JORDI GRACIA 09/07/2011
El movimiento moderno nutrió las primeras expresiones del fascismo en Europa, según el lúcido y documentado estudio de Roger Griffin
Algunos libros contienen en su interior una auténtica bomba de relojería. La que quiero desentrañar tiene su origen veinte años atrás, cuando en 1991 aparecía un libro de Roger Griffin titulado The Nature of Fascism (todavía no traducido). Con atrevimiento proponía una lectura fecunda y matizada del fenómeno fascista como ideología y movimiento moderno, en particular en Italia y Alemania. En 2007 la bomba de relojería se ha hecho definitivamente letal en un nuevo y superior libro del mismo Roger Griffin y con un título ya directamente delictivo: Modernism and Fascism. The Sense of a Beginning under Mussolini and Hitler, bien traducido por Jaime Blasco Castiñeyra en Akal (con alguna decisión discutible) y en la colección que dirige Elena Hernández Sandoica.
Es un formidable trabajo académico, de ambición, densidad y precisión conceptual infrecuentísima, tanto en España como fuera de España. Aquí me conformo con reflexionar en voz alta sobre las consecuencias implícitas que para los estudios sobre la cultura española fascista prefranquista y franquista puede tener la apelación a la modernidad alternativa que vertebra el libro completo. Por decirlo de acuerdo con la interpretación sinóptica que prefiere el autor: se trata de comprender el modernismo también como respuesta integral a la sensación de decadencia o anomia propia de la Modernidad (al menos entre 1850 y 1945) y por tanto el fascismo como respuesta movilizadora y de futuro, no sólo o ni siquiera reaccionaria o conservadora, frente a esa misma experiencia de crisis y tiempos degradados.
El argumentario teórico es necesariamente rico porque está concebido desde lo que el autor llama una "narratividad reflexiva" cuya base es la propuesta de discusión y ensamblaje, de mezcla y selección de las aportaciones teóricas y políticas clásicas y recientes. Por eso el recorrido del libro siempre está pautado por la mejor y más convincente literatura académica sobre modernismo, modernidad y fascismo, desde Frank Kermode a Enzo Traverso, desde George Mosse a Emilio Gentile, aunque nunca desestime las fuentes primarias. Pero el uso de ellas es especialmente inteligente, selectivo y desprejuiciado: las microbiografías se alternan con la perspectiva macro y no relata cada paso de la fascinación nazi de Jünger o de Albert Speer sino los momentos conceptualmente cruciales para su argumentación. Tampoco aducirá toda la oratoria de Hitler o Mussolini, pero sí aquellos momentos decisivos para comprender los pivotes éticos, estéticos, ideológicos y políticos de cada uno de ellos.
Se lee ese material de arte, ideología o política a la luz de una noción de modernismo mucho más fiel a la entidad revolucionaria y visionaria, incluso mitopoética y antropológica del fenómeno. Es tan vasto como capaz de arrastrar a multitudes de ciudadanos de Italia y Alemania, a menudo formados, cultos y con plena buena conciencia sobre el acierto de su opción modernista por el fascismo: reparaban así el mal moderno (la Modernidad), su falta de orden metafísico, su enfangamiento nihilista y su subversión radical de los valores tras Nietzsche, Freud, el futurismo de Marinetti o el mismísimo Baudelaire, que también sale.
Es fácil deducir que el libro es una fiesta incesante y de vasto alcance interpretativo y hasta metodológico (en favor de la aptitud de la historiografía para las interpretaciones de síntesis y multidisciplinares). Se nutre de un manejo exhaustivo y brillante de las obras ajenas de los últimos veinte años sobre los repuntes esotéricos o el movimiento moderno de la arquitectura, la música popular o el jazz, desde la alta literatura modernista de Kafka, Hermann Broch o Walter Benjamin o el filonazismo de Ernst Jünger y Heidegger hasta la identificación más intuitiva pero indispensable de los distintos arquetipos psicosociales. Todo actúa complementariamente en la demolición refundadora a la que aspira el fascismo como promesa modernista de futuro multitudinariamente jaleada en la Europa de entreguerras.
Para el lector que piense en España mientras lee sobre Alemania e Italia, la fertilidad del enfoque es incuestionable y viene a ser algo así como la cristalización conceptual de lo que buena parte de la nueva historiografía (y parte de la anterior) viene haciendo desde hace años: releer las relaciones entre modernismo (en el sentido continental, es decir, nuestro modernismo más las vanguardias) y fascismo como producto de la modernidad. Esto es, revisar sin incurrir en revisionismo tarado alguno. La pulsión humana que confía en una redención total tiene que ver con la dimensión afectiva y emocional, pero también ética e ideológica de quienes aspiraron a difundir un nuevo hombre y un nuevo tiempo. Así se trascendía el sentimiento de final de época que estaba viviendo la Europa de entreguerras, primero con el cataclismo de la Primera Guerra Mundial y después con el crash de 1929. Nuestros Giménez Caballero y José Antonio, nuestros Dionisio Ridruejo y Sánchez Mazas emiten destellos distintos enfocados así, aunque sigan siendo eminencias muy débiles del fascismo europeo y ninguno de ellos emparentable (con la excepción de Giménez Caballero) a la vocación mesiánica y redentorista que incubó el fascismo como motor modernista de superación de la crisis de la Modernidad.
Modernismo y fascismo. La sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler. Roger Griffin. Prólogo de Stanley G. Payne. Traducción de Jaime Blasco Castiñeyra. Akal. Madrid, 2010. 567 páginas. 55 euros.
Ningún comentario:
Publicar un comentario