luns, 29 de agosto de 2011

Las fotos del quién sabe dónde


La recuperación de los archivos de grandes fotorreporteros españoles como Luis Ramón Marín o Josep Brangulí es una oportunidad para recomponer el pasado
Saída de traballadores españois contratados pola Alemaña nazi
desde a estación de Francia en Barcelona, Branguli 1941
ÁNGELES GARCÍA - Madrid - 26/07/2011
En la primavera de 2008 EL PAÍS publicó a doble página una entrevista con Jorge Semprún, en la que el escritor contaba al periodista Juan Cruz algo de lo que ya se había dolido en más de una ocasión: "No conservo ni una sola fotografía de mis padres". Cuando estalló la Guerra Civil, su padre era embajador en los Países Bajos, de manera que la familia no volvió a España. La vivienda familiar en Madrid fue saqueada y los Semprún no pudieron rescatar ni el menor objeto personal. Las quejas del exministro coincidieron con el cierre de la exposición que la Fundación Telefónica había dedicado al fotógrafo madrileño Luis Ramón Marín, autor de una obra equiparable a la de los grandes fotorreporteros europeos pero desconocida por el gran público. La dictadura y la posguerra hicieron que el valioso trabajo artístico y documental de Marín y otros muchos haya desaparecido o sobrevivido en pintorescas circunstancias. El caso es que ante la queja pública de Semprún, el director de exposiciones de Telefónica, Francisco Serrano, comentó el asunto con la hija del fotógrafo, Lucía Ramón Marín, y uno de los nietos del artista. "Marín, entre otras ocupaciones," explica Serrano, "había estado haciendo reportajes de boda. Se supone que para familias adineradas que podían permitírselo en la época. En nuestra exposición y catálogo se habían seleccionado algunos ejemplos. Los apellidos Semprún y Maura eran de altura. ¿Y si...? Los comisarios, Rafael Levenfeld y Valentín Vallhonrat, consultaron la base de datos (18.000 fotografías que habíamos restaurado y digitalizado con motivo de la exposición -por cierto, la gran mayoría de las placas de cristal tenían una detallada anotación del propio Marín-, y allí estaba: 'Boda del sr. Semprún y la srta. Maura".
Lucía Ramón Marín envió una copia de la foto con una carta al domicilio parisiense del escritor y político, pero no hubo respuesta. Meses después Serrano se enteró de que Jorge Semprún pasaba unos días en Madrid, en casa de Claudio Aranzadi, y le envió otra copia y un catálogo. "Me lo encontré después y estaba completamente emocionado", cuenta. "Me contó que ya había puesto en su casa en París esa única foto de sus padres (¡del día que se casaban!)". Para Semprún y su eterna búsqueda de la identidad en el seno de la historia debió ser sobrecogedor.
El propio archivo de Marín, o más exactamente, su importancia, es también un descubrimiento fruto de una cadena de casualidades. El año pasado, la exposición Transformaciones, organizada también por Telefónica para contar su propia historia a través de los reporteros gráficos más representativos entre comienzos del siglo XX y la posguerra, reunió imágenes de Alfonso, Vicente Barberá Masip, Ramón Claret Artiga, Contreras y Vilaseca, Dubois, J. Gaspar, el mismo Marín... Lucía Ramón Marín asistió a aquella exposición en la que se mostraban nada menos que 60 fotografías firmadas por su padre y se estremeció al comprender el valor de lo que había vivido y capturado con su cámara.
Lucía tenía solo dos años cuando su padre murió, en 1944. No tiene recuerdos personales, pero siempre supo, porque su madre así se lo contó, que su padre había realizado miles de fotografías, que había estado en casi todos los convulsos acontecimientos de la España del primer tercio del siglo XX y que sus trabajos se habían publicado en revistas y periódicos. "No sé si era de derechas o izquierdas. Por un tío mío supe que tenía amigos en todas partes. En mis primeros recuerdos hay tres grandes arcones que yo no podía abrir donde estaban 'las cosas de mi padre".
Esos arcones guardaban decenas de miles de imágenes de la España oficial y la España de hombres y mujeres anónimos. "Un día", recuerda la hija del fotógrafo, "mi madre y yo nos trasladamos al barrio de Moratalaz. Un pisito de techos bajos en el que los arcones no cabían. Colocamos las placas de cristal en torres y las tapiamos. Hay quienes dicen que lo hicimos por los documentos que contenían y porque había retratos de gente que podía ser represaliada. Yo siempre creí que lo hicimos porque así estorbaban menos".
Allí, aisladas y protegidas de los cambios de temperatura, las placas se conservaron hasta que un buen día Lucía coincidió con Virgilio Zapatero, entonces rector de la Universidad de Alcalá, que le aconsejó que depositara los negativos en la Fundación Pablo Iglesias. Allí, aquella tonelada de cristal, con cada uno de los negativos perfectamente identificados y fechados por el autor, está a disposición de los expertos.
También la exposición dedicada por Telefónica a Josep Brangulí (1879-1945), el gran retratista de la Cataluña de finales del XIX y mitad del XX, ha provocado historias de reencuentros emocionantes. Montserrat Segarra tenía dos años cuando fue retratada por Brangulí en brazos de su padre, Carles Segarra, en la estación de Francia en Barcelona. Era uno de los 600 trabajadores que en 1941 formó parte de la primera expedición de barceloneses contratados por empresas alemanas. Los padres se habían conocido en un refugio durante los primeros meses de la guerra. Él volvió ya muy enfermo en mayo de 1943 y murió en agosto. Montserrat ha podido ahora recuperar ese momento único vivido con su padre.
Pero a veces hay chascos. El periodista Miguel Ángel Aguilar buscaba una foto de su bisabuelo, Antonio Aguilar y Vela, y creyó haberlo encontrado en la exposición de Marín. "Lo tenía en el retablo de mis admiraciones como científico, catedrático de Matemáticas y miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Sabía que por encargo del Gobierno de Isabel II había visitado los observatorios de otras capitales europeas para poner de nuevo en marcha el del Retiro, inutilizado durante años por los destrozos de la francesada. Por eso había sido nombrado director del centro al reinaugurarse. Acudí a la exposición de Marín, porque parecía brindar una espléndida ocasión para el reencuentro con mi personaje. Apareció allí una foto extraordinaria de un astrónomo, en tareas de observación, sirviéndose del mismo Herschel, sentado en el mismo sillón que el de la foto de mi abuelo. Surgían dudas sobre el retratado. Al final pudo aclararse que era Antonio Vela y Herranz, tan solo un sobrino de aquel Antonio Aguilar y Vela, iniciador de una saga de aguilares astrónomos, de la que yo he desertado para degradarme en periodista. Otra vez será."
El fotógrafo Valentín Vallhonrat está convencido de que los casos que trascienden son pocos respecto a la gran historia de descubrimientos que la fotografía documental ha aportado: "A diferencia de otros países, como Francia, gran parte de las colecciones se han perdido. La Guerra Civil fue devastadora para este país porque destruyó mucho, pero también porque algunos fotógrafos destruyeron material porque ponían en peligro la vida de otros".
Vallhonrat aclara que periódicos como Abc o La Vanguardia salvaron parte de sus archivos, pero recuerda que la mayor parte de las cabeceras de los diarios desaparecieron y, con ellas, un patrimonio ya irrecuperable. ¿Hay esperanza de que sigan apareciendo tesoros como el de Marín? Vallhonrat es escéptico. Opina que ya es difícil que se encuentren arcones llenos de imágenes. Para él lo importante es ahora conservar lo que tenemos y clasificarlo, sacar de las tinieblas el trabajo hecho por aquellos extraordinarios fotoperiodistas: "Rescatar su obra y difundirla es esencial para recuperar nuestra historia".

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