Editan el libro "La madre oculta", una
recopilación de más de mil retratos infantiles realizados en los albores de la
fotografía.
Las madres de los niños se ocultaban con telas oscuras
para que pudieran sentar al bebé en el regazo durante las largas
exposiciones necesarias para hacer una foto.
El resultado, a la vez cómico, grotesco y terrorífico,
permite deducir que las mujeres eran "invisibles" socialmente durante
finales del siglo XIX y principios del XX.
ÁNXEL GROVE. 08.12.2013 - 09:07h
Hacer un retrato fotográfico de estudio a un bebé se
resuelve ahora encontrando a un buen profesional y pagando la tarifa convenida.
El carácter cambiante de los críos, su variable humor, los ataques de llanto
o movimientos imprevistos pueden ser un problema para el fotógrafo, pero la
rapidez con que disparan las cámaras modernas, capaces de congelar milésimas de
segundo, reduce bastante el riesgo.
En los primeros tiempos de la fotografía,
entre mediados del siglo XIX y la década de los años veinte del siguiente, la
situación era muy diferente. Las cámaras eran gigantescos mecanismos que sólo
se podían mover con dificultad y, a veces, con la fuerza de varias personas; la
iluminación añadida no provenía de un flash electrónico o de focos, sino
de explosiones de pólvora destellante basada en el magnesio, y el
tiempo de exposición para obtener una copia en una placa era, como poco, de
30 segundos, aunque podía llegar hasta un minuto según el método que eligiera
el fotógrafo.
¿Mantener a un bebe quieto durante 30 segundos?
¿Es posible mantener a un bebé en completa o casi
completa pasividad y, a ser posible, mirando al objetivo durante medio
minuto? La respuesta indudablemente negativa es la razón de ser de la llamada hidden mother
(madre oculta), una estrategia utilizada por casi todos los primeros estudios
dedicados al retrato: la mamá se sentaba en una silla, era cubierta por una
tela oscura que la tapaba de pies a cabeza y sujetaba al niño en el regazo.
La cercanía materna —y la recomendación de que
intentara inmovilizar al crío todo lo posible— hacía posible el retrato que
se podía enviar a los familiares lejanos, enmarcar o guardar en el álbum
familiar. No importaba demasiado que tras el bebé apareciese un bulto negro de
apariencia fantasmal que da a la foto una apariencia entre cómica, grotesca y
terrorífica.
La recopilación más amplia
El libroThe Hidden
Mother [432 páginas, 45 euros], que acaba de publicar la
editorial inglesa especializada en fotografía MACK
Books, es la recopilación más amplia de los resultados de este
curioso artificio fotográfico. La documentalista Linda Fregni Nagler ha
coleccionado, a lo largo de una década, un millar de ejemplos de retratos
de niños con sus madres invisibles.
Todos los daguerrotipos
y ferrotipos
de la colección, que incluye tarjetas postales y de visita, son ejemplos de la
"práctica superflua" de "encubrir u ocultar" a la madre
—hay algunos ejemplos escasos del padre como soporte para sostener al crío— y "mantener
al niño quieto". Todas se pueden discernir, envueltas en piezas de
tela, mantas, alfombras o brocados, sujetando al motivo central de la fotografía,
el bebé. Era un modo, dicen desde la editorial, de "garantizar que la
identidad del niño" fuese primaria.
Demostrar que el niño estaba vivo
Las imágenes "tienen un cierto grado de
comedia, aunque no intencional, porque el espectador se le pide suspender su
incredulidad y no ver la figura oculta", pero también hay otras lecturas añadidas.
La primera era demostrar que el niño estaba vivo, dado que la mortalidad
infantil era muy alta y en los casos de bebés fallecidos era costumbre que
la familia se retratara con el cadáver.
La segunda, más interpretativa,
permite comprobar hasta qué punto llegaba el grado de invisibilidad social de
las mujeres a finales del siglo XIX. Se trata de un "borramiento" que
"habla de la naturaleza de la paternidad y del lugar de la mujer, sin
identidad propia en una sociedad patriarcal", añaden los editores.
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