las generaciones futuras se quedarían sin el relato de hombres excepcionales”, explica López Mondéjar. “Y además, nosotros nos quedaríamos con la curiosidad de saber cómo era estar en su piel, conocer cómo trabajaban, para quién, qué les movía, cómo resolvían sus problemas técnicos, en qué condiciones de libertad o de represión ejercían su oficio”, añade López Linares.
La voz de la imagen está concebida como un portal de libre acceso en el que se irá colgando el material rodado y editado. De momento están disponibles seis entrevistas y otras cuatro más que se subirán en las próximas semanas. “En total llevamos unas 15”, puntualiza López Mondéjar. Cada entrevista-documento dura 15 minutos y en ellas el fotógrafo de turno, único protagonista, se explica a su manera. Como la excepcional serie Contactos, que ideó William Klein para en Canal Arte y el Centro Nacional de la Fotografía francesa, La voz de la imagen funciona en su totalidad pero también como pequeñas piezas aisladas. “Creemos que estos documentales constituyen una herramienta valiosísima para la enseñanza y la divulgación de nuestra cultura contemporánea”, apuntan los autores en la introducción a la web. “No solo estaríamos mostrando la historia de la fotografía española al público general, sino que, a partir del testimonio inestimable de los fotógrafos, les acercaríamos eficazmente a la realidad social, laboral, política y económica española”.
Recuerdos, anécdotas, leyes no escritas de una profesión imberbe, historias de pueblos y de capitales de provincia, de Madrid, Barcelona y París. En la historia de la fotografía española se cruza de forma sorprendente la atracción por las costumbres más enraizadas y las tradiciones populares con los destellos de un nuevo mundo. A velocidad de vértigo se cruzan por el mismo camino procesiones y seiscientos.
Revistas, periódicos, agrupaciones fotográficas provinciales, agencias de noticias, asociaciones fotográficas que impulsaron las primeras revistas especializadas. “Nosotros no éramos conscientes de que retratábamos una época, nosotros solo queríamos hacer fotografías”, dice Ramón Masats (Caldes de Montui, 1931), que en su vibrante encuentro confiesa no solo que odia su famosa foto del cura (“Es como si solo hubiese hecho una, algo que a lo mejor es verdad”) sino que llegó un día en que se cansó: “Yo he sido muy feliz haciendo fotos, hasta que se acabó, me volví un gandul y me dejó de motivar”.
Sobre el instinto callejero de Eugeni Forcano (Barcelona en 1926), su enorme expresividad, bastaría su siempre estremecedora La mirada insondable o ese niño inconsolable que llora en La Monumental de Barcelona, pero escucharlo nos acerca a una extraña inocencia que contrasta con su bigote puntiagudo. “Hice mi primera foto con una cámara de madera de mi madre, nadie me enseñó nada”, afirma Forcano en su barroca casa, rodeado de muñecos, maderas y decenas de antiguedades.
En un entorno más aséptico, otro gran documentalista, Ricard Terré, nacido en Barcelona en 1928 y fallecido en Vigo en 2009, compara su gesto con el de un matador: “Es como el torero, que no recrea el movimiento del toro sino que se aprovecha del movimiento del toro”. Terré no huye de su foto icónica, se detiene en ella. Es la imagen de esa niña bizca vestida de primera comunión provoca: “Me desanconsejaron exponerla pero yo nunca, ni con las fotos más duras, tuve la intención de provocar o escandalizar. Para mí era una imagen llena de ternura”.
Alberto Schommer (Vitoria, 1928), en su estudio lleno de libros, evoca la figura de su padre fotógrafo, el deseo de Balenciaga de captarle como cámara para sus modelos cuando era joven, la negativa de su progenitor y la irrupción, finalmente, de la política en su mundo de grandes retratos y brutales máscaras. “¿Para qué hacemos fotos?”, se pregunta Leopoldo Pomés, pionero de una mirada cargada de belleza y sofistificación, “como dice García Márquez, para que nos quieran, para que nos noten”.
Y lejos de los grandes nombres, en un entorno mucho más humilde, Piedad Isla (como Vieitez fallecida y como él obrera de las fotos de carné, las bodas y bautizos) resucita con su mirada un mundo rural perdido. “Había leyes que prohibían a las mujeres hacer muchas cosas, pero ninguna decía que una mujer no pudiese ser fotógrafa. Así que yo decidí serlo”, dice esta mujer nacida en Cervera de Pisuerga en 1926, que alternó la fotografía con la investigación etnográfica y cuya imagen en Vespa y "siempre" con casco acabó siendo mítica en las montañas palentinas. “Cuando yo iba a los pueblos era casi una fiesta, había tan pocas cosas que celebrar, que efectivamente aquello era una fiesta”.

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