Nir Baram se enfrenta a los clichés judíos con la primera
novela de un hebreo que trata la Segunda Guerra Mundial sin centrarse en el
Holocausto
El país es el invitado en la Feria Internacional de
Guadalajara
DAVID
ALANDETE Tel Aviv 4 DIC 2013 - 00:12
CET
Hay algo intensamente desafiante en Nir Baram. En su obra y también en su
persona. En rebeldía, ha hecho algo que solo un israelí sin miedos puede hacer.
Le ha ofrecido a su país una novela en la que retrata los horrores previos a la
II Guerra Mundial de forma perturbadora: sin retratar a monstruos ni narrar sus
sangrientos crímenes, dejando apenas entrevista la muerte de millones. En Las buenas
personas Baram somete al devenir de la historia a dos seres humanos especiales,
rebosantes de talento y sensibilidad. Ambos tientan al lector desde sus
fascinantes personalidades, y trágicamente acaban eligiendo ser colaboradores
de los grandes males del siglo XX por un cruel y desangelado oportunismo. Sus
decisiones tienen unos devastadores efectos y los engullen a ellos mismos y a
la dignidad de toda una generación.
“Es el primer libro en Israel que trata de la Segunda Guerra Mundial sin
centrarse en el Holocausto”, explica Baram en su apartamento en Tel Aviv, desde
el que trabaja. Sus protagonistas, Thomas y Sacha, son resortes imprescindibles
del mal, pero no lo ejecutan directamente. Por ellos mueren miles de personas,
pero no ven directamente la sangre que emana de sus acciones. “Me centré en
colaboradores, y cuando escribí el libro pensé en las implicaciones morales de
hacerlo. Pero al fin y al cabo creo en que la literatura no debe educar al
lector sino hacerle reflexionar”.
La provocación de Las buenas personas fue mayúscula en un país donde
el Holocausto no es solo un doloroso recuerdo sino también una posibilidad de
futuro de la que advierten frecuentemente los políticos. David Ben Gurion,
padre fundador de la patria, escribió en 1960 que “en Oriente Próximo, en
Egipto y Siria, los aprendices de nazis quieren destruir Israel”. El mes
pasado, durante una visita
oficial del presidente francés, François Hollande, el primer ministro
israelí, Benjamín Netanyahu, dijo, en referencia a Irán, que su deber es
“evitar que nadie ejecute un nuevo holocausto”.
Carente de lecciones morales, el libro se presta a interpretaciones muy
diversas. Parte de la crítica hizo trizas sus premisas, no su estilo. Hubo
quienes acusaron a Baram de relativizar el mal. “Cuenta, por milésima vez, lo
que ya se ha contado en un sinfín de ocasiones”, escribió tras su publicación
Nissim Calderon en el diario Yedioth Aharonot. “Y dice cosas por
milésima vez que ni siquiera son inteligentes cuando se cuentan bien. El mal
nazi y el mal soviético fueron pérfidos. El mal israelí es diferente. Sugerir
que debemos entender los tres usando los mismos parámetros es como sugerir que
un médico trate el sida con los medios con que se trata un ataque al corazón”.
La novela fue publicada en 2010 en Israel, donde ha vendido 40.000
ejemplares, un fenómeno en un mercado pequeño como el del hebreo. Ha sido
traducida a 14 idiomas, entre ellos español, en una reciente edición de
Alfaguara. En septiembre Baram publicó su última novela en hebreo, El mundo
es un rumor, otro éxito de ventas que ha generado un intenso debate en
Israel sobre el agotamiento del capitalismo. La líder del Partido Laborista,
Shelly Yacimovich, ha definido esa obra como la “más inteligente, penetrante y
provocadora documentación hasta la fecha sobre los procesos económicos,
sociales, y morales” que recientemente han generado protestas en todo el mundo,
incluido Israel.
Baram, nacido en Jerusalén en 1976, es hijo de su tiempo. Su padre, Uzi
Baram, fue ministro de Isaac Rabin en aquellos días convulsos posteriores a la
firma del acuerdo de paz de Oslo con los palestinos. “Había una atmósfera muy
violenta en Israel, no creo que hoy nadie pueda entenderlo. El odio al gobierno
de Rabin era máximo”, recuerda. A diario temía por la seguridad de su padre y
su familia. Eran los días de las manifestaciones con los ataúdes de cartón y de
las fotos trucadas de Rabin vestido de nazi, antes de su asesinato en 1995, a
pocos metros de donde vive hoy Baram.
Hoy, Israel, dice Baram, recoge las tempestades de la siembra de aquellos
vientos. “Vivimos en un estado constante de paranoia que no es solo por
Netanyahu, sino porque se ha creado una sociedad consumida por el racismo y el
miedo”, opina. “Culpar a Netanyahu no sirve de nada. Es solo un payaso. Es solo
un representante del estado mental israelí”. Como en todo, Baram va un paso más
allá. A diferencia de la gran mayoría de escritores de su generación, da por
cumplidos los objetivos del sionismo. “No creo en un estado judío, sino en un
estado israelí”, dice. Su ideal: que la izquierda israelí y palestina se unan
en crear una “sociedad multiétnica”.
“Me lavo las manos por lo que os ha pasado: estoy limpia
de la sangre de estos justos”, llega a exclamar Sacha, protagonista de Las
buenas personas, al enfrentarse a su culpa. No la juzga Baram. Tampoco la
historia. No es nadie para la posteridad. La fría distancia del autor es todo
un riesgo narrativo cuando viene de Israel y pertenece a un pueblo, como el
judío, marcado por persecuciones y exterminios. Pero Baram renuncia
voluntariamente a las pasiones y a los clichés que Israel proyecta en el
extranjero. Así es su obra, y él mismo resume sus convicciones en una frase:
“Nunca aceptaré escribir en clichés para tener éxito en los círculos literarios
de Nueva York”.
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