Antes de que se organizara en Albacete la base nodriza de las Brigadas
Internacionales, fueron no pocos los extranjeros que participaron de
manera activa en los primeros días del golpe militar en defensa de la legalidad
constituida, la II República Española (1931-1939).
Desde el momento en que se conocen las consecuencias de la sublevación
militar y, provenientes de países como Italia o Alemania donde se
sufría la persecución provocada por el el fascismo, llegan a España voluntarios
a luchar junto al gobierno republicano. A muchos les sorprendió el golpe en
nuestro país por motivos políticos, económicos o profesionales, y deciden
unir sus fuerzas a la de la República. También se unieron a ella buena parte de
los atletas que se encontraban en Barcelona con la intención de participar
en la Olimpiada
Popular, en los parajuegos olímpicos organizados por España
entre los días 19 a 26 de julio de 1936.
La Olimpiada Popular, que estuvo financiada por el Gobierno español
(250.000 pesetas), francés (600.000 pesetas) y la Generalidad de Cataluña
(100.000 pesetas), con la implicación de partidos de izquierda y movimientos
obreros, iba a tener a la ciudad mediterránea como escenario en el que
habría de desarrollarse la protesta más contundente ante la celebración de los
XI Juegos Olímpicos que tendrían lugar en el Berlín de Hitler desde el día 1 al
16 de agosto de 1936, y en el que estaban representados 49 países con 4.066
deportistas.
En el mes de mayo de 1931, antes de acceder Adolf Hitler al poder,
Berlín había sido elegida por el Comité Olímpico Internacional, sede de los XI
Juegos Olímpicos a celebrar en agosto de 1936. Aunque el ascenso de Hitler al
poder hiciera que algunos países, como por ejemplo los EE UU, se plantearan
renunciar a formar parte de los mismos, lo cierto es que al final decidieron
estar junto al resto de los 48 países participantes. Muchos de estos países
estuvieron inscritos en los dos juegos, los oficiales de Berlín y los parajuegos
de Barcelona. Caso de Francia, presente en las dos citas, que por un lado
presentaría a sus atletas a la oficial de Berlín y por el otro,
concedería subvenciones a la Olimpiada Popular de Barcelona. España a su
vez presentó también en Berlín a algunos deportistas como los que integraban el
equipo de hockey, si bien la asistencia a la ciudad alemana dependía de lo que
las propias federaciones decidieran, y en 1936 la gran mayoría de la ellas
renunciaron a estar en Berlín, por lo que España apenas estuvo presente en los
juegos olímpicos oficiales.
El 18 de julio de 1936 se encontraban los atletas en el estadio de Montjuic
en Barcelona, ensayando sus actuaciones para el día siguiente en que se
inaugurarían los juegos. Nerviosos todo el día por las noticias del
levantamiento militar, intentaban los gimnastas prestar atención a los
ejercicios, cuando una voz por megafonía les anuncia que se había producido un
sabotaje fascista en las instalaciones eléctricas, hecho que obligó a suspender
los ensayos. ¿Hubo relación entre el golpe militar que un sector del Ejército
estaba llevando a cabo en otros puntos del País y ese sabotaje contra la red
eléctrica, cuya autoría los responsables del estadio atribuían a sectores fascistas?
Aunque por megafonía se anunciaba que todo estaría solucionado para el día
siguiente, esa misma noche del 18 de julio quedaron suspendidos todos los actos
del día 19 y por supuesto las Olimpiadas Populares, la afrenta más directa que
se hizo al régimen nazi quedó anulada como consecuencia del levantamiento de
una parte del Ejército.
Se suspendió la Olimpiada Popular y también la Olimpiada Cultural que se
iba a celebrar en paralelo con la primera. A Pau Casals, el gran
violonchelista, compositor y director de orquesta barcelonés, la noticia de la
sublevación le llegó la tarde noche del 18 de julio. Junto a su orquesta
interpretaba la Novena Sinfonía de Beethoven que, como figuraba en el
programa, habrían de interpretar en el Teatro Griego de Montjuic el día 19 de
julio en la inauguración de los juegos. Ante los acontecimientos que se
desarrollaron y la anulación del concierto, en aquel momento decidió, entre
lágrimas, continuar con el ensayo y dirigiéndose a los músicos les expresó su
deseo de: “Volver a tocar de nuevo esta sinfonía cuando vuelva la paz”. Pau
Casals nunca más volvió a tocar en tierra española, tampoco lo hizo en Rusia,
Alemania o Italia en señal de lucha contra los totalitarismos y dictaduras. El
exilio hizo que el compositor fuera mundialmente conocido, valorado y sobre
todo disfrutado. España comenzaba a perder a un futuro intelectual y cultural
del que aún hoy no nos hemos recuperado.
En estas paraolimpiadas que se conforman con una clara oposición al
nazismo y en defensa de valores democráticos, se había logrado reunir en
Barcelona, a 23 delegaciones de países y cientos de atletas. Las nacionalidades
de los participantes eran: estadounidense, inglesa, francesa, belga, checa,
suiza, polaca, danesa, noruega, alemana, italiana… Entre ellos había
algunos judíos. Es lógico pensar que buena parte de los mismos participara en
las luchas que tuvieron lugar en la ciudad de Barcelona desde el mismo día del
golpe hasta que se produjo el retorno a sus respectivos países. Algunos
deportistas no regresaron a sus ciudades y pasaron a formar parte de las
milicias populares primero y, más tarde, una vez organizadas, de las Brigadas
Internacionales.
Ciertamente es un hecho que en el tablero internacional el gran beneficiado
de la oportuna sublevación militar en España, el mismo día que debían comenzar
las Olimpiadas Populares en Barcelona, fue la Alemania de Hitler. Todo en ese
país estaba preparado para volver a ocupar el protagonismo que desde la I
Guerra Mundial había perdido. Para ello adornó la ciudad, construyó un nuevo
estadio deportivo con capacidad para 100.000 personas, suavizó (enlató) su
política y su mensaje fascista ante los extranjeros y la prensa, siendo
retirados los mensajes antisemitas y los carteles de prohibición dirigidos a
los judíos que habían empapelado Berlín en las fechas anteriores a la
inauguración de loa Juegos Olímpicos. Limpió las calles de Berlín: más
de 800 gitanos fueron recluidos bajo vigilancia policial en el gueto de Marzahn.
Desde el día 2 de julio hasta finalizado agosto dejo de exisitir la
denominada “hora de la policía”, consistente en el cierre de los
establecimientos de ocio durante la noche, por lo que muchos
restaurantes, locales de baile y bares tuvieron que aumentar el personal de
trabajo, y en muchos de ellos se lucieron rótulos que decían “ Saludamos a los
huéspedes del mundo entero”. El Ministerio de Comunicaciones alemán instaló en
Berlín y Postdam dos televisores con el fin de que pudieran seguirse las
principales pruebas deportivas; 4.000 empleados de correos de diferentes
regiones alemanas se concentraron en Berlín con el fin de ampliar y mejorar el
servicio postal, telegráfico y telefónico, además de aumentar las líneas y las
estafetas de correos. Las celebraciones que la diplomacia alemana organizó para
agasajar a los participantes y personalidades de los países participantes
surtió el efecto perseguido, no pocos embajadores quedaron absolutamente
eclipsados por el boato de las fiestas que les fueron ofrecidas.
Toda la parafernalia propagandística dio resultado. Al igual que en los
recientes juegos chinos, la falta de libertades y el respeto a los derechos
humanos quedaron ocultos por el oropel y el brillo de la excelencia y
vistosidad organizativa. Alemania ganó medallas deportivas, fue el país que más
premios obtuvo, y volvió a recuperar parte del prestigio internacional, y con
ello un lugar que había perdido al finalizar la I Guerra Mundial.
¿Pudo la Olimpiada Popular de Barcelona ensombrecer la vuelta del gigante?
¿Lo hubiera permitido Hitler?
Si las paraolimpiadas de Barcelona, también
llamadas contraolimpiadas, eran la protesta de las bases obreras y
partidos de izquierda, la participación de los brigadistas
internacionales fue la respuesta singular de obreros, intelectuales, parados,
políticos, fotógrafos, periodistas, poetas, etc. que creían, luchaban y soñaban
por un mundo mejor, fundamentalmente por un mundo antifascista. Mientras Hitler
aprovechaba la ocasión y el trampolín deportivo de los Juegos, la condena al
nazismo y al fascismo, así como el respeto a los conceptos de democracia y de
libertad, quedaron sepultadas en el verano de 1936 entre el deporte y la
declaración oficial de no-intervención en la Guerra Civil Española.
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