El Gobierno había proclamado su victoria militar poco
antes del comunicado de la guerrilla
El M23 era uno de los mayores protagonistas de la
violencia que azota la región
MARTA
RODRÍGUEZ Johanesburgo 5 NOV 2013 - 19:57 CET
El anuncio del abandono de la lucha armada por la guerrilla congoleña
Movimiento 23 de Marzo (M23) causó una satisfacción contenida y no exenta de
prudencia en la República
Democrática de Congo (RDC), desangrada por más de 15 años de guerra.
El líder del M23, Bertrand Bisimwa, dio por concluida "la rebelión" y
anunció su voluntad de volver a la mesa de negociaciones con el Gobierno de
Kinshasa, rotas hace dos semanas y seguidas por la
victoria del Ejército regular en Kivu del Norte, la conflictiva
región en que se había hecho fuerte la guerrilla. En un comunicado, Bisimwa
aseguró que a partir de ahora se compromete a "perseguir por medios
puramente políticos la búsqueda de soluciones a las profundas causas que
provocaron su creación", en abril del año pasado.
Sin embargo, el Gobierno congoleño se ha mostrado prudente hasta que pueda
certificarse el desarme del M23. Además, en el país hay una veintena de grupúsculos
rebeldes en activo, si bien el liderado por Bisimwa es el más importante, como
demostró en noviembre de 2012 con la toma de la ciudad de Goma, en Kivu Norte.
Más optimista se mostró el enviado especial de Estados Unidos para la RCD y
la región de los Grandes Lagos, Russ Feingold. Desde Pretoria, donde el lunes
asistió a la cumbre regional sobre este conflicto, reconoció que se trata de un
"anuncio crucial e interesante que va en la dirección correcta" para
terminar con uno de los conflictos "más complejos del mundo". Un
conflicto casi ininterrumpido desde 1996, con consecuencias dramáticas: más de
cuatro millones de víctimas mortales y centenares de miles de desplazados, la
mayoría a Uganda.
Hasta llegar al alto el fuego unilateral del M23 ha sido preciso recorrer
un largo y tortuoso camino. En las últimas semanas, los milicianos, presionados
por el Ejército congoleño y la misión de la ONU —cuyo apoyo ha sido clave—, se
vieron acorralados en la región de Kivu Norte, zona montañosa junto a las
fronteras de Uganda y Ruanda. Feingold señaló también como factor en el
debilitamiento del M23 la política de amnistía hacia los guerrilleros y su
reinserción como soldados en el Ejército regular.
En la cumbre celebrada el lunes en Pretoria participaron la mayoría de
jefes de Estado de la región, pero destacó la ausencia del ruandés Paul Kagame,
actor clave en el conflicto. La delegación de ese país estuvo presidida por el
ministro de Exteriores, que firmó con el resto de líderes una resolución para
hallar un "marco para la paz y la seguridad en la RDC".
La mirada de la comunidad internacional se centra pues en conocer qué hará
la vecina Ruanda, que aún no se ha pronunciado sobre el comunicado del M23. El
origen de la guerra congoleña se remonta a 1996, dos años después del fin del
genocidio ruandés, en el que los hutus asesinaron a 800.000 tutsis. Entonces,
la RDC era aún Zaire, dirigido con mano de hierro por Mobutu Sese Seko y que
acogía en su territorio a los genocidas y desplazados hutus que temían
represalias de los nuevos administradores tutsis.
En 1996 Ruanda ataca Zaire y ayuda a los rebeldes a deponer a Mobutu y
encumbrar a su líder, Laurent Kabila, a la presidencia. Así, el presidente
Kagame tuvo el pretexto perfecto para ocupar por la fuerza las áreas donde se
asentaron los hutus y controlar de esta manera los recursos naturales.
Es la historia del continente. En la guerra del Congo,
que entre 1998 y 2003 vivió una segunda parte mucho más cruenta y a escala
regional, está en juego el control de las minas de cobre, oro, coltán y
diamantes e incluso el petróleo que se esconde en el subsuelo de la región de
los Grandes Lagos. La inestabilidad política en el país ha permitido a sus
vecinos apoderarse de los minerales a precios mucho más baratos y sin controles
estrictos a la hora de extraerlos y exportarlos.
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