Por: EL PAÍS | 04 de noviembre de
2013 por Ángeles García
Siempre se ha sabido que no hay nada peor que un artista frustrado para
juzgar las obras ajenas. Si además ese supuesto artista es un mediocre obsesivo
con poder, el resultado es terrorífico. La historia se ha ocupado de Adolf
Hitler por el genocidio de seis millones de judíos. Su historial criminal ha
dejado poco espacio en las enciclopedias como para saber que en su adolescencia
y juventud lo que quería era ser pintor. Pero la Academia de Bellas Artes de
Viena le rechazó en dos ocasiones, en 1907 y 1908. Sus bucólicos paisajes campestres
o sus insípidos retratos no despertaron ningún interés.
La figuración trasnochada que a él le emocionaba, no suscitaba más que
indiferencia en un comienzo de siglo en el que las vanguardias artísticas iban
por otros derroteros. El episodio no es banal para entender el profundo odio
que Hitler sentía por el arte. El Nacionalsocialismo optó por un arte lleno de
escenas campesinas y de guerra con personajes cuyo canon de belleza se acerca
al de los héroes clásicos. Todo lo demás fue calificado de arte Degenerado, un
término utilizado por En 1892, el crítico de arte alemán Max Nordau en un
ensayo titulado Entartung (Degeneración), en el que entonces
descalificaba a los prerrafaelitas y a los simbolistas, calificándoles de
perturbados mentales. Con el pretexto de que el Estado tenía que impedir que se
expandiera la locura espiritual entre la población alemana, el gobierno nazi
ordenó clausurar museos de arte moderno por toda Alemania y confiscar todas
aquellas obras (se estima que más de 16.000) que no podían ser más que abortos
de “cerebros enfermos de judíos o agitadores bolcheviques”, argumentaron.
El Cubismo, el Surrealismo el Dadaísmo y todo aquello que no fuera realismo
alemán, pasó a ser arte degenerado. Entre los autores condenados estaban los
nombres de casi todos los grandes artistas de finales del XIX y comienzos del
XX. Y para que todo el mundo tuviera claro lo que era Arte y lo que no lo era,
Hitler mandó organizar una exposición itinerante que arrancó en Múnich en el
verano de 1937, el 18 de julio y que después seguiría por otras ciudades
germánicas. Se tituló “Entartete Kunst” y se mostraron 650 obras de los
artistas proscritos: Monet, Manet, Renoir, Pissarro, Gauguin, Van Gogh,
Cézanne, Picasso, Mondigliani, De Chirico, Chagall, Braque, Grosz, los
componentes del grupo “Die Brücke”, Matisse, Klee, Kandinsky.... Las pinturas
(y alguna escultura) procedían de 32 museos públicos y de particulares a los
que se les habían arrebatado sus colecciones. Del resto, hasta completar las
16.000 confiscadas, nunca más se supo. Algunas fueron quemadas en plazas
públicas, pero otras fueron rescatadas por especuladores sin escrúpulos para
enriquecer sus arcas.
Las 1.500 obras maestras encontradas esta semana en
el apartamento de Cornelius Gurtlitt, en Múnich hacen sospechar que los
depredadores las escondieron sin ninguna intención de devolvérselas a sus
legítimos propietarios y que durante todos estos años, algunos pueden haber
conseguido enormes ganancias negociando con el horror del nazismo.
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