Los arqueólogos exhuman en Burgos una fosa de la Guerra Civil en la que podría haber decenas de ferroviarios y un franciscano asesinado por rojo
NATALIA JUNQUERA - Madrid - 11/07/2011
Una intensa semana de trabajo escarbando en la tierra ha desenterrado en el paraje conocido como La Legua, en Gumiel de Izán (Burgos), una cordillera de cuerpos de más de 30 metros de largo, la extensión de una fosa donde quedaron al aire, 75 años después de haber sido enterrados, 59 esqueletos sin nombre.
El forense Francisco Etxeberria, coordinador de la exhumación, cuenta que las víctimas fueron arrojadas y amontonadas en esta zanja en seis tandas. A algunas las mataron allí mismo. "Hemos encontrado vainas de fusil y balas rotas junto a los huesos rotos sobre los que impactaron. La mayoría de los cráneos tienen agujeros de proyectil...". A los asesinos no les dio tiempo a matar a todos los que querían, porque esta fosa estaba preparada para albergar aún más cuerpos. Los últimos 10 metros de zanja están cavados, pero vacíos. "Habían hecho sitio libre para más", añade el forense.
"Es una fosa muy preparada", explica el investigador José Ignacio Casado, de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. "Los cuerpos estaban cubiertos con cal. Los enterraban los barrenderos de Aranda de Duero, según nos ha contado gente del pueblo, después de robarles lo que llevaran de valor. Algunos vecinos recuerdan verles pasar con prendas de los desaparecidos".
Pese a todo, entre los huesos han aparecido algunos objetos convertidos hoy en valiosísimas pistas para identificar a sus dueños. Como las canicas halladas al lado de los restos de dos muchachos de 18 años; el corsé ortopédico que Fernando Lorente confía en que sea el de su abuelo, Fernando Macario Martínez, maquinista en la estación de Aranda de Duero. "Había participado en algunas manifestaciones de UGT y al estallar el golpe militar huyó al monte. Le dijeron que podía volver y lo hizo. Le detuvieron enseguida". No fue una muerte rápida. "Parece ser que mi abuelo no fue bien fusilado. Al día siguiente de dispararles, los asesinos volvieron al sitio donde los habían tirado y mi abuelo, que seguía vivo, les pidió agua. Le mearon en la cara y después le remataron. Esto lo sé porque, por lo visto, los asesinos fueron luego pavoneándose por el pueblo de la hazaña".
Junto a los huesos también ha aparecido un crucifijo de 10 centímetros, de los que se colgaban al cuello, que hace pensar a Casado que el esqueleto que tiene al lado pertenece al franciscano Emiliano María Revilla, detenido por un grupo de falangistas el 29 de julio de 1936 en su pueblo burgalés, Revilla Vallejera, por ser considerado "un cura rojo que denunciaba el hambre y la miseria de los campesinos". El padre Revilla fue llevado hasta la prisión central de Burgos. Salió de ella con otras 13 personas en una saca el 4 de septiembre de ese año. En 1950 le dieron oficialmente por muerto.
De momento, todo, salvo la aplastante evidencia de esos 59 esqueletos agujereados por las balas, es una hipótesis. Queda por delante un largo trabajo en los laboratorios de la Universidad del País Vasco y la Autónoma de Madrid. También para los investigadores José Ignacio Casado y José María Rojas, que han de buscar a los familiares de estos esqueletos sin nombre y averiguar si esta es, en efecto, la famosa "fosa de los ferroviarios" que llevan años buscando.
"Solo el 18 de agosto de 1936 se dice que fueron asesinados 60 ferroviarios afiliados en su mayoría a los sindicatos UGT y CNT", explica Casado. "En Aranda de Duero", añade Rojas, "siempre se había hablado de una fosa donde podrían estar enterradas alrededor de 50 personas, casi todos ferroviarios. Esta coincide por el número y porque el corsé puede pertenecer a uno de ellos. Si no es esta, es probable que la construcción de la autovía en los años ochenta se llevara esos cuerpos por delante".
Un hombre llamado Domingo, que fue concejal y más tarde juez de paz de Gumiel de Izán, señaló este lugar donde han sido desenterrados 59 cuerpos. La fosa ha aparecido a apenas 300 metros de otra en la que Etxeberria y su equipo desenterraron en 2003 a otras 85 víctimas. Según Casado, "solo en la franja conocida como la Ribera del Duero burgalesa fueron asesinadas en el verano de 1936 cerca de 700 personas".
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