Una amplia retrospectiva en el Museo Judío de Nueva York
celebra al creador de 'Maus'
ANDREA
AGUILAR Nueva York 8 NOV 2013 - 20:35
CET
“Spiegel” significa espejo en alemán
y “man” hombre en inglés así que al genial dibujante que revolucionó el mundo
de la ilustración y es el padre de la novela gráfica con su monumental Maus
ganadora de un Pulitzer, le gusta decir que su apellido es un co-mix de dos
idiomas que forman una frase: El arte refleja al hombre. Sin lugar a dudas éste
ha sido su caso, y la confirmación, si es que fuera necesaria se encuentra en
el Museo Judío de Nueva York desde el ocho de noviembre hasta el 24 de marzo
del año próximo. Art Spiegelman’s co-mix: a retrospective (El comix de
Art Spiegleman) es una amplia muestra que abarca desde los dibujos que realizó
en su fanzine Blasé a los 15 años, hasta su trabajo más reciente con el
compositor Philip Glass, pasando por
sus encargos comerciales con una marca de chicles o sus icónicas portadas de The
New Yorker.
A sus 65 años vestido con impecable traje azul con chaleco, camisa de
rayas, y una camiseta –que asomaba allí donde normalmente está el nudo de la
corbata–, Art Spiegelman
compareció el lunes por la mañana en un escenario del museo. Con un cigarrillo
electrónico en la mano, fue desgranando su historia con atención al detalle y
buen sentido del humor. A los nueve años vio por primera vez MAD, una reedición
en bolsillo del cómic satírico y quedó fascinado por un dibujo “grotesco”:
“Tenía que tenerlo y cuando mi madre lo compró lo estudié como otros estudian
los libros”. Y empezó a copiar dibujos de forma compulsiva, hasta que apenas
cinco años después de la epifanía fundó su primera publicación ilustrada
“Blasé”.
Su interés por la historia del género nunca ha decaído y sus conocimientos
son enciclopédicos, pero lo cierto es que Spiegelman, –influido por cosas que
le gustaban y otra que no, “como Superman”– reventó las barreras expresivas de
las viñetas y decidió tratar la narrativa del cómic como un espacio tan libre y
personal como el de unas memorias o un libro de historia. Ha usado el cómic
para narrar una entrevista o hacer una crítica de una exposición, pero antes,
allá por los 60 y 70 se volcó en la escena underground, en el “comix”, violento
y provocador, sobre sexo y drogas y política. “Me centraba en los muy violento
y desagradable”, comentó. “Dibujaba lo más horrible que se me podía ocurrir”. Y
tras lograr que incluso la mujer de su colega Robert Crumb le amonestara por
ello, volcó su rotulador hacia su propia historia familiar: en 1972 hizo una
tira protagonizada por ratones para contar la historia de sus padres,
supervivientes de Auschwitz. Aquello quedó recogido en Breakdowns, una primera
antología de aquellos años, cuyo título hacía referencia tanto al proceso de
los storyborads, como a la crisis nerviosa que había sufrido. Siguió trabajando
en Maus, usando las entrevistas que hizo a su padre, a lo largo de dos décadas
hasta la consecución del segundo tomo en 1991, cuyo manuscrito original se
muestra por primera vez al público. Su objetivo desde el principio era hacer un
cómic en el fuera necesario usar un marca páginas y al que el lector pudiera
volver una y otra vez. “Tengo ciertas reservas ante el término novela gráfica
del Holocausto, como estrategia de marketing funciona pero no es una
descripción acertada”, reconoció. En su obra Metamaus describe el extenuante
proceso de la creación de su libro, y aborda esta cuestión.
Casado con la francesa Françoise Mouly, en los setenta decidieron instalar
una imprenta en su loft del Soho, y ahí arrancaron con un nuevo y rompedor proyecto,
la revista RAW en la que debutó, entre muchos otros, Chris Ware, y guías
ilustradas del barrio. Ella es la editora de viñetas de The New Yorker, y en
esa revista volcó su trabajo Spiegelman en los noventa, con icónicas portadas
como la que mostraba a un ortodoxo judía besando a una muchacha negra, antes de
regresar a los libros con una novela tras el 11 de septiembre, “Sin la sombra
de las Torres”. Sobre el despegue de las novelas gráficas y la inclusión del
comic en el mundo del arte, Spiegelman se mostró caústico: “Hay que tener
cuidado con lo que deseas y cuando deja de apelar a las masas o desaparece o se
vuelve arte”.
Su retrospectiva, cuya sola idea le atemorizaba y que inicialmente fue
montada en Francia –“soy tan snob que quería que viajara”, bromeó– aborda
también sus últimos trabajos, la cristalera que ha diseñado para el Instituto
de Enseñanza Secundaria de Bellas Artes en el que se formó, los comics en
movimiento que realizó con la compañía de danza Pilobolus, y las escenografías
que ha realizado para Wordless!, pieza en colaboración con Philip Johnston que
funde, palabra, imagen y música y que estrenará en el Brooklyn Academy of Music
en enero.
Entre los cientos de dibujos que recoge esta exposición
se esconden apenas media docena de polaroids que Spiegelman ha usado en
distintos momentos como base para sus viñetas. En una de ellas de los setenta
el dibujante posa como si estuviera bebiendo a morro de un tintero, una
borrachera gráfica la de Spiegelman, que está lejos de secarse.
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