venres, 19 de agosto de 2011

Memoria de las dictaduras europeas


LUIS FERNANDO MORENO CLAROS 23/07/2011
Junto con Stefan Zweig y André Maurois, el judío alemán Emil Ludwig (nacido Emil Cohn) fue uno de los grandes autores de biografías de la primera mitad del siglo XX. Sus libros sobre Napoleón, Goethe o Beethoven fueron éxitos de ventas. Proverbiales eran su penetración psicológica y su absorbente arte narrativo de buen periodista. En España, Ludwig se editó con frecuencia en los años sesenta. Ojalá que ahora se recuperen sus obras. Tres dictadores apareció en castellano en 1939. Ludwig fue uno de esos pocos autores clarividentes que previeron la catástrofe que se cernía sobre una Europa en la que estaban de moda las dictaduras. A Stalin y Mussolini los entrevistó en persona en 1931 y 1932. El italiano le pareció más inteligente y tratable que el georgiano; con él habló de Maquiavelo y Napoleón. Le parecía un hombre del pueblo que logró imponerse a los díscolos italianos sin delirios trágicos ni necedades racistas y que no quería la guerra. Ludwig confiaba en que este "dictador discreto" no secundara a Hitler en sus ambiciones belicistas; de ser así, caería sin remedio. En cuanto a Stalin, Ludwig lo veía como un "tirano asiático". No miraba a su interlocutor, y cuando lo hacía sólo era de soslayo, lo que denotaba una personalidad taimada y un alma fría y oscura. Lenin y no Marx era su ídolo. Lo pasó mal en su juventud, perseguido y proscrito, y su fanatismo terrorista lo impulsaría a verter la sangre que fuera necesaria para alcanzar sus delirantes ideas de planicie social. Ludwig caracterizaba a Hitler con certera dureza; nada extraño cuando en aquel tiempo tanta propaganda proclamaba sus supuestas dotes. Para Ludwig el austriaco era un demente que cameló a gran parte de su pueblo con una consigna que amaban los alemanes (herederos de la Prusia militarista): "¡Obedeced!". Dio uniformes a la pequeña burguesía e hizo del país un cuartel pomposo y wagneriano. Amoral, sin religión y sin ideas racionales; vago, melifluo, histriónico, histérico, charlatán a más no poder, manifestador, taimado, hipócrita... en fin, Hitler era todo lo que ahora ya sabemos de sobra pero que entonces, en 1939, pocos se atrevían a denunciar. Francisco Ayala tradujo esta obra exiliado en Argentina por imposición mayor de otro dictador carca, ramplón y asesino: Franco.

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