Diego Quemada-Díez debuta con 'La jaula de oro', historia sobre el viaje en
tren de miles de inmigrantes centroamericanos hacia EEUU. La película nace del
testimonio de cientos de personas que han vivido esta trágica aventura en
primera persona
BEGOÑA PIÑA Madrid 05/12/2013 publico.es
Unos chicos
de Centroamérica se juegan la vida en un viaje en La bestia, el tren en
el que cada año suben miles de inmigrantes para llegar a EEUU. Presas fáciles
de las crueles mafias fronterizas, esta vez los jóvenes son de los barrios
bajos de Guatemala. Antes han sido mexicanos, hondureños, de El Salvador... La
penosa aventura de estos chavales, que ahora muestra Diego Quemada-Díez
en La jaula de oro, se ha contado ya varias veces, aunque
seguramente nunca había alcanzado la profundidad poética que consigue ahora.
Belleza para la denuncia.
Premio al
Mejor Reparto en Cannes (sección Una Cierta Mirada) y Mejor Película en Zurich,
Numbai y Morelia, entre otros festivales, La jaula de oro es la ópera
prima de Diego Quemada-Díez, un burgalés que un día se quedó a vivir en México.
Después de años de trabajos como asistente y ayudante en películas de Ken
Loach, Spike Lee, Oliver Stone, Iñárritu, Coixet, Fernando Meirelles... y de
absorber algunas enseñanzas de ellos ("Ken Loach me enseñó que el arte
debe tener una función"), rodó este largometraje, obra de denuncia que
nació de su propia indignación y del testimonio de cientos de personas que han
vivido en primera persona esta aventura.
Su
película tiene un alto contenido poético, pero está al servicio de la realidad.
Es como si tuviera un enorme respeto por ésta...
Sí, respeto
la realidad. El cine es el arte más manipulativo que existe. Y, claro, el cine
es una ventana de la realidad, pero solo es justificable si existe un gran
motivo poético. La intención es unir ambas, más que separar. Me encanta esa
idea.
La
historia de La jaula de oro la han contado otros antes, ¿por qué ha
querido contarla usted también?
Seguramente
tiene que ver con la indignación que siento al ver cómo los gobiernos enfocan
la represión y cómo avanzan en la militarización de las fronteras. Hay que
cuestionar ese modelo. Hay que poner fin a la militarización de las fronteras.
EEUU encarcela gente por cruzar una frontera que se creó de forma arbitraria.
También hay, supongo, un motivo poético y un motivo político, además de una
esperanza, la del impacto positivo a través del cine.
Político,
como dice Costa Gavras, es todo el cine, ¿no?
Exacto. Y el
de EEUU glorifica la violencia, la militarización... es una dinámica de
manipulación brutal. En ese cine el acto de matar a alguien es trivial.
En su
película ocurre exactamente lo contrario.
Quería
dramatizar ese momento para crear empatía, para que el espectador sienta el
verdadero drama de la muerte de un ser humano. Creo más en eso desde el cine
que en la justificación del miedo. No quisiera contribuir a crear más
paranoias, miedos, desconfianzas.
Para
rodar esta película ha viajado con el equipo por donde viajan los personajes,
¿han corrido mucho peligro en el rodaje?
Un poco.
Hace solo un mes descarriló uno de estos trenes, murió mucha gente. Eso nos
podía haber pasado a nosotros. También nos podían haber pegado un tiro los de
las bandas que se dedican a practicar con los inmigrantes. Negociamos siempre
que pudimos con los líderes de la zona y conseguimos también cierto apoyo de
las autoridades. El cine social implica a veces ciertos riesgos. Es más cómodo
rodar desde una silla en Hollywood.
¿Es la
emigración el gran tema del siglo XXI?
Sí. Hace
años yo también me fui de la Península Ibérica y aunque mi proceso fue
diferente, me identifico con otros emigrantes. Ante los que hacen el viaje que
hacen mis personajes siento una enorme admiración, se juegan la vida por
alcanzar un sueño. En este caso, fueron los propios emigrantes que yo veía en
el tren desde México los que me decían que por favor contara su historia. Traté
de honrar ese compromiso, que su voz fuera escuchada, que otros conozcan la
historia y que la suya sirva para algo.
El tren, La
bestia, es un personaje más de su historia.
Es la
metáfora de que EEUU les dice que les lleva la civilización. La lucha por el
territorio está detrás del fenómeno migratorio. Detrás de mi historia hay una
de vaqueros e indios... Además, uno de los graves problemas de la humanidad es
que ponemos más enfoque en el progreso material que en el humano. Hay más
metáforas en la película, el viaje es una metáfora de la vida, y hay cosas en
el viaje que nos quedamos porque son maravillosas y hay muerte y pérdida, que
vienen sin aviso y no hay vuelta atrás, pero la vida sigue.
Aunque
hay cosas terribles, La jaula de oro no se regodea en ellas, ¿ha evitado
las peores situaciones?
Sí, me
pregunté si quería hacer una película de terror o una que se pudiera ver. Podía
haber hecho la primera con los testimonios reales que recogí, pero preferí
hacer ésta y buscar la conexión emocional con los personajes.
De todos
los directores con los que ha trabajado, ¿qué es lo más importante que ha
aprendido?
Seguramente
de Ken Loach. Él me ha enseñado que hay que tratar de hacer algo con el arte
para que tenga una función, no se trata solo de arte para decorar apartamentos,
sino de crear un espejo de la realidad donde nos podamos mirar y que nos haga
reflexionar. Apliqué parte del método de Loach en la película, por ejemplo,
rodar en continuidad. Los chicos no conocían la historia y yo cada día les daba
un poquito de lo que iba a pasar. Generas el contexto que provoca un comportamiento.
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