Insumisos, antimilitaristas, un abogado y un catedrático de la UPV
recuerdan la campaña que adelantó el final de la mili en España y puso contra
las cuerdas al estamento militar.
El próximo 20 de febrero se cumplen 25 años de las primeras presentaciones
públicas de los insumisos al servicio militar.
Aitor Guenaga 08/12/2013 – eldiario.es
Alguna fuerza tuvo que tener la insumisión, la campaña de desobediencia
civil noviolenta con más éxito que se ha vivido Europa en las últimas décadas,
para que todo un biministro de Interior y Justicia como Juan Alberto Belloch
reconociera a mediados de los 90 que era una “estrategia ganadora”. Pero en
aquella época, mientras tanto, mandaba a los insumisos a prisión. Los
desobedientes llenaban las cárceles, primero las militares, tras ser encausados
en consejos de guerra, y luego las civiles, cuando eran condenados a 2 años,
cuatro meses y un día de prisión por no hacer la Prestación Social
Sustitutoria.
Juan Carlos Alonso tiene ahora 48 años y es profesor de FP en Santurtzi.
Fue uno de los primeros insumisos encarcelados en 1989. Pasó 11 días en El
Ferrol, donde fueron a parar casi todos los primeros desobedientes que aquel 20
de febrero de 1989 dieron el banderazo de salida a una campaña para
desmilitarizar las conciencias. Alonso recuerda con nitidez su primer contacto
con el estamento militar. “Me negué a ponerme el uniforme, aduciendo que era un
civil. Enfrente tenía un juez militar que no daba crédito. Me obligó a ponerme
el uniforme y me volví a negar. Me metió tres meses de prisión por desacato. Así
una y otra vez. En 15 minutos tenía una condena de año y medio de cárcel y
todavía no había empezado el juicio. Ahí me di cuenta del riesgo que corríamos”.
Desde que un puñado de antimilitaristas, aglutinados en torno al Movimiento
de Objeción de Conciencia, ratificara en agosto de 1988 en Orio la nueva
estrategia, la desobediencia comenzó a calar en la sociedad como una gota
malaya. Solo eso, y el descrédito de la mili entre la juventud -cada dos días
moría un joven en la mili, estadística nunca reconocida oficialmente-, explica
el crecimiento exponencial de la objeción en España. En 1992 se presentaron
42.454 solicitudes, un 51% de incremento respecto al año anterior. La objeción
sobre el contingente militar había pasado del 1,5% (1985), al 5,49% el primer año
de la insumisión (1989) y al 19,87%, en 1992. Una progresión inasumible para el
Gobierno del PSOE. “Ya no era el objetor raro, iluminado; los militares tenían
enfrente una marea de desobediencia que supo interpelar a la sociedad a partir
de sus propios valores de cultura de la paz. Supimos utilizar la represión para
ganarnos a amplias capas de la sociedad desde una lucha colectiva”. Rafa Sainz
de Rozas, con sus 52 años, es un viejo del lugar. Primero fue un activista; más
tarde, la cara pública de los abogados y del movimiento, aunque su vinculación
con la desobediencia databa de 1981. Ahora trabaja en el equipo del Ararteko.
“No inventamos nada nuevo, la desobediencia civil noviolenta hunde sus raíces
en Espartaco si me apuras, pero la pusimos en marcha, asumiendo un compromiso
que implicaba unos riesgos”. Ander Eiguren, con 47 años, lo sabe bien: fue el último
insumiso que abandonó la prisión en junio de 2002, tras dos consejos de guerra
por allanamiento de instalaciones militares. De su paso por la cárcel militar
de Alcalá –en la que estaba preso Enrique Rodríguez Galindo, condenado por el
secuestro y asesinato de los miembros de ETA Lasa y Zabala- guarda anécdotas
como la de los domingos cuando el cura, un coronel, pedía permiso al general
Galindo para empezar a celebrar la eucaristía.
Otro de los elementos novedosos de esta campaña de desobediencia que
adelantó el final de la mili en España fue su cara festiva. ¿Cómo se enfrenta
un mando militar a unos antimilitaristas disfrazados de Gandhi que se han
colado en la garita del gobierno militar? ¿O a unos ‘insubitxos’ cantando la
canción de la abeja maya mientras toman de manera festiva una instalación
militar? “Creo que pensamos a lo grande, hicimos lo que pudimos, aglutinamos a
un montón de gente y siempre en tono festivo. Estoy orgulloso de haber estado
ahí y ¡claro que hay que celebrarlo!”, señala Edu Cordero, ahora arquitecto de
50 años, uno de los antimilitaristas que, con su extrema delgadez, se encaramó
a la garita del gobierno militar con la cabeza rapada y las gafas redondas
emulando a Gandhi.
La participación de las mujeres en una lucha que parecía relegada a los
hombres fue otra seña de identidad. “¿Cómo no íbamos a estar las mujeres? El
antimilitarismo siempre fue muy mixto. Se involucraban novias, madres, amigas
para apoyar al insumiso. El núcleo duro inicial en el grupo de Bilbao éramos
mujeres y, desde el principio, participamos desde la paridad y con la capacidad
de decisión para lo que fuera” recuerda Idoia.
La campaña de insumisión incomodó también a HB y a los jóvenes de Jarrai al
ponerles frente al espejo de sus contradicciones. Acostumbrados a colocar su
mensaje en las paredes de Euskadi con pintadas como “servicio militar en ETA
militar” o “la mili con los ‘milis’, la llegada de la insumisión les obligó a
trastocar su discurso. “Nunca nadie hizo las cosas tan bien como aquel
movimiento social: utilizaron la represión a su favor, crearon un magma de
apoyo social e institucional con una estrategia de noviolencia. Y demostraron a
la izquierda abertzale que había fórmulas radicales de lucha más allá de la
violencia de ETA. De alguna manera, la cultura proETA empieza a tambalearse a
partir de ahí”, explica el catedrático ‘jubilado’ de Pensamiento Político,
Pedro Ibarra, que mantiene un grado de afinidad con la insumisión.
¿Pero no se acabó con el Ejército? “Es cierto, el militarismo adoptó otras
formas”, admite el letrado Sainz de Rozas. ¿Y la marea insumisa, no se fue
diluyendo con el tiempo? “Pero el desprestigio de lo militar fue increíble y
otra gente ha ‘heredado’ nuestra experiencia de desobediencia: ahí está el
movimiento anti-TAV, los escraches, el 15-M. Seguimos denunciando el gasto
militar, y, en el terreno de los valores, defendemos la noviolencia”, recuerda
Eiguren, ahora empleado en una empresa de trabajos horizontales.
“Somos corredores de fondo desde la noviolencia”,
sostiene Eiguren, que sigue militando en el MOC. Al fondo de la pista le
esperan los Ejércitos, los gastos militares… porque “el fin está en los medios
como el árbol en la semilla”.
Ningún comentario:
Publicar un comentario